—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El último partido (1)

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No cabía un alfiler. Lleno hasta la bandera. El cartel de «no hay entradas» se había colgado ya el martes. Sería, de salir victoriosos, el último partido de la temporada. El partido de vuelta de la fase de ascenso a Segunda A. El Rayo de Mospintoles había empatado a cero en la ida. El resultado era peligroso. Sólo valía la victoria. Y ahora el rival a fe que estaba haciendo méritos para llevarse el gato al agua.

» De pronto, una contra heló las gargantas de los mospintoleños: el equipo rival se iba para arriba cogiendo a la defensa a contrapié.

La pequeña ciudad, casi sesenta mil almas, se había volcado con el equipo durante la liga. Desde que López, el pujante empresario, se hizo cargo de la gestión del equipo algo había cambiado.

Ahora la segunda división estaba al alcance de la mano, o nunca mejor dicho, estaba a tiro de gol. Era una utopía para un equipo abonado tradicionalmente a la tercera división.

Sólo había que ganar este último partido. Y después a soñar… Pero los rivales tenían el mismo deseo.

Para truncarlo estaba la afición de Mospintoles, ciudad dormitorio de la megaurbe que es Madrid. Los aficionados comenzaron a animar a su equipo ya desde bien temprano por la mañana, con pasacalles y voladores. Incluso los menos aficionados al arte del balompié permanecían expectantes.

No cabía duda de que un ascenso a la segunda división atraería algo de bonanza económica a la ciudad. López se encargaría de ello, seguro. Tenía carisma y un don de gentes que se dejaba ver en las escasas entrevistas concedidas a los medios deportivos regionales. Sabía transmitir y contagiar sus ideas, sus proyectos, sus ilusiones.

Pero algo se le había resistido en estos dos últimos años. No había conseguido involucrar al Ayuntamiento para que le facilitaran las cosas… a su gusto. Quizá su mensaje llegaba al pueblo pero no a los dirigentes. López estaba pensando en qué estrategias debería modificar cuando el Rayo de Mospintoles encajó un gol. ¡Mierda! Se había distraído un momento y gol encajado. Si no había ascenso sus planes se verían truncados, o cuando menos trastocados durante lo que sería un largo y desesperante año.

Llegó el descanso del partido y con él López se volvió a sumir en su introspección. En el palco sus directivos guardaban silencio. En la grada el público se había tomado un receso. Un gol, después de todo, podía ser remontado. Seguía valiendo únicamente la victoria.

Comenzó la segunda parte y el público continuaba taciturno. Pasaban los minutos y el silencio empezaba a pesar como una losa en el ánimo de López, y posiblemente en el de sus jugadores. Se incorporó de un salto y comenzó a agitar los brazos, pidiendo desde el palco a los aficionados más inmediatos que comenzaran a animar.

Como un reguero de pólvora la orden cundió y el público comenzó a animar a los suyos. El graderío volvió a rugir. El gesto de López no pasó desapercibido para las cámaras de TeleMadrid. Se comentó en directo, tanto en la radio como en la televisión: “este hombre hace rugir a todo un estadio”. Tenía una vitalidad que sabía contagiar.

Y al poco llegó el gol… ¡del empate! Si la histeria colectiva puede adueñarse de quince mil almas aquel fue el momento. El trallazo de Piquito desde la frontal del área cogió descolocado al guardameta.

Con el balón todavía en las mallas Piquito corrió hacia el palco a brindarle el gol a su presidente. E hizo un saludo militar con cierto donaire. La ocurrencia del chaval fue ovacionada como no podía ser menos.

El equipo visitante pareció encogerse tras el jarro de agua fría. Aunque si amarraban el resultado tenían el ascenso en el bote. El tiempo jugaba en contra del Rayo y los minutos pasaban angustiosamente rápidos para los mospintoleños y desesperantemente lentos para los visitantes.

El Rayo de Mospintoles se agigantó y encerró en su área a los rivales. De pronto, una contra heló las gargantas de los mospintoleños: el equipo rival se iba para arriba cogiendo a la defensa a contrapié. Pero llegaron los centrales para cortar la jugada, retrasando al portero, quien desde el borde del área envió largo con el pie. El contragolpe ahora pillaba a la zaga rival mal posicionada pues llevados de la ansiedad habían adelantado sus posiciones.

(Continuará…)