—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Choque de trenes (1)

[En 6 entregas diarias]

-Sábado por la noche-
Corría el rumor entre algunas de las personas mejor informadas e influyentes de Mospintoles de que López estaba pasando una situación económica muy difícil. El dueño-presidente del Rayo tenía en quiebra la constructora, de la que era el accionista mayoritario, y las deudas se le acumulaban día a día. La última promoción de viviendas que había construido a las afueras de Mospintoles todavía estaba sin vender y las perspectivas de trabajo en el extranjero, pese a sus buenos contactos, eran nulas.

Tras la entrada en barrena del sector de la construcción, López había intentado ampliar y diversificar sus otras actividades industriales y comerciales pero los resultados no habían sido los esperados. La situación empezaba a ser desesperada. El tinglado que había montado en los años de grandes beneficios y burbujeo inmobiliario se había venido abajo a gran velocidad por lo que temía quedarse en la ruina, a salvo sólo de unos ahorros que en los años de bonanza había colocado en un paraíso fiscal por si un día llegaban mal dadas… y para, cómo no, pagar menos impuestos.

» Mientras que López se relamía de gusto pensando en lo que podía ocurrir esa noche con la alcaldesa, a varios cientos de kilómetros Matute estaba también con una excelente compañía.

En el plano deportivo también la situación se estaba complicando. El Rayo llevaba una campaña de altibajos, situado siempre en la mitad de la tabla, lo que no permitía albergar muchas esperanzas de que el equipo pudiera subir a la primera división. Si el año anterior López había considerado inviable el ascenso, buscando consolidar primero la economía y fortaleza futbolística del equipo, la realidad actual era que no sólo no había consolidación sino que el balance empezaba a ser deficitario. Los ingresos habían descendido ostensiblemente pese al mantenimiento de los mismos precios del año anterior y los gastos se habían disparado con el cambio de entrenador y algunos refuerzos de última hora.

Debía dinero a la Seguridad Social y al Ayuntamiento y, personalmente, en un último intento, estaba llevando todas las gestiones para que le pudiera ser aplazada la deuda. La barajada posibilidad de que la gran figura del equipo, Piquito, pudiera ser vendida a un grande de la Liga para con ello resarcir las pérdidas, era algo que cada vez contemplaba menos pues durante la temporada el rendimiento del jugador había sido bastante mediocre –disminuyendo así su caché- y el mercado no estaba tampoco para muchas alegrías compradoras, lo que significaría hacer una venta muy impopular (para los mospintoleños Piquito seguía siendo el líder del equipo) a cambio de obtener unos ingresos poco significativos.

En esa situación tan dramática, López se devanaba los sesos en busca de alternativas para sus empresas y el equipo, examinaba todas las posibilidades para reducir gastos… pero ni había crédito (a él, que cuando antes pisaba una sucursal, el director se le ponía firme) ni había dinero contante y sonante (beneficios en caja) con el que ir tapando tanto agujero.

La situación empezaba a ser tan dramática que, por poner un ejemplo, López estaba debatiendo con sus más allegados si la siguiente temporada no debería cerrar todas las secciones deportivas del equipo excepto la profesional. Los gastos de las categorías inferiores estaban lastrando demasiado la marcha general del club.

Desde el comienzo de la temporada, y más desde que María Reina lograra la alcaldía de Mospintoles, López había llevado a cabo un plan muy metódico para conseguir que la señora alcaldesa fuese, en la gestión de la crisis, una ayuda y no un estorbo. Buscaba que la nueva corporación se implicase más en el equipo de la ciudad (el suyo) aumentando las subvenciones y congelando las deudas acumuladas. Pretendía acrecentar su amistad con María, incluso llegando al plano más afectivo, para entrar en el Ayuntamiento. Quizás algún puesto de asesor adjunto… Sería el trampolín inicial para un objetivo mucho más ambicioso: aspirar a la alcaldía en un futuro no muy lejano.

Ahora que se acercaba el final de la temporada futbolista, su relación con María estaba en el nivel buscado y deseado: la señora alcaldesa empezaba a verle más como hombre que como empresario. O eso era lo que él percibía.

Por eso aquella noche López esperaba alcanzar su primer gran objetivo. Allí tenía a María, en su casa, mientras Matute estaba en Barcelona viendo al Barça de sus amores. No volvería hasta la noche del domingo así que tenía tiempo suficiente para intentar conseguir “reinar” en el mundo casi impenetrable de aquella señora tan estupenda, inteligente y de tan buena familia como era María Reina. Si lo lograba tendría más cercanos sus siguientes objetivos, tanto económicos como políticos.

Mientras que López se relamía de gusto pensando en lo que podía ocurrir esa noche con la alcaldesa, a varios cientos de kilómetros Matute estaba también con una excelente compañía.

Había llegado a Barcelona a eso de las siete, casi 24 horas antes del partido. Para alargar su estancia en la capital catalana, pretextó ante María una reunión con una peña barcelonista hermana en lo que iba a ser algo así como un pequeño y discreto homenaje que le iban a dar por defender los valores culés en terreno enemigo, en tierras madrileñas. Esta vez María no ejerció su crítica y fastidio habitual sino que animó a su maridín a pasárselo bien en tierras catalanas mientras que ella, pobrecita, tendría que estar todo el fin de semana aburriéndose en varias reuniones del partido. Al hijo, Sergio, lo llevaría ella misma a casa del abuelo Anselmo, donde estaría cuidado por la asistenta. El matrimonio llegó así a un acuerdo poco frecuente y el sábado por la noche cada uno estaba en casa ajena, siguiendo sus planes previstos y ocultos.

A Matute la boca se le hacía agua y los ojos chiribitas. ¡Qué mujer de bandera era Montse, la prostituta de lujo que un buen amigo barcelonés le había proporcionado para aquella noche! Ni su mujer en las horas más estupendas de su matrimonio, ni la joven Susana, a pesar de lo desinhibida que solía mostrarse fuera y dentro de la cama, podían compararse a la imagen picarona, sexy y deslumbrante que tenía Montse esa noche. Decididamente, aquello tenía que ser el principio de una buena amistad y por eso estaba dispuesto a no perder tan sabrosa (aunque carísima) oportunidad. Lo que no sabia es que en Madrid, en un chalet de mucho postín, su mujer se encontraba a un paso de caer en los brazos del hombre que despreciaba: López.

[Continuará…]