—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

¡Calla, negra! (4)

(Lee la entrega anterior)

Como no compareciera, el reo quedó indefenso… y sentenciado. Se consumó su expulsión del centro por un tiempo de diez días por falta grave, y apercibimiento de que de repetirse la escena sería considerada falta muy grave con la inmediata expulsión del IES y el cierre de su expediente académico. Germán sólo disponía de este año, como repetidor, para finalizar sus estudios de secundaria.

» Quiso el azar que aquella tarde don Nacho, un profe más beligerante contra el sistema de lo recomendable hoy en día si se trabaja para una Administración pública […].

Se le notificó el castigo al condenado por la misma vía, y de la misma manera Germán leyó la carta en su domicilio. Sonrió no sin tristeza encogiéndose de hombros, y después de cortar un trozo de pan y un buen taco de queso, dar un beso a su madre, velando antes porque a ésta no le faltara nada, se fue al almacén de ferralla.

Toda la semana estuvo Germán en la biblioteca municipal, pues no quiso darle disgusto alguno a su madre, como buen hijo que era. A Berta tampoco le dijo nada para no preocuparla. Allí instalado, y con los apuntes que sus compañeros le pasaban, se dedicaba a hacer las tareas del día anterior aunque no tuviera obligación de presentarlas.

El sábado, tras el partido de rugby que jugaron como locales y el obligado tercer tiempo, salió con sus amigos a tomarse unas birras y acabó haciendo honores a una merienda-cena en la cervecería de moda en el sur de la ciudad, donde preparaban unas hamburguesas de carne equina muy celebradas por la juventud mospintoleña.

Quiso el azar que aquella tarde don Nacho, un profe más beligerante contra el sistema de lo recomendable hoy en día si se trabaja para una Administración pública, anduviera paseando por aquella zona con su atractiva esposa. Iba precisamente don Nacho contándole a su costilla la animadversión con que doña Casta había tratado el tema de Germán, y la incomprensible no comparecencia del alumno. Barruntaba don Nacho que nadie del entorno de Germán se hubiera enterado del expediente abierto, porque conociendo la camaradería de la muchachada se sorprendía de que no se hubiera dado ningún conato de reivindicación y solidaridad por parte del alumnado, pues no escapaba al buen maestro el carisma del que gozaba el chaval. Cierto es que el asunto, de haber caído en manos del sindicato de estudiantes, hubiera supuesto la demonización de Germán, pues las ñoñas feminazis y los gazmoños mirabraguetas, cachorros todos de las juventudes de partidos políticos, se habían apoderado de este órgano adoctrinador. En esas andaba don Nacho cuando levantando la vista se topó con que al otro lado de la luna acristalada que le separaba del interior de la cervecería de moda en aquellos barrios de Mospintoles se hallaba Germán sentado a la mesa con Tina enfrente, y se les veía enzarzados en una discusión contenida.

Agarró por la mano don Nacho a su media naranja y la arrastró al interior del cenáculo juvenil. Como ya no hay humo en los ambientes restauradores pronto localizó la mesa donde momentos antes había visto a Germán y a la agredida, porque aquella cervecería era enorme, con bolera incluida.

Plantóse don Nacho con su Eva particular al costado de la mesa con los brazos en jarras y con unos ojos tan abiertos que pareciera que no tenía párpados, ni cejas, ni frente, ni cara siquiera: sólo ojos. ¿¡Qué hacía aquel filisteo gallardo devorando su segundo plato hamburguesero frente a aquella cándida muchachita, víctima de su feroz y mutilador genio, como dijera en uno de sus innumerables alegatos doña Casta!?

—¡Germán! Tú dirás… —espetó don Nacho que sentía un asombro igualable al que descubre por primera vez una oscura verdad inmutable.
—¡Hombre, don Nacho! Y señora… ¡Qué sorpresa! Siéntense, por favor… ¿Cómo por aquí? —Germán apenas pudo disimular la tensión que le produjo la inesperada visita.

Don Nacho, que era siempre bienvenido entre la clase estudiantil, no se hizo de rogar y tomó asiento frente a Germán, junto a Tina. Su mujer tomó el lugar que quedaba desocupado, junto a los férreos brazos de Germán hombre.
—Pues paseando estábamos cuando os hemos visto aquí juntos, enfrascados en lo que parecía una simple conversación, algo tirante pero muy amigable.
—Le estaba reprochando a Germán —dijo Tina con voz queda— que no haya aparecido por clase en toda la semana.
—Pero… ¿no conoces el motivo?

[Continuará…]