—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Desventuras en la alcoba (1)

(Quizá debas leer antes el cuento anterior…)

[En 4 entregas diarias]

Una vez que salieron al barrio por la parte norte de Las Landas, Piquito le dijo a Susana con una caidita de voz:
—Creo que te has dejado algo en mi casa en tu última visita.

La joven sonrió y repuso tratando de parecer animada:
—Pues vamos a buscarlo, que me hará falta.

Lo que no hizo falta fue decir nada más. Ambos reconocían la aceptación tácita de ella para lo que vendría a continuación. De no haberse encontrado dispuesta posiblemente hubiera objetado que lo que fuera que hubiera olvidado no le hacía ninguna falta. De todos modos, Piquito tenía el tacto de no repetir la misma fórmula, y cada vez que se citaba con la reportera ideaba una nueva excusa evitando ser directo, cosa que halagaba a Susana hasta cierto punto.

» Piquito estaba pasando por algo más que un bache anímico […] pero a López, el presidente, se le estaba acabando la paciencia con quien fuera su buque insignia…

A la chica le hubiera gustado que la figura del balompié le abriera su corazón diciéndole lo que sentía por ella, pero era de justicia reconocer que la nada franca relación se la había buscado ella misma, cuando le dijo al chaval que debía aprender a respetar su intimidad y sus reservas, porque era una mujer con ambiciones y responsabilidades, que no iba a poder estar siempre a su disposición, y que diera muestras de madurez aceptando lo que había. No le dijo todo esto de golpe y porrazo, pero sí se ocupó de dejarlo bien sentado.

Llegaron a la Urbanización Montes de Toledo y entraron en la finca en la que Piquito vivía solo desde que su madre le dejara para irse a vivir con Metzger. Al chaval le importaba bien poco su soledad (o eso creía él): el chalé era sede de unos fiestorros muy celebrados entre cierto grupo social relativamente reducido.

Piquito había dejado de ser titular en el Rayo. Y ni siquiera la llegada de Metzger y su declaración de intenciones habían conseguido que el figura mejorara su rendimiento. Jugaba las segundas partes porque su condición física no daba para más, aunque no había perdido del todo su olfato de gol. Pero eso no era suficiente para consentir que un jugadorazo de su talla vagara como alma en pena entre el semicírculo de medio campo y el arco del área de penalti. Ni siquiera había ganado peso porque su constitución era delgada y fibrosa, y parecía estar siempre en forma; más bien era su cabeza la que no tiraba del conjunto.

Piquito estaba pasando por algo más que un bache anímico. El cáncer de su madre, su nueva vida en solitario, su reciente desclasismo, el hecho de que el míster del Rayo fuera el novio de su madre y vivieran juntos, y quién sabe qué otras cosas pasaban por su mente (como la confidencia materna sobre su desconocido padre, secreto celosamente guardado entre ambos), serían suficientes para justificar su bajón de rendimiento, pero a López, el presidente, se le estaba acabando la paciencia con quien fuera su buque insignia… en realidad la volubilidad de Piquito le estaba costando dinero.

[Continuará…]

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  1. Trackback - Bitacoras.com — 15 15+01:00 marzo 15+01:00 2012 #

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