(Lee la entrega anterior) |
En el complejo deportivo Mospintoles-2 aquella tarde de frío invierno estaba de lo más calentita. En el pequeño despacho que Agustín, el encargado de las instalaciones, había proporcionado a don Faustino, concejal de deportes, se mascaba la tensión. Y eso que todavía no habían intervenido en el juego las piezas mayores.
El inicio de la partida lo estaba disputando el propio Agustín con Antonio, el entrenador personal del gimnasio. El chaval, atlético y guaperas, estaba más nervioso que un flan. La culpa era el despido que la gerenta, Iluminada Gurriheces , le había notificado a primera hora de la tarde. Un despido fulminante. El pobre chico sólo sabía que había una denuncia contra él por parte de tres usuarias del gimnasio y que, por esa razón, era puesto de patitas en la calle. Por eso, nada más conocer la noticia de boca de la gerenta, la cual no le había dado más explicaciones, echándolo de su despacho con cajas destempladas, Antonio se había acercado a ver a Agustín, con quien tenía cierta confianza. Este quedó en procurar enterarse del contenido de la denuncia a lo largo de la tarde. Ahora, cuando el reloj daba las ocho, había llamado a Antonio al despacho de don Faustino y al que, una vez al mes, éste acudía.
» —Argumentaban en su denuncia que no les hacías ni caso cuando te consultaban o pedían información. Y es que sólo les prestas atención a las chicas guapas y llamativas. Eso decían. Con un par…
—Le juro, Agustín, que no tengo ni idea de esa denuncia. ¿Ha podido averiguar usted algo?
—Nada, hijo. La gerenta no suelta palabra y dice que el asunto está tan claro que no hay vuelta atrás. Encima acabas de cumplir el tiempo de contrato y aunque era renovable dice que en vista de lo sucedido se revoca. Eso es lo que hay, Antonio.
Entonces aquel mocetón de uno noventa y casi cien kilos de peso, se echó a llorar como un chiquillo.
—Tranquilízate, no todo está perdido. Por encima de esa choriza está don Faustino y el viejo profesor sabrá pararle los pies. Ya le he avisado.
—Es que… lo que gano aquí es el único dinero que ahora mismo entra en casa… Ya sabe que mi padre y mi padre están en paro… Necesitamos este empleo hasta que la situación mejore…
—No sigas, por favor, que me vas a partir el corazón… En realidad ya lo tengo roto, pero tengamos confianza, chaval.
En esos momentos entró don Faustino en el despacho, tras golpear en la puerta con los nudillos.
—Buenas tardes, don Faustino.
—¿Qué tal, Agustín? ¿Cómo va esa vida?
—Ya ve, pasando un mal trago… porque este chico… perdón, es Antonio, el entrenador personal del gimnasio. Lleva un año con nosotros…
—Te conozco de vista, Antonio, pero sé que has desempeñado tu trabajo con gran rigor y dedicación. Por eso no entiendo lo que ahora te ocurre.
—Tampoco lo entiendo yo, don Faustino. Esta tarde, cuando entré a trabajar, doña Iluminada me dijo que estaba despedido, que había una denuncia contra mí y que se le había acabado la paciencia.
—¿Te explicó la denuncia o te la enseñó?
—No. Sólo me dijo que cuando acabase el trabajo esta noche que me pasase por su despacho para darme el finiquito. Y yo…, don Faustino…, yo…
—En casa sólo entra el dinero que el chico gana aquí… —terció Agustín.
—Ve en busca de Iluminada y le dices que venga inmediatamente. Ah, y que se traiga el papel de la denuncia. Lo quiero tener entre mis propias manos.
—Ahora mismo voy, don Faustino…
—En cuanto a ti, tranquilo Antonio… Vamos a enterarnos del contenido de esa denuncia y tomaré una decisión. Por cierto, si mañana ya no vienes a trabajar supongo que será porque la gerenta tiene a alguien en cartera. ¿Se te ocurre quien puede ser?
—Su hermana ha estado viniendo por aquí en la última semana. Es licenciada en ciencias del deporte y me pidió que la informase con detalle sobre el trabajo de un entrenador personal de gimnasio.
—Muy interesante este dato, pero que muy interesante…
—¿Se puede?
—Hablando de Roma, por la puerta asoma. Siéntese aquí, señora Iluminada…
—Señorita, si no le importa, todavía no estoy casada…
—Como quiera. ¿Conoce a Antonio?
—Por supuesto…
—Hoy lo ha despedido usted sin ninguna explicación…
—Es una de mis atribuciones como gerenta.
—Era… ¿O no recuerda lo que le dije la segunda vez que hablamos tras mi toma de posesión como concejal de deportes? Le dije muy claramente que quedaba relevada de esa atribución.
—Se lo iba a comunicar mañana…
—Claro, cuando este chaval ya estuviera en la calle y en su puesto hubiera otra persona contratada. Otra persona que quizás tiene de apellido el mismo que usted. ¿Es cierto?
—Provisionalmente, y hasta que se cubriese el puesto por los cauces reglamentarios, sería Carmen Gurriheces…
—Su hermana, a la que ha estado preparando Antonio durante estos últimos días sin saber que sería quien le sustituyera cuando fuera despedido.
—Carmen es licenciada y este chico sólo tiene la formación profesional…
—Deme la denuncia que varias usuarias del gimnasio han hecho contra Antonio.
—Es muy grave lo que ahí se cuenta…
Don Faustino cogió el escrito, se ajustó las gafas, y comenzó a leer en silencio. Cuando acabó, una irónica sonrisa afloró en sus labios. Entonces cogió el papel con las dos manos y lentamente lo partió una y otra vez hasta hacerlo pedacitos, mientras miraba a la gerenta con cara de pocos amigos.
—Ya no hay denuncia…
—¡Pero eso es ilegal, don Faustino! Me quejaré a la señora alcaldesa…
—No va a ser necesario. La alcaldesa tiene encima de su mesa un amplio dossier sobre las andanzas de la gerenta del Complejo Deportivo Mospintoles 2. Los siete años que lleva usted haciendo de las suyas se han acabado. Esta misma mañana el Ayuntamiento ha presentado contra usted una denuncia en el juzgado. Se le acusa de malversación de fondos, prevaricación y varios cargos más, todos perfectamente documentados. Aquí tiene una copia para que vaya preparando su defensa.
—Esto ha sido una encerrona…
—No, querida amiga… Llevamos investigándola desde el día siguiente a nuestra primera conversación. Me habían avisado que no era usted trigo limpio, que había convertido el Complejo en su patio particular y este episodio de última hora con Antonio ha venido a corroborarlo por enésima vez. Vaya a su despacho y recoja sus cosas. Sólo las suyas… Verá que le estará vigilando una pareja de policías municipales. No nos fiamos de usted ni un pelo.
La gerenta se levantó como si acabara de hacerlo tras dormir una semana seguida. Tan sorprendida estaba que, como un corderillo camino del matadero, salió por la puerta sin hacer el más mínimo ruido.
—Bien, Antonio… Puedes respirar tranquilo. Mañana te renovaremos el contrato, esta vez de manera indefinida. En un año ya has dado muestras suficientes de que eres trabajador y honrado.
—Pero la denuncia…
—Una invención de esa lagarta. Necesitaba justificar el despido con una falta grave de disciplina y se le ocurrió que varias usuarias del gimnasio, amigas suyas, escribieran una denuncia sobre ti. Una de ellas se ha ido de la lengua en cuanto un policía municipal le tiró de ella. ¿Tienes alguna idea de por dónde iban los tiros?
—No, don Faustino. Y me gustaría saberlo, la verdad…
—Argumentaban en su denuncia que no les hacías ni caso cuando te consultaban o pedían información. Y es que sólo les prestas atención a las chicas guapas y llamativas. Eso decían. Con un par…
—¡Pero es mentira!
—¡Naturalmente! Al señalar que sólo atendías a las jóvenes bellas y hermosas estaban admitiendo que ellas eran poco agraciadas. Tú eres muy joven pero yo, en mi ya larga vida, jamás he visto a una mujer que públicamente se delate como fea o nada atractiva. Es algo metafísicamente imposible.
Al chico, nuevamente, se le saltaron las lágrimas. Esta vez, sin embargo, eran de pura alegría. Aquel hombre mayor que tenía enfrente, y del que tan bien le habían hablado, le pareció el ser humano más bueno del mundo.
[Continuará…]