—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

¡Calla, negra! (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Germán quiso hacer señas a don Nacho de que guardara silencio, pero Tina, muchacha despierta donde las haya, sorprendió en él la seña brisquera del as de triunfo.
—Pues según Germán, su madre ha tenido una recaída, y estaba a punto de convencerme cuando esas señas y lo que parece un patinazo por su parte, y no se ofenda, don Nacho, me dice que hay algo oculto que desconozco.

» El profe tragó saliva y miró a su mujer, quien parecía un espejo que le devolviera la pregunta: ¿y bien…?

Doña Nacha disfrutaba con la metedura de pata de su marido. Pero luego de conocer la historia, sentía tanta intriga como él. Germán, impertérrito, pues no le quedaba otra, agarró su panecillo y mordió un gran bocado del caballo que tenía entre manos. Mascó lenta y educadamente, con la boca cerrada, mientras preguntaba a don Nacho qué cartas llevaba, siempre según los cánones de juego tan noble como la brisca.

Don Nacho empezó a sentirse incómodo. La misma mirada atenta sentía de su mujer. Y por el lado derecho, Tina se había girado y también le interrogaba con la mirada. A lo hecho, pecho, dice el castizo refrán, y don Nacho se arrancó por sinceridades… a medias.
—Bueno, creí que aquí todos sabíamos lo que está ocurriendo.
—Serán todos ustedes menos una servidora. Y me gustaría conocer lo que está sucediendo. ¿Por qué Germán no ha ido a clase en toda la semana, don Nacho?

El profe tragó saliva y miró a su mujer, quien parecía un espejo que le devolviera la pregunta: ¿y bien? Se mordió levemente el labio inferior en una mueca que sólo aliviaba temporalmente la tensión que sentía. Él era el adulto y estaba en manos de dos adolescentes.
—Seamos sinceros, Germán… —no le quedaba otra—. Mira, Tina… Germán ha sido expedientado por el instituto. Y ahora que yo lo he sido, dime por qué no te presentaste a la citación del consejo escolar.

Germán terminó de mascar su bocado de potro y miró largamente a don Nacho.
—Perdí la carta y luego lo olvidé. Esa es toda la historia.
—¿Expedientado por qué motivo, don Nacho? ¿Germán…?

Doña Nacha, que no conocía a los muchachos, veía que ambos hacían gala de una madurez que había echado en falta en su círculo de amistades en numerosas ocasiones. Y ella también era docente.
—Bueno, Tina… Si Germán no te lo ha dicho, creo que debe ser él quien te lo diga…
—Ya es tarde, don Nacho. Ha irrumpido usted en una conversación privada y a usted le toca responder a Tina.

El profe miró a su consorte y ella le devolvió esta vez una media sonrisa y una pícara mirada fácilmente interpretable: don Nacho, el que nunca se equivoca, el que me da clases gratuitas de lo que está bien y lo que está mal. ¡Hala, majete!, sal de ésta contorsionándote.
—Pues… A Germán lo han expedientado en el instituto. Tuvo oportunidad de defenderse de la acusación y no se presentó.
—¿Y de qué se le acusaba? —quiso saber la guapa Tina.
—De racismo… y machismo… y de abuso.

La carcajada de Tina cogió desprevenido al profesor.
—De racismo… jajaja. ¡Ésta sí que es buena! —y Germán rió también de buena gana—. ¿Y se puede saber por qué motivo?
—Doña Casta le sorprendió en un cambio de clase dirigiéndose a ti irreverentemente, y mandándote callar de muy malas maneras. Según se dijo allí, te dijo despectivamente: «¡Calla, negra!».

Tina se hubiera partido de risa si no fuera porque allí había un expediente académico abierto a Germán.
—¡Pero esa bollera reprimida…! ¿Por qué no se mete en sus cosas y deja al resto del mundo al margen de sus complejos? Germán y yo somos novios desde hace algo más de un año, don Nacho; y nos queremos mucho. Soy yo la que le digo muy a menudo ¡Calla, blanco! Es una broma nuestra, personal. Y sí, recuerdo aquella vez, no hace ni quince días. Fue la primera vez que Germán me replicaba así y me hizo mucha gracia. Pero ahora que lo pienso, no ha vuelto a decírmelo desde entonces… —y Tina pareció sumirse en cálculos personales.