—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El dichoso fútbol: monólogo (3)

(Lee la entrega anterior)

Es un axioma: si no hay polémica no hay fútbol. Cuando un jugador se revuelca en el campo de modo tan grosero que parece que le hubieran dado quince puñaladas, sería de lo más elemental echar un visionado a las imágenes de la televisión. O, simplemente, que el árbitro llame a un médico imparcial para que mire la pierna o el cuerpo al teatrero a ver si hay para tanto grito y desgarro. Pero qué va, se tiene parado el partido durante un chorro de minutos, los jugadores se enfrentan entre sí al grito mutuo de sois unos asesinos y todos se lanzan como fieras tras el arbitrucho para convencerlo de que los otros deben ser expulsados por guarros y psicópatas. Pasados esos minutos de tonteo consentido, el teatrero que se revolcaba por el suelo como si lo hubieran matado, se levanta tan tranquilo y aquí paz y después gloria. Cien mil personas en el estadio y millones en los salones de su casa han contemplado una actuación tan estelar y convincente que a su lado el mejor actor de cine o teatro es un vulgar cómico de feria. El único que no se enteró de la bendita actuación melodramática fue el trencilla pero es que, el pobre, no puede estar en todas por mucho ridículo microfonito que lleve pegado a la oreja.

» Las dos Españas. No son la republicana ni la monárquica, la de izquierdas y derechas, la creyente y descreída, la rica y la pobre, la que trabaja y la que está en el paro, la de Intereconomía y la Sexta. No, son las dos Españas del Madrid y el Barça.

En fin, el dichoso fútbol lo han hecho así para mayor gloria del negociete económico e ideológico de quienes viven del mismo. Un sarao privadísimo pero que chupa enormes recursos públicos, el más importante de los cuales son las neuronas del personal, que tras tanta exposición al vicio de la pelotita acaban hechas fosfatina. Basta ver una conversación de futboleros. Y que conste que hablo del fútbol de elite y profesional, no de ese que juegan cuatro chavales en un parque arreándole patadas a una pelota de cuero o de trapo, porque todavía hay clases, aunque si observáis un buen rato la escena veréis de pronto cómo la chavalería , a sus pocos años, ya ha sido pervertida y contaminada por el circo del fútbol de los jugadores grandotes. Pronto aparecerán las primeras patadas, los primeros revolcones, los primeros me cago en tu madre y raro será que no acabe el partidillo a hostias. No digamos si, encima, hay alrededor algunos padres de los jugadores, que esos son los peores.

Repetición de la jugada: ¡Qué buenos actores se pierde el mundo del cine y del teatro con los jugadores de fútbol, sobre todo, los de la elite! ¡Qué expresividad la de Pedro, Alves, Pepe, Di María…! ¡Con qué gracia y caradura se retuercen en el césped, mirando de reojo al árbitro a ver si saca tarjeta al rival! Luego, en cuanto ocurre, recuperan la sobriedad y se levantan más chulos que un ocho.

Y ya que he citado a cuatro jugadorazos de los dos únicos equipos españoles que no están en la ruina… bueno, alguno más habrá pero a quién le importa…, digamos algo sobre los equipos capitalinos y terratenientes de las Spains. Con ustedes, en el lado izquierdo del cuadrilátero, el Barça C.F., algo más que un club, o sea, lo que ustedes quieran o imaginen. A la derecha el Real Madrid, el mejor equipo del siglo XX y de la eternidad. Da lo mismo que hoy se enfrenten por enésima vez por la copichuela del Borbón, por la Liga de Carmen Merimé o por esa putilla con ínfulas de gran dama que responde al nombre de Champions Li. ¿Juegan entre sí estos dos equipazos de tres al cuarto? Follón tenemos. Seguro.

Tropecientos mil aficionados de Madrid y Barcelona (y alguno de Japón), en pleno periodo de crisis económica, se gastarán un potosí en gasolina, cerveza y paella para ver en directo un encuentro que, retransmitido por la telecaca pública, podrían disfrutar en casita gratis total, en HD, con cámaras que registran hasta el movimiento de las pestañas de los jugadores y en la comodidad del sofá. Pero no, ellos como disfrutan es en el campo, respirando aire puro, gastándose un pastizal para estar codo con codo con otros como ellos, no importa si caen chuzos de punta, hace un frío del demonio o el partido es de alto riesgo. Quiero decir, de alto riesgo de que se lleven un escupitajo, un mamporro o un bendito insulto de la afición contraria. Sarna con gusto no pica dicen los dioses del invento futbolero, que no son Messi y Ronaldo sino San Balón y Santa Pelota.

Las dos Españas. No son la republicana ni la monárquica, la de izquierdas y derechas, la creyente y descreída, la rica y la pobre, la que trabaja y la que está en el paro, la de Intereconomía y la Sexta. No, son las dos Españas del Madrid y el Barça, esas que están repartidas en todos los pueblos y ciudades de la vieja y carcomida piel de toro pues las dos multinacionales del peloteo hispánico tienen seguidores hasta en el infierno. Y allá que se juntan, en el Bernabéu o en el Nou Camp o en terreno neutral, juntas pero no revueltas, ojo, dispuestas a darse mamporros dialécticos de principio a fin, a gritarse la una a la otra como reza el primer mandamiento del futbolín, a reírse de las novias famosuelas de los contendientes, a llamar hijoputas a los jugadores rivales porque toda buena afición que se precie debe demostrar siempre la educación y el señorío que la adorna. “El público se comportó correctamente durante todo el partido” –publicarán luego los periódicos y medios teleatontados, como si fuese normal el insulto, griterío, cortes de mangas, reproches y violencia simbólica (a veces no tanto) de una España hacia la otra y viceversa. Será por eso, por la enorme concordia de las aficiones por lo que, pagados con dinero de todos, en el campo y alrededores hay cientos de cámaras para registrar los posibles incidentes de orden público, dos mil policías, vigilantes de seguridad, bomberos, cruz roja, protección civil, voluntarios, ambulancias, geos, caballería, unidades de refuerzo, vigilancia área,… Todo eso mueve el pacífico encuentro de los grandes terratenientes del fútbolín nacional, ese fútbol que hermana a los pueblos y tal y tal, ji, ji, ji. Claro que hermana a las aficiones…. ¡en la cerveza!

Y cuando llega un golete, no veas el desmadre que se forma. Delirio por acá, abatimiento por allá. Un gesto tan nimio, tan poquita cosa (¡qué es sino marcar un golillo!) y millones de posesos gritan “Ah, oh, sí!, no!, gloria, infierno”. Me cago en diez y me llevo once: ¡hasta en Siria y Afganistán celebran el golete!

[Continuará…]

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