—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La plaza de Mospintoles (1)

[En 5 entregas diarias]

(Sebas, gracias por las truchas)

—¿Por qué iban a querer trabajar en un país que les mantiene sin madrugar ni doblar el espinazo y en el que viven mejor que en el suyo, donde trabajarían doce horas diarias?

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La comunidad magrebí en Mospintoles (moros del noroeste de África) había crecido de forma desmedida e incontrolada merced a la dispensación indiscriminada del llamado salario social básico, que prima con 465’11 euros a cada residente en España que carezca de ingresos económicos. Esto hace que juntándose cinco vagos perciban 2.325 euros, cuando la familia típica española, de cuatro miembros en la que trabajan el padre y la madre, suma 2.200 euros a fin de mes, dinero con el que han de hacer frente a la hipoteca del piso y a la del coche, al colegio de los niños, y a otros gastos cada vez más desorbitados (luz, agua, gas, teléfono…).

» […] los vagos consentidos por el Estado viven como parásitos del sistema chupando el dinero de los contribuyentes.

Mientras tanto a los moros (rumanos y sudamericanos) los servicios sociales del Ayuntamiento les pagan la mitad de la renta del piso (cuando no el total); el comedor de los niños, aunque no les corresponda, lo asume el colegio, y la Comunidad de Madrid les paga los libros escolares, todo en detrimento de los españoles que tienen empleo y no perciben las subvenciones, pero con cuyos impuestos se mantiene a toda esta patulea de indolentes ociosos.  A estos extranjeros se les paga el carné de conducir con dinero público, y por supuesto tienen derecho a la asistencia sanitaria, para la que nunca han cotizado.

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—Si tuviéramos riqueza que repartir, todavía podríamos discutirlo, pero es que estamos entre los países indigentes de Europa.

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Las tensiones (en Mospintoles) tardaron en saltar gracias al aguante del español, un carácter nacional de dócil resignación ante la incompetencia de políticos y reyes; una desidia social fraguada a lo largo de su historia tras múltiples invasiones militares y culturales (romanos, árabes, franceses), algunos episodios de gloria nacional que hincharon un ego patriotero, y el insistente encumbramiento de una realeza de menguados;  el conformismo por las pérdidas de las colonias de ultramar y la rendición de la mayor parte de los territorios que se mantenían en Marruecos (como no podía ser de otra manera), la fatalidad de una guerra civil provocada por un general golpista que se hizo dueño del país y murió de viejo —prueba, una vez más, de la mansedumbre de carácter del español—; y desde hace cuatro días, el seguidismo mostrado con la contumacia de políticos chatos que presentan unos relativos éxitos deportivos como paradigma de pujanza internacional. Con todo esto traga y ha tragado el español. Pero como nuestra historia nacional ya ha sido relatada por mejores plumas que las nuestras, a pesar de que sobreviven quienes quieren darnos gato por liebre (y mostramos tolerancia con ellos), vayamos a la pequeña historia de nuestra ciudad, en donde la paciencia castiza terminó por agotarse.

La plaza de Mospintoles, frente al Ayuntamiento, había cambiado aceleradamente su fisonomía y la idiosincrasia de sus pobladores. Apenas había existido transición de los jardines consistoriales al parque municipal, y de éste a la plaza actual. El cierre de la Churrería Manuela y el enlosado (adjudicado a la empresa de López) de la mayor parte de las zonas verdes a fin de soslayar gastos de mantenimiento —después de todo el cemento se limpia fácilmente con una manguera y maquinaria motorizada— había reducido el parque prácticamente a una explanada con escasas sombras y algunos parterres.

Los abueletes habían emigrado hacia espacios más hospitalarios a pesar de haberse aumentado la dotación de bancos —para rellenar los grandes espacios vacíos creados—. En los inicios secos y calurosos de la primavera de este año, la falta de sombra disolvía las inveteradas tertulias de los mospintoleños más veteranos.

Sin embargo, la plaza, pues seguir llamándola parque sería irónico, había sido ocupada por nuevos inquilinos, más acostumbrados al sol y al calor. La creciente comunidad magrebí en Mospintoles había ido adueñándose de los bancos del parque, haraganes profesionales, sin oficio pero que viven con el beneficio de las ayudas sociales… aunque como las ayudas sociales se nutren de los impuestos de los ciudadanos es de justicia colegir que los vagos consentidos por el Estado viven como parásitos del sistema chupando el dinero de los contribuyentes.

[Continuará…]

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  1. Pingback - La plaza de Mospintoles – Nube de relatos — 10 10+01:00 noviembre 10+01:00 2017 #

    […] que este cuento, publicado en la bitácora de Mospintoles en mayo de 2012, sea de difícil digestión para los tontilocos y pusilánimes que nos gobiernan […]