—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La plaza de Mospintoles (2)

(Lee la entrega anterior)

Y puesto que la ociosidad es madre de todos los vicios, estas reuniones que se repiten en las plazoletas españolas nunca han tenido como finalidad producir o integrarse en la sociedad que les acoge sino que han fomentado la envidia hacia quien les da la comida por disponer de mayor poder adquisitivo, y en consecuencia el odio hacia el ciudadano que trabaja felizmente, sólo por sentirse excluidos de un sistema que no entienden y para el que no han sido educados.

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—Si estamos esperando que estos extranjeros vengan a levantar nuestro país es que somos más majaderos de lo que aparentamos.

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» Y comenzaron a delinquir con pequeños hurtos al principio para pasar enseguida a robar con intimidación.

Así en Mospintoles, como en el resto de esta España vegetal, los jubilados no encuentran sitio en los bancos de los parques porque los vagos mantenidos por el Estado ocupan de forma permanente estos espacios de descanso y esparcimiento que fueron concebidos para que nuestros mayores pudieran descansar y solazarse después de legarnos un país digno de la mejor manera que pudieron a base de trabajo.

Las templanzas de dirigentes que mejor estaban remendando zapatos y haciendo honor a sus nobles apellidos, nos han llenado Mospintoles y España entera de tercermundistas ingratos, desinteresados en trabajar por el bien común.

Y no sólo nuestros mayores, sino los padres que velan por sus retoños, temiendo enfrentamientos con estos alienígenas por un quítame allá esas pajas y bagatelas infantiles que se resuelven no haciendo caso a las perretas de los niños, han ido dando la espalda al parque que durante tantas décadas asistió al paso de generaciones y generaciones de mospintoleños.

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—Llevan a los niños de excursión y tenemos que pagar 15 euros por barba, cuando el coste real serían nueve; como moros, sudamericanos y rumanos dicen no tener dinero, para que sus hijos no se queden en el colegio nos meten a los demás el rejón y así van de excursión de papo, con nuestro dinero. Solidaridad sí, pero que no me toque perder siempre a mí.

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Quizá las precedentes líneas introductorias a esta crónica puedan sonar impopulares, pero el alegato que contienen no puede ser catalogado de mendaz pues refleja una realidad que está a la vista de quien quiera mirar.

Los moros, conscientes de que se habían adueñado del parque por dejadez de quienes trabajaron para construirlo, comenzaron a utilizarlo a modo de zoco, no necesariamente para vender productos legales. Luego empezó a molestarles que vecinos de toda la vida atravesaran la explanada para atajar de camino a sus quehaceres, y comenzaron a importunar a unos y a otros haciéndoles objeto de presiones, burlas y pequeñas extorsiones. Más de una joven fue insultada por atravesar la plaza luciendo la minifalda a la que invitaba el sofocante calor.

Los policías locales de Mospintoles, que tenían sus oficinas frente al que fuera parque, en los bajos del Ayuntamiento, como buenos funcionarios optaron por borrarse y dejaron de rondar por los ahora irreconocibles jardines consistoriales, no sin antes recomendar a sus allegados que evitaran cruzar por la plazoleta. Mejor dar un rodeo que intentar defender unos derechos que ni los ineptos políticos saben apreciar. Porque el político español de comienzos del siglo XXI, a pesar de cobrar por su gestión, adolece de profesionalidad en lo que a conocimientos y dedicación a lo público se refiere.

Los extranjeros, con el paso del tiempo, cuestión de semanas, comprobaron que podían hacer y deshacer a sus anchas en un terreno que de facto estaba acotado para ellos en exclusiva, y sintieron colectivamente la ebriedad que proporciona una victoria fácilmente ganada. La soberbia inherente a quien se siente rechazado pero gana una batalla, hizo que los límites físicos del parque se quedaran pequeños para estos hijos de Alá que no se sienten en deuda con España y mucho menos con Mospintoles. Y comenzaron a delinquir con pequeños hurtos al principio para pasar enseguida a robar con intimidación.

[Continuará…]