—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Histeria de Expaña (2)

(Lee la entrega anterior)

—Llegó la revolución tecnológica, en la que aún continuamos subidos y sumidos —nuevamente el chiste sólo lo entendió él, ahora que volvía a elevar la voz no sin esfuerzo—, pero también llegaron otros males a consecuencia de un desmedido consumismo, un afán por gastar dinero y obtener cosas que no hacían falta pero hacían la vida un poquito más afable, aún a costa de endeudarse. Este afán de atesorar objetos… o dinero, que al fin y al cabo no es más que otro objeto, no sólo se instauró en las personas, sino también en los gobiernos y en los gobernantes, aún a costa de esquilmar el tesoro público, dinero indefenso propiedad de todos los ciudadanos. Muchos políticos dijeron hacer obras de caridad, acciones solidarias y filantrópicas llevadas a cabo con dinero ajeno. Pero, muchachos, los actos altruistas han de hacerse en silencio, sin bombo ni platillos, y con el dinero propio.

Don Faustino guardó unos segundos de silencio como para coger el hilo del monólogo que se le iba.

» […] Después de tres presidentes que gobernaron durante veintinueve años, teniendo que salir del sillón presidencial por la puerta de atrás, nos llegó un presidente títere, como no podía ser de otra forma […]

—Todo este despilfarro trajo consigo una enorme crisis económica, pero todo ese afán de atesorar trajo también una crisis de valores. Los políticos ya no se enrojecían si les afeaban su conducta en público, sino que huían hacia delante esperando que el escándalo del que eran protagonistas fuera silenciado a los pocos días por un nuevo escándalo protagonizado por otro ser de su casta. Y así ocurría… El pueblo, indolente, olvidaba el telediario de ayer al ver el de hoy, que sería olvidado cuando emitieran el de mañana. Las noticias del periódico de mañana se taparían con el periódico de pasado mañana… Las masas no tienen memoria, o no quieren tenerla.

Después de esta parrafada, don Faustino se notaba subir, ir y venir por encima de la clase, como si cuerpo y consciencia se desdoblasen. Su cabeza se le iba pero le volvía enseguida, y era consciente de que sus palabras serían reprobadas por cualquier inspector de educación que se presentara en ese momento, pero bien era consciente de que incluso los inspectores de educación habían dejado de hacer su trabajo presencial y se limitaban a inundar de formularios a los profesores, entre los que no pocos papeles eran inútiles estadísticas que ni siquiera buscaban la calidad de la enseñanza para el alumno medio, no ya a los que se situaban en los extremos… Extremos que eran cercenados de las estadísticas de la consejería correspondiente, sacrificados en aras de variables como la mediana, la varianza y la covarianza, amén de otras obscenidades computacionales de inexplicable aplicación al arte de la enseñanza, a la ciencia pedagógica.
—Nuestros políticos habían perdido el norte, y comenzaron a echarse las culpas unos a otros —don Faustino, de modo cognitivo y automático, intentó modular su discurso a la baja para readaptarlo a las mentes de sus pupilos—, y resultado de esas acusaciones mutuas fue una crispación social en aumento. España estaba dividida en autonomías, igual que ahora… Y en cada autonomía había un gobierno que entendía que lo que dejaba de ganar lo ganaban otros que quizá, o sin quizá, habían trabajado menos y no lo merecían. La solidaridad que se esperaba de las autonomías comenzó a resquebrajarse porque unos trabajaban más que otros, y en consecuencia producían más y mejor. Al menos así pensaban los que más crecían. Sin embargo los que menguaban recelaban de todo, y creían que eran incapaces de progresar porque existían intereses ocultos que no les permitían avanzar en beneficio de los que más progresaban. Así las cosas dimos con un gobierno marioneta en la nación. Después de tres presidentes que gobernaron durante veintinueve años, teniendo que salir del sillón presidencial por la puerta de atrás, nos llegó un presidente títere, como no podía ser de otra forma, porque, dicho sea de paso y en honor a la verdad, he de decir que fue rehén de la herencia que le dejaron los anteriores: unos organismos públicos en los que se había instalado la corrupción más ladina que se pudiera imaginar. Los cargos trataban de perpetuarse, pero si alguno salía por mor de su incompetencia o por la de los que le rodeaban, quien llegaba no aireaba la manta sino que se cobijaba bajo ella a la espera de hacerse con su parte del botín.

[Continuará…]