—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Carne de piscina (1)

versión
completa

—Don Faustino, no sólo es que sean burros. Es que –encima– nos han salido trincones…
—La carne es débil, Ricardo. Y el bolsillo más débil todavía.
—Mira que si un día de éstos llega la Guardia Civil al Ayuntamiento de Mospintoles para llevarse al juzgado a más de uno y una…

El otro día os mostraba el gimnasio de Mospintoles-2 y me despedía con estas dos viejas glorias de la ciudad hablando de sus cosas politiqueras. Hoy siguen con la misma conversación aunque rodeados de agua por todas partes menos por una: la cabeza. Don Faustino y su amigo son unos clásicos de la piscina de este complejo deportivo tan moderno. Por ellos tengo noticias de la historia complicada que dio origen a este lugar. Ya saben, recalificaciones urbanísticas de terrenos que no tenían apenas valor, algunos pelotazos millonarios, unas obras divididas en varias fases y siempre con polémica…

» Mi mayor preocupación es ser feliz con el menor número de medios materiales. O sea que, aquí, en la piscina, me encuentro como pez en el agua y a mis anchas.

Yo, de estas cosas, no entiendo mucho pues, pese a mi avanzada edad, o quizás por eso mismo, soy un ingenuo y un inocentón. Mi mayor preocupación es ser feliz con el menor número de medios materiales. O sea que, aquí, en la piscina, me encuentro como pez en el agua y a mis anchas. Sólo necesito un bañador, un gorrito de tela y unas chanclas. ¡Y a disfrutar!

Decía que el levantamiento de este complejo deportivo fue muy polémico, difícil y costoso. De él saben más de lo que cuentan esos dos viejos cascarrabias a los que ahora veis chapotear en la piscina como si fueran tiernos infantes. ¡Ah, cuántas historias se podrían contar sobre lo que se cuece en esas ocho calles y zonas limítrofes! Os relataré una, real como la vida misma, que os pondrá los ojillos llenos de emoción y recochineo.

Fijaros en aquellos dos jóvenes, ella con una barriguita de 4 meses. Se conocieron en la calle 5. Yo lo vi con mis tiernos ojillos y hasta quiero pensar que ayudé en algo a que de tórtolos pasaran a tortolazos. Ella hacía muy poco que había aprendido a nadar, pese a calzar 18 añitos. Él ya sabía chapotear desde antes de nacer pues su madre era una nadadora rusa que se tiraba aquí todo el día, nada que te nada, añorando sus tiempos de competición en la extinta URSS. Aquel día la zagala se echó al agua en plan novata pues tenía un rodaje de pocos kilómetros en una piscina con tanta gente, en donde hay que saber conducirse con mucha maña si no quiere uno sufrir accidentes y encontronazos. Cuando llevaba unos diez metros circulando, invadió el carril contrario y en estas que venía de frente, a todo trapo, el hijo de la rusa. Le arreó sin querer tal trompazo a la chavala que todos pensamos que a ésta le había ocurrido algo grave. La sacaron fuera y bajaron las asistencias médicas. Iván –que se así llama el chaval– lloraba como una madalena.

Mientras el médico de guardia le practicaba a Jimena el boca a boca (los padres de la chica son mejicanos, para que vean lo internacional que es esta historia), los socorristas llamaron a una ambulancia. La chica seguía tendida, respirando dificultosamente. De pronto me acordé de un bello cuento de mi infancia, nada que ver con las majaderas historias que hoy les cuentan a los chavales. El cuento se llamaba “Blancanieves” o algo así. Angustiado por lo que pudiera pasarle a la chica, me concentré con todas mis fuerzas y derramé mis poderes beatíficos sobre ambos jóvenes, quienes estaban pasando unos minutos muy desdichados. Otros rezaban pero yo preferí recurrir a otras técnicas más terrenales: el poder de la imaginación, del deseo y de la magia potagia. Entonces ocurrió lo inesperado: Iván, hecho un mar de lágrimas, se arrodilló junto a Jimena y le cogió una mano. Empezó a acariciarla mientras sobre ella caían sus lagrimones. Sí, lo han adivinado. La chica abrió entonces los ojos, sonrió a los espectadores más cercanos, agarró fuertemente la mano del muchacho y se levantó como si nada le hubiera ocurrido.

(Continuará…)