—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Carne de piscina (2)

(Lee la entrega anterior)

Aquella escena feliz necesitaba un final redondo, un poco peliculero, lo reconozco. Puse en aquella pareja toda mi energía vital para que aquello tuviese un broche de oro. Entonces ocurrió: Jimena se abrazó a Ivan y le estampó un besazo en los labios con tal pasión que todos los espectadores nos quedamos derretidos. Tardamos unos segundos en reaccionar, el mismo tiempo en que Ivan recobró la sonrisa y comprendió que debía devolver el cumplido a la muchacha. Todos aplaudimos a rabiar, unos de pie alrededor de la pareja y otros dentro del agua.

» Allí se agolpan en manada casi todas las mujeres de mediana o avanzada edad que vienen a remojarse los michelines y las grasas. La mayoría no sabe nadar, así que se colocan debajo de las piernas la clásica «patata» o «churro» y caminan despacio desplazando tetas y culo con gran estridencia.

Por la puerta de los vestuarios masculinos aparecieron dos camilleros corriendo a toda leche. Viendo aquella escena tan poco habitual en su profesión de urgencias, comprendieron que allí había ocurrido algún milagro. Bastó una simple mirada al médico, a los espectadores y –sobre todo– a aquella pareja de tortolazos, para que comprendieran la inutilidad de su servicio:
—Estos dos lo que necesitan no es una camilla sino una cama de matrimonio… –escuché que le decía por lo bajini uno al otro.
—Sí, pero que sea una cama de agua…

La pareja se cogió de la mano y se volvió a meter en la piscina. Ahora que lo pienso, quizás actuaron siguiendo una orden telepática mía porque aquel suceso amenazaba con desmadrarse. El público, al que le encantan estas cosas del querer, volvió a aplaudir a rabiar. Acto seguido, todos decidieron secundarlos. Cerré los ojos unos segundos para respirar más profundamente, lleno de satisfacción, y cuando los abrí la piscina estaba repleta de gente (aquello parecía la parada del autobús en hora punta). ¡Hasta los camilleros se habían tirado al agua, con ropa y camilla incluida!

De aquellos revolcones viene la barriga que hoy luce orgullosamente la Jimena. Los chicos se casaron al cabo de unas cuantas semanas. La rusa (viuda) y los mejicanos (padres de la moza) han prometido nacionalizarse españoles cuando nazca el chiquillo y afirman muy serios que pedirán permiso para bautizarlo civilmente aquí, en la calle cinco, echándole en su cabecita un poco de agua clorada. Luego se irán a celebrar el ágape a la terraza de la cafetería que está en la planta superior.

Pero dejémonos de historias que muchos de ustedes –incrédulos– pensarán fruto exclusivo de mi fantasía desbordada. O de mi chochez. Yo sólo les digo lo que el Chino, mi profesor de yoga: nuestra energía interior es capaz de mover montañas…

Vayamos al aquí y ahora. Mirad hacia la calle uno. Es conocida normalmente como “la calle de las cotorras”. Allí se agolpan en manada casi todas las mujeres de mediana o avanzada edad que vienen a remojarse los michelines y las grasas. La mayoría no sabe nadar, así que se colocan debajo de las piernas la clásica “patata” o “churro” y caminan despacio desplazando tetas y culo con gran estridencia. Cuando llegan a la meta, exhaustas tras el esfuerzo locomotriz, se recuperan charlando entre ellas sobre los últimos temas de la actualidad, incluyendo lo que se cuece en sus casas.

En la calle dos suele colocarse el mismo personal, pero en versión macho. Es la calle de los cotorros. Fijaros bien en Jenaro, el que está metiéndose ahora mismo. Sí, ese cuyo bañador podría albergar en su interior a media docena de flacuchos adolescentes. El médico le ha mandado que mueva el esqueleto a ver si así la barriga se le desinfla un poco. Pero ya lo veis, recién metido en el agua ya está charlando con el Matías (otro becerro) sobre lo que cenó anoche. Luego pasarán a discutir sobre el Real Madrid o el Barcelona, intercalando de vez en cuando una ligera caminata sobre el agua. “Pues yo no le veo ningún chiste a la natación, Matías”. “Además de aburrida, no sólo no adelgaza si no que nos hace más gordos, Jenaro”. Será por el agua que tragan, pobrecillos…

(Continuará…)