—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

David contra Goliat (3)

(Lee la entrega anterior)

~Hola, buenos días… –de pronto Piquito se dio cuenta de que no recordaba el nombre del director técnico–. ¿Es usté, señor, el director técnico del Rayo de Mospintoles?

[…]

~Pueh soy yo, el Piquito…

[…]

~Bien, bien. Muchas gracias. Mire, le llamo pa’ ver si me pue’ dar el teléfono del señor López.

» Piquito se había llegado hasta el mostrador y ahora el guarda le miraba con cara de pocos amigos.

[…]

~Sí, lo sé. Si voy a ir a las oficinas, pero quiero llamar antes pa’ no dar el viaje en balde…

[…]

~Sí, tengo aquí pa’ apuntá.

[…]

~Vale, pueh muchas gracias… Adiós.

Piquito mordisqueó la otra madalena mientras marcaba con el pulgar el teléfono de López. Al rato oyó el característico tono de llamada. Parecía que no iban a coger. Seguramente el señor López no cogía llamadas que no conociera. Piquito se terminó la madalena. En ello estaba cuando López descolgó. Piquito tragó rápidamente y habló:

~Buenos días… ¿Hablo con el señor López?

[…]

~Pueh yo soy el Piquito…

[…]

~Pueh mu’ bien, señor. Estoy aquí, en el centro. Y quería verle pa’ ver si era posible que m’hiciera un favor…

[…]

~Si he ío… Pero ha habío algún problemilla. Si llama usté al guarda y le dice que voy a ir a verle ahora mismo seguro que me dejan pasáE’j que como soy menor de edá

[…]

~Vale… Pue’nseguía voy. Adiós.

Piquito entró en la tienda a devolver el bolígrafo y a darle las gracias a la dueña una vez más.
—Estas madalenas están riquísimas, señora. ¿Las hace usté?
—Sí, hijo. Las hacemos aquí. Son caseras. Me alegro que te gusten. Toma otra, hijo. Y muchas gracias por la alegría que nos has dao a tol pueblo el otro día. Bueno, y tol año, ¿eh? Eres un jugadorazo como la copa’un pino. ¡Viva la madre que te parió!, Piquito, hijo. Que vaya dejando paso el Cristiano ese, que el Piquito le va a dejá pinchao

Piquito ya no sabía donde meterse. Porque una cosa era tener fama y otra que le dieran a uno la brasa. Así que cogió la madalena que le ofrecían para no hacer un feo y se despidió de la dueña.
—Lo siento, señora, pero ahora me tengo qu’ir. Pero descuide que ca’ vez que pase por aquí vendré a comprarle madalenas.

Finalmente Piquito pudo salir a la calle y de otros dos botes atravesó el tráfico y se llegó al antepórtico del edificio. Decidido, una vez más, entró por la puerta giratoria.

El guarda, al verle de nuevo, salió de detrás del mostrador. En ese momento se abrió la puerta del ascensor que había al fondo y de allí salió una empleada. Cuando pasó delante del guarda éste la saludó:
—Hasta luego, Mari Cruz –se despidió el guarda.

Piquito se había llegado hasta el mostrador y ahora el guarda le miraba con cara de pocos amigos.
—¿Otra vez aquí, chaval? Me vas a acabar la paciencia de hoy tú solo…
—¿Pero no l’ha llamao el señor López para que me deje pasá?
—Mira tío, te voy a arrear a un hostión que te voy a mandar la cara a hacer un recao

(Continuará…)