—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

David contra Goliat (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Piquito, viendo que el guarda se le venía encima, y como agilidad no le faltaba, de un par de zancadas se llegó a la puerta que todavía estaba girando después de salir Mari Cruz y se escabulló por ella justo cuando una de las hojas se cerraba.

» Y ahora venía hacia la puerta acristalada y le estaba haciendo señas para que entrara…

Otra vez fuera, Piquito se puso a pensar: “No pue’ que el señor López se haiga olvidao de mí. Vaya mala suerte si le han entretenío justo después de colgarme. Y ahora el que está colgao de verdá soy yo. Si por lo menos llamara ahora mismo al 4×4 éste. Pero me está mirando con una mala cara… Seguro que pronto se monta aquí un altercao… Y mira que el tipo e’ grande de cojone’. ¡Vaya zarpas! Y se le vio rápido cuando salió a por mí… Eso no lo da el gimnasio. Seguro que hace algún deporte que le da agilidá. Con lo grande qu’es por lo menos juega al fútbol americano con los Osos de Rivas. Menúo gigante. Será mejor que me marche… Total…, ya tengo el teléfono del señor López, y lo mismo le llamo por la tarde, qu’igual está menos ocupao…”.

Estos eran los barruntos de Piquito, y ya estaba decidido a marchar de allí cuando observó que el guarda se volvía hacia atrás y se ponía to’ tieso, como un militar que se cuadra. ¡Vaya!, era López que había bajado en persona a recibirle…

Y ahora venía hacia la puerta acristalada y le estaba haciendo señas para que entrara…

Piquito, esta vez más tímidamente, entró. Era la tercera vez en los últimos diez minutos. López se llegó hasta la puerta y Piquito le tendió la mano… El empresario le estrechó entre sus brazos, sin hacer caso del formal saludo de Piquito. Luego le pasó su brazo derecho por detrás de la espalda y le dirigió hacia el arco detector de metales.

El guarda ya se había refugiado tras el mostrador.
—Vaya por dios, Núñez. Es usted el más eficiente de mis guardas de seguridad y no ha reconocido a Piquito.
—Lo siento… señor López… Como no… sigo el fútbol… Yo… Lo siento, señor… Piquito. No volverá a ocurrir.

Cuando pasaban por delante del mostrador Piquito le sonrió a Núñez:
—Toma salao –y le dejó sobre el mostrador la tercera madalena que aún llevaba en la mano–. Las hacen ahí enfrente. Y están buenísimas. Son caseras. Las hace la misma señá que despacha.

Núñez movió su manaza hacia la madalena y la recogió. Se quedó mirando el dulce con cara de contrición, mientras López y Piquito desaparecían en el ascensor que había al fondo.