—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Inaugurando el curso (1)

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—Bien, podemos empezar la reunión pues ya estamos todos.

Belmonte, el director del Instituto Fernando Orejuela, había convocado a las diez de la mañana a la Jefa de Estudios, al profesor de Educación Física, al coordinador del Departamento de Actividades Complementarias y Extraescolares, a don Faustino —como profesor de más edad— y a la presidenta de la Asociación de Madres y Padres (AMPA).

—Tal como habíamos quedado en la última reunión del Consejo Escolar del curso anterior, vamos a organizar una jornada de inauguración del curso. Tiene la palabra Cecilio.

—Dado que todos los alumnos y profesores tendremos por esas fechas una depresión postvacacional de caballo, en el Departamento hemos pensado que un buen modo de ir haciéndola desaparecer sería hacer unas jornadas lúdico-deportivas que sirvan para la confraternización, el desfogue y el despiporre…
—¿Y en qué consiste tanto desfogue y tanto despiporre? —preguntó la presidenta del AMPA, mujer de mucha voluntad pero de pocas entendederas.
—Habrá actividades de muy variado pelaje: exposiciones de trabajos veraniegos, salidas al campo, actuaciones musicales, juegos de mesa… Un popurrí de aconteceres delirantes para alegrar las pajarillas a alumnos, profesores, padres y conserjes.
—Perdona que te corte, Cecilio —quien abría la boca era la Jefa de Estudios— pero deberíamos acostumbrarnos todos y todas a usar las nuevas directrices lingüísticas que llegaron al Centro el curso pasado. Ya sabes, alumnos y alumnas, profesores y profesoras… Además, es una deferencia obligada hacia doña Juana…
—Ejem…, la Jefatura de Estudios tiene razón. Una cosa es el lenguaje cotidiano y otra el académico. Este es un acto enmarcado dentro de lo académico…
—¿Aquí a qué hemos venido, Belmonte, a hablar sobre el sexo de los ángeles y las ángelas, o a ver cómo se despiporrea toda la comunidad educativa el próximo día 20? —don Faustino, que pensaba hablar poco en aquella reunión, se vio urgido a intervenir—. Además, nuestra querida presidenta de la APA o AMPA pasa de estas disquisiciones tan tontuelas. ¿Verdad, doña Juana?
—Le asiste toda la razón, don Faustino. Particularmente prefiero ser presidenta de la APA y no de la AMPA. No quiero tener problemas con la policía —y se rió de su propia gracieta—, aunque con ello pueda ser tachada de antigua. Por mí no lo hagan…

Aquel principio de discusión (intelectual, por supuesto) se prolongó durante una hora, al cabo de la cual se llegó a la conclusión de que el objeto de aquella reunión no era “hablar sobre cómo hay que hablar sino hablar sobre lo que hay que hablar”. Un poco lioso pero se entiende, ¿no?

—Bien, señores, son las once de la mañana y todavía no hemos vendido una escoba –el Director se vio en la obligación de cortar aquel mal rollo–. Vamos al grano, Cecilio. Haz fotocopias sobre la propuesta del Departamento e intentamos hacerla definitiva con nuestras aportaciones personales. Parece ser que el momento cumbre de la jornada serán los partidos de fútbol que se celebrarán por la tarde, ¿no?
—Efectivamente. Hemos pensado que se celebren dos encuentros: a las cinco jugarán los alumnos de cuarto de ESO y a las seis lo harán los de Segundo. Cada partido durará cuarenta minutos repartidos en dos tiempos de veinte con un descanso de cinco minutos para reponer fuerzas y hacer examen de conciencia.

» Dado que todos los alumnos y profesores tendremos por esas fechas una depresión postvacacional de caballo, en el Departamento hemos pensado que un buen modo de ir haciéndola desaparecer sería hacer unas jornadas lúdico-deportivas que sirvan parta la confraternización, el desfogue y el despiporre…

Mientras Cecilio salía a hacer las fotocopias pertinentes, con el alivio que cabe suponer en los dos miembros del equipo directivo del Instituto —don Ceci es el típico ingeniosillo “tocapelotas” y “tocatetas” que siempre hay en todo colectivo de profesorado— tomó la palabra Carlos, el profesor de educación física, quien había llegado al Instituto a principios del curso anterior.
—¿Y quién va a arbitrar los partidos? Porque, en el de segundo de ESO, don Faustino y yo somos los tutores…
—No hay problema. Uno de los padres de la Asociación es árbitro de regional y se ha prestado a hacerlo desinteresadamente –el Director ya lo tenía todo previsto.
—Yo, si se me permite, preferiría que los partidos fuesen de baloncesto o de balonmano, como se hizo el año pasado, el primero en que se organizaba este tipo de jornada inaugural del curso. No sé, el fútbol, aunque sea en un campo de futbito, despierta demasiadas pasiones y no me gustaría que en el ardor del juego se perdiesen las buenas maneras y la buena educación. Ya sabemos lo que pasa en los recreos, que siempre hay gresca a cuenta de la dichosa pelotita…
—¡Es usted un antifutbolero, don Faustino! —le recriminó, torciendo el morro, el profesor de gimnasia.
—Me gusta que los chavales hagan deporte por placer y con el fútbol se les está inoculando demasiada competitividad…
—Eso también ocurre en los deportes que ha citado antes…
—No vamos a ponernos a discutir otra hora sobre las bondades de unos deportes sobre otros. Yo sólo aviso del riesgo, si es que mi opinión de perro viejo cuenta para algo.
—Si no hay competitividad no hay progreso y si no hay progreso no hay educación —sentenció Carlos.
—A los niños hay que mantenerlos físicamente activos en plan divertido y no de forma competitiva… —replicó don Faustino.
—Si no hay competición no hay diversión. Está demostrado –le replicó Carlos.
—Aquí no se trata de forjar campeones sino personas sanas, demonios… –el viejo profesor no comprendía la argumentación de aquel joven novato al que doblaba en edad.
—Demos el tema por zanjado —intervino el Director viendo que la reunión podía irse otra vez por los cerros de Úbeda—. Los chavales se lo pasarán muy bien jugando esos partidos anunciados, se los tomen como se los tomen. Ah, aquí llega Cecilio con las fotocopias…

La reunión acabó casi a las dos de la tarde. Sorprendentemente, con éxito. La suerte estaba echada.

(Continuará…)