—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La batalla de las primarias (5)

(Lee la entrega anterior)

Pronto se contabilizaron tres votos casi consecutivos para un inesperado Homer Simpson, con su cara dibujada en las papeletas. Por el lugar en la pila de la urna donde aparecieron esos sobres habían votado hacia el final, y María recordó a tres jóvenes inconformistas que habían aparecido media hora antes del cierre. Cuando sonrió, levantando la vista, se dio cuenta de que los presentes mantenían el mismo rictus en la cara. Los tres votos nulos habían sido identificados. Si al menos se hubieran espaciado en el momento de votar… María se hizo un apunte mental. La próxima vez se vaciaría cuidadosamente el contenido de la urna en la mesa; así los primeros votos que nadie podía identificar quedarían arriba del montón quedando el secreto del sufragio más garantizado. Al fin y al cabo, de alguna manera oculta, ella simpatizaba con aquellos tres rebeldes inconformistas. Quizá llamara a uno de ellos para proponerle que la acompañara en la lista de su candidatura. Antes tenía que ser investida candidata por su partido, y el escrutinio iba rápido… y parejo.

» A todos pareció muy juiciosa la propuesta de María, pero Alfonso, el pelota de turno, tuvo que abrir su bocaza.

Comenzó a ponerse nerviosa… Percibió las miradas de Segis pero no quiso mirarle abiertamente. Luego de un breve espacio de tiempo decidió levantar la vista y mirarle. El todavía alcalde se había concentrado en lo que ocurría en la mesa, y tenía la boca abierta… María hubiera jurado que estaba babeando, pues un hilillo brillaba de su boca hacia su barbilla. ¡Qué patético le pareció entonces el mundo de la política!

Apareció una papeleta con el nombre de María pero estaba tachado y justo debajo ponía PUTA, y debajo SEGIS ALCALDE. La papeleta era claramente un voto nulo pero los interventores de María se enfadaron e iban a iniciar una rueda de reproches cuando María los instó a seguir: “Señores, no se pierdan en dibujos; en realidad es un error que nos beneficia”.

Más tarde, cuando la candidatura de María, luego de ir abajo durante un tiempo había remontado y cobraba una ventaja de cuatro votos, abrieron un sobre y apareció una papeleta con una cuartilla que alguien había traído de casa y la inscripción SEGIS. Los interventores de Segis la querían dar por válida pero los de María quisieron que se contabilizara entre las nulas.
—La intención de voto está clara, señores –argumentaron los comisarios de Segis.
—La normativa es más clara todavía: será nula toda papeleta que no se ajuste al tamaño aprobado; es un voto nulo –los de María no estaban dispuestos a dejarse tomar el pelo.
—Lo que ocurre es que tenéis miedo. La papeleta no atenta contra nadie y la intención del voto es inequívoca.
—Siempre habéis hecho lo que os ha dado la gana y queréis seguir haciéndolo ahora –el reproche era acre–; esta papeleta es nula, cojones. No la ha proporcionado la mesa electoral. Que lo digan los comisarios del partido.

Los aludidos, que pidieron deliberar aparte, conscientes de lo que allí se estaba jugando, hubieran preferido no tener que pronunciarse. No recordaban exactamente lo que decía el reglamento electoral que incomprensiblemente nadie tenía a mano, pero algo sí había de que las papeletas de voto debían ser las oficiales, aunque recordaban vagamente algo de que si la intención del voto era inequívoca debía validarse. ¿Se habría anulado esta interpretación en algún momento? Los comisarios estaban azorados.

Fue María la que les sacó del apuro:
—Señores, no tengan cuidado. Propongo que se prosiga con el recuento y se aparte esta papeleta hasta que finalicemos. Luego, si ésta u otras que puedan aparecer resultan ser determinantes, dejaremos que sea la Junta de Garantías Electorales la que decida a posteriori. Si no es determinante se proclamará un candidato y ya se añadirá esta papeleta al cómputo final si la Comisión decide que es válido.

A todos pareció muy juiciosa la propuesta de María, pero Alfonso, el pelota de turno, tuvo que abrir su bocaza:
—Desde luego, María, tú sí que sabes siempre estar en cada lugar.

El silencio que siguió a esta manifestación pública de adulación hizo que Alfonso se diera cuenta del desliz. María tampoco hizo caso de la observación y el escrutinio se retomó.

Aparecieron tres papeletas más como la que provocó la discordia; en total cuatro votos para Segis quedaban en el aire. María observaba cómo éste hablaba en voz baja con uno de sus colaboradores. Parecía que sabían de quienes eran las papeletas, pues por sus gestos se podía deducir que se estaba justificando. El cabreo de Segis era mayúsculo, y más porque la candidatura de María se escapaba en el recuento.

(Continuará…)