—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La batalla de las primarias (y 6)

(Lee la entrega anterior)

María recordó que los primeros en votar fueron todos los de la vieja guardia pretoriana, como llamaban a la camarilla de carcas reacios a todo cambio, votos más que posiblemente para Segis por muchas sonrisas que María hubiera podido contraponer.

Por lo tanto éste era el momento de cobrar ventaja definitiva o de lo contrario al final podría darse un vuelco, y hasta esos cuatro votos podrían ser definitorios.

» La presidenta se tomó un descanso y dijo en voz alta a la concurrencia: “Quedan diez votos por escrutar”, como si no los hubieran contado, esparcidos por la mesa como estaban.

Todavía quedaban unos cincuenta sobres por abrir y María llevaba ahora una ventaja de veinte votos a la candidatura de Segis. Cada papeleta que aparecía con el nombre de María empezaba a ser coreada por la concurrencia. Cuando aparecía una de Segis el silencio se hacía en aquella sala. Y no porque no hubiera allí adeptos al alcalde, sino porque eran mucho más moderados en sus expresiones. La vieja guardia pretoriana que había mantenido a Segis en el poder durante tantos años… Y los estómagos agradecidos allí presentes tampoco tenían el ánimo para vitorear, pues no atesoraban ningún ideal. Lo mismo les daba que ganara Segis que María. Ya estaban acomodados como empleados del ayuntamiento o habían conseguido sus ventajas: una acera más ancha donde poner la terraza del negocio, un bar de copas rival expedientado, un par de licencias de taxi de más en la ciudad, una subvención injustificable…

Ya sólo quedaban una veintena de sobres y Segis estaba a sólo doce votos. María no sabía cuántos de los presentes habían caído en la cuenta de quiénes habían votado en primer lugar, y consecuentemente sus votos estaban los últimos en la urna. Comenzó a ponerse nerviosa. Ahora fue consciente por primera vez de que se jugó todo a una baza, todo su futuro político a una sola mano. ¿Y si perdía? ¿Qué haría? Le quedaba el negocio familiar y un matrimonio que tendía cada vez más al fracaso. Triste futuro en perspectiva. Notó cómo sus largas uñas se clavaban en la carnosidad del talón de la mano, y se dio cuenta de que estaba reteniendo la respiración.

Algún voto más había ido a parar a la cuenta de María, pero la audiencia había enmudecido cuando Segis se acercó por debajo de los doce votos. Ya sólo quedaba una decena de sobres en la mesa y Segis estaba a ocho votos de María. Al final aquellos cuatro votos no iban a hacer falta, pues los diez de la mesa eran todos para Segis.

María notó que las piernas se le aflojaban, y sintió un vértigo en el bajo vientre. Miró a Segis, que estaba con los ojos como platos, y ahora sí podía decirse que babeaba, pues se pasaba constantemente un pañuelo por la barbilla. María pensó que si todo acababa dependiendo de aquellos cuatro votos todavía podría conseguir que la Junta de Garantías Electorales los anulase. A buen seguro la decisión no se tomaría hasta un par de días después, el tiempo justo de mover algún contacto.

Los siguientes momentos iban a deparar una sorpresa que quedó en los anales del partido en Mospintoles. Los allí presentes tardarían en olvidar lo que ocurrió a continuación. La presidenta se tomó un descanso y dijo en voz alta a la concurrencia: “Quedan diez votos por escrutar”, como si no los hubieran contado, esparcidos por la mesa como estaban.

María miró nuevamente a Segis y por su sonrisa supo que él pensaba lo mismo; aquellos diez votos eran de los que habían votado al principio, eran de la gente de Segis. María quiso llorar de rabia, pero un líder nunca afloja. Mentalmente preparó su discursito felicitando a Segis, y se preparó para recibir los inútiles consuelos que se decidan al perdedor. Segis jamás la llevaría en su lista. Roma no paga traidores.

La presidenta de la mesa abrió uno a uno aquellos diez sobres, de los cuales siete seguidos fueron en blanco, dos fueron para Segis y uno para María.

No se pudo escuchar para quiénes fueron los últimos tres. El griterío en la sala fue ensordecedor cuando se abrieron los primeros tres votos en blanco y comenzaron los nada originales “Viva María”. María Reina quiso hacer silencio en la sala, pero fue inútil:
—¡Todavía no, todavía no! Todavía hay cuatro votos en el aire…

Hubiera sido muy duro que olvidados por el gentío, aquellos cuatro votos le hubieran dado a Segis la posibilidad de presentarse a la reelección.