—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ofertas de verano (1)

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completa

López llegó a La Cama con veinte minutos de antelación a su cita con Teresa. Quería empezar a dejarse ver. Se acordó de aquella cafetería en el barrio chic de Mospintoles y se citó allí con ella. La joven llegaría en taxi, por lo que no tendría problemas para encontrar el lugar. López no era un empresario de los de a pie de calle, y consumía los cafés en sus oficinas, por lo que desconocía los lugares de moda de Mospintoles.

» —Excelente trabajo, López. Ha sido una campaña maravillosa. Nos ha hecho disfrutar a todos.

Recordó aquella anécdota del presidente del Gobierno y el coste de un café. Él no simpatizaba mucho con el presidente, pero a aquel tipo la pregunta le había supuesto un pequeño revolcón inmerecido. Qué pregunta tan estúpida… ¿A quién le importaba que un presidente de Gobierno sepa lo que cuesta un café en la calle? Además, era obvio que no podría pasear libremente por ninguna calle pues sería continuamente abordado por los ciudadanos. A él le solía ocurrir algo parecido en Mospintoles. Y en consecuencia evitaba caminar por la ciudad.

López abrió la puerta de aquel establecimiento tan elegante y apenas traspasado el umbral comprobó que mientras las caras se volvían hacia él las conversaciones se iban apagando. Sonrió, pero la duda le embargaba. ¿Sería bien recibido en un local que no frecuentaba? ¿Creerían que acudía allí para pavonearse del reciente éxito?

López observó que no había mucha gente, o al menos esa impresión daba, porque la cafetería era extraordinariamente grande.

Sin perder la sonrisa avanzó hacia la barra. No supo muy bien cómo sucedió, quizá alguien inició el proceso, pero los allí reunidos le brindaron una improvisada salva de aplausos.

No fue nada desmedido, ni siquiera se pudo considerar una ovación, con pitos incluidos, como hubiera correspondido en un local atiborrado de gentes humildes. Pero supo que aquella era la manera de reaccionar del pueblo, o al menos de sus clases mejor acomodadas.

Alguien se acercó a estrechar su mano:
—Bienvenido, señor López. Soy Octavio Hermosilla, propietario de la cafetería. Le agradezco su visita. Permita que sea el primero en convidarle.
—No…, por favor…
—Si no lo hago yo lo hará cualquiera de mis clientes. Es usted una celebridad en Mospintoles. Permítame…
—Muchas gracias…
—Aurelio, por favor, atienda al señor —dijo Octavio llamando al camarero. Y dirigiéndose al invitado— ¿Desea usted alguna mesa en especial? Lamento que el ambigú esté ocupado en este momento…
—No, no. Muchas gracias. He de aguardar a una cita, y me gustaría hacerlo en la barra.
—Como guste, caballero. Es un honor tenerle entre nosotros.

El propietario le dejó sin atosigarle, cosa que López agradeció. Se fijó en él mientras marchaba a conversar con otro cliente. ¡Tenía clase el dueño de aquel local! Un aura de distinción… algo que López no estaba seguro de poseer, aunque le gustaría. Aun con estudios superiores acabados, no había tenido una educación… distinguida.

Pidió un café con hielo en la barra mientras observaba a Hermosilla caminar entre las mesas, atendiendo a sus clientes. Aquel trato personalizado que dispensaba a cada mesa le gustó a López. Le recordó los locales americanos…

—Excelente trabajo, López. Ha sido una campaña maravillosa. Nos ha hecho disfrutar a todos.

Un hombre con bigote se había dirigido a él desde el codo de la barra. Ahora reparaba en él. Vestía con buena ropa, pero no tenía la elegancia ni el porte que había observado en los otros parroquianos del establecimiento. Estaba un tanto cargado de hombros.

(Continuará…)