—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Corresponsal de guerra (3)

(Lee la entrega anterior)

Sebas no entendió lo que Susana le quería decir; todavía sin aire como estaba, el oxígeno no alimentaba bien sus neuronas. Viendo que los ultras se daban a la fuga creyó que huían de allí, por lo que no supo reaccionar ante la advertencia de la joven.

Cuando Susana se puso en pie, Sebas miró a los tres que había derribado: estarían fueran de combate por unos minutos. Luego miró en la dirección por donde habían huido los ultras, y cuando los vio aparecer de nuevo fue cuando tuvo conciencia del peligro que corría. Agarró fuertemente la manivela del gato e inspirando profundamente esperó en pie a que se acercaran:
—Vete a buscar ayuda, muchacha.

» El Chispas miraba a su alrededor y no veía más que sangre.

Los dos ultras volvían al galope y uno de ellos traía algo en sus manos que trataba de manipular a la carrera. Ya estaban cerca, a tiro de piedra, cuando dos dotaciones de la Policía Nacional entraron en el descampado levantando una polvareda tras sí y cerraron el paso a ambos asaltantes por delante y por detrás.

Sebas asistía a toda aquella tragedia como enajenado. Días después, cuando hubo de relatar su heroicidad en Mospintoles, sólo atinaba a decir: “no sé lo que hice, y no sé si lo volvería a hacer”.

Sendos policías bajaron de los coches patrulla y encañonaron a los malhechores. En aquel momento llegaron corriendo el Juanmi y el Chispas, dos de los mecánicos de Talleres Matute.
—¡La madre que os parió! —les recibió Sebas—. Pues mira que habéis tardado de cojones. Me iban a dejar frito esos dos cabrones.

El Chispas miraba a su alrededor y no veía más que sangre. Desde la parte baja del desnivel que formaba el descampado había visto como su jefe derribaba en un santiamén a tres tipos más grandes que él:
—Joder, jefe, si se ha bastao usté solito.
—Esos dos cabrones traían una pistola, cretino. Hasta aquí no he tenido miedo, pero creo que ahora me va a cambiar el color de los calcetines.

Durante la semana Sebastián Matute se había dejado persuadir por sus dos empleados para salir de la Comunidad de Madrid e ir ver jugar al Rayo de Mospintoles. El Barça de sus amores jugaba esa semana un partido de mero trámite ante un flojo rival, de tal manera que ya sería noticia que sólo ganara por la mínima. Matute había estado alardeando en el taller de que tenía que hacerle el rodaje a su flamante Mercedes —ahora que la casa alemana estaba en tratos con casa Matute, de Mospintoles City— y qué mejor oportunidad que un viajecito a ver jugar al Rayo, habían insistido sus empleados.

Habían llegado al estadio con el tiempo justo para entrar al campo. Los prolegómenos del Rayo a Matute le traían sin cuidado, y habían estado comiendo opíparamente en un afamado asador, pagando él los tres cubiertos, por supuesto. Había aparcado el coche próximo a aquel descampado, y al acercarse a una de las puertas de acceso a las tribunas Sebas decidió volver para esconder un objeto de valor en el maletero, a fin de no dejarlo a la vista.

Desde el coche había asistido al asalto padecido por Susana. Ni corto ni perezoso agarró la manivela de un gato que siempre llevaba de más (cosas de mecánicos) y se disponía a ir a poner orden cuando llegó el bofetón que dio con Susana en el suelo. Mientras se encaminaba al trote, cuesta arriba, hacia aquel punto llamó por el móvil al Juanmi y le dijo que había sorprendido a cinco cabezapeladas robándole el coche y que les perseguía por el descampado. Juanmi y el Chispas partieron a la carrera en socorro de su jefe.

(Continuará…)