—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El gol de cabeza (2)

(Lee la entrega anterior)

Las pesquisas
Cuando llegaron Roque y Bermúdez, los dos policías locales, ya se estaba tomando declaración a los cuatro asaltados.
—¿Podemos ser útiles? –la precaución en estas colaboraciones entre cuerpos policiales nunca es poca.
—¡Hombre, Roque! A lo mejor nos venís al pelo –el subinspector Cañeque y el agente municipal eran viejos conocidos… este último le había pitado más de un partido de fútbol regional, a veces con desmesuradas protestas por parte del policía nacional, retirado hacía ya unos años de los campos balompédicos.
—Usted dirá, señor subinspector.
—Déjate de formalidades que todavía me escuece aquella expulsión.

» —Usted no es mujer —la subdirectora se mostró un tanto agria—. Mejor arregle sus asuntos.

—Fue mano intencionada bajo los palos. Era gol si no la atajas tú.
—Pero sabías que era mi último partido. El resultado era lo de menos.
—Eso díselo a los del Coyote, que si no empataban bajaban a tercera regional.
—Pero si acabaron bajando igual, que fallaron el penalti. Siempre fueron más malos que la carne de pescuezo.
—¿Van ustedes a seguir discutiendo de algo que pasó hace años? Ya no es actualidad, señores –Inés, la subdirectora, no estaba para muchas bromas.

Mientras, Aurori había estado barriendo los escombros que había dejado el trabucazo. Tenía unos treinta años, la guedeja de un rubio natural, de estatura mediana, guapa de cara y gruesa de carnes, lo cual le confería un mayor atractivo. Cuando se dirigió a la zona reservada al personal con la bolsa del escombro, Aurori caminaba de una forma extraña.
—¿Qué la pasa? –preguntó Roque.
—Se ha meado en las bragas –repuso la subdirectora bajando la voz–, y las lleva a media pierna.
—Pues que se las quite… Con esa falda tan ancha no se va a notar. Si las pone en un radiador se le secarán en un pispás –Roque siempre era tan resolutivo.
—Usted no es mujer –la subdirectora se mostró un tanto agria–. Mejor arregle sus asuntos.
—Que son… –cambió de tercio Roque mirando al subinspector.
—El atracador es alguien conocido. Llamó a la subdirectora por su nombre de pila.
—Está bien… Así circunscribimos el círculo de sospechosos a unas sesenta mil personas –Roque fue irónico sin proponérselo–. Algo es algo.
—Hay más, Roque. Parece ser que huyó en un ciclomotor antiguo.
—Pues entonces no habrá ido muy lejos. Al menos no ha podido tirar por la autopista –Roque abordaba los retos con mentalidad positiva.
—Es un ciclomotor anaranjado…
—¡Hombre!, eso sí que puede ayudar. Que yo recuerde sólo ha existido el modelo University… Y hay muy pocas en Mospintoles y alrededores. ¿Están seguros de que era un ciclomotor y no una moto?
—Sí. Oímos como se alejaba con un ruido constante… No metió ninguna marcha –atestiguó la subdirectora–. Además… era una Mobylette University. Yo tuve una en mis años de instituto.
—El ciclomotor más rápido de aquellos años. Creo recordar que se llegó a restringir su venta por la alta velocidad que adquiría, superior a lo permitido –se complació Roque en informar.
—¿Cuántas University puede haber en Mospintoles, Roque? –preguntó el subinspector.
—Censadas no muchas. Pero ya sabes… Yo ahora mismo tengo en mente tres y no creo que haya muchas más.
—Hay algo que tal vez pueda ayudar, si el tipo es de por aquí –el encofrador había estado escuchando, manteniéndose apartado.
—Díganos, joven –invitó el subinspector.
—Usó algunas muletillas.
—Quizá puedan caracterizarle… ¿Qué fue lo que captó usted?
—Dijo dos o tres veces “cagontó”.
—Me temo que es una expresión bastante corriente –sentenció Roque.
—Y cuando quise acercarme a él me dijo que si lo hacía me pegaba un tiro en los huevos que me los dejaba colgando de un campanario.
—¡Co…raje!, esa frase… Sí que hay alguien que la suelta con asiduidad en Mospintoles… –Roque pareció ensimismarse.
—¿No la decía el Pepe Rubianes de marras, que en gloria esté? –apuntó el subinspector Cañeque.
—¡Eso es! Y todo encaja –los ojos de Roque adquirieron brillo de súbito–. Lo suelta a diario Fracis, el del gol de cabeza. Y sé que tiene una University… estoy seguro.
—¿¡Francis el del gol de cabeza!? No jodas…
—¿Quién es ese Francis el del gol de cabeza? –quiso saber la subdirectora.
—Un infeliz que no tiene donde caerse muerto.
—Los que hemos podido caer muertos hemos sido nosotros, no te jode… –decididamente era un día amargo para la subdirectora–. ¿Pero porque le llaman “el del gol de cabeza”?

(Continuará…)