—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La movida de la churrería (1)

[En 5 entregas diarias]

Cuando Sebastián Matute llegó a su domicilio el reloj marcaba las once en punto de la noche. Allí le esperaba su mujer, María Reina, quien inusualmente había llegado antes que su marido.
—¡Por fin llega el rey de la casa!

Por la frase, pero especialmente por el tono empleado, dedujo el Sebas que el horno marital no estaba para bollos. Pese a ello se acercó a darle un beso. María no rehuyó el encuentro pero el frío que destiló aquel pequeño gesto fue tan grande que Matute sintió que todo el cuerpo se le helaba.
—¿Ocurre algo malo? –quiso indagar.
—Ocurre que el crío lleva solo desde las ocho de la tarde y ocurre que tienes un móvil que solo usas con los amiguetes y el negocio.
—Le dije a la asistenta…, a esa chica…
—Todavía no te has aprendido ni su nombre. Te importa tanto lo que ocurre entre estas cuatro paredes…

» —Ahora me vas a decir que añoras el viejo taller, que eso de tener un concesionario de Mercedes te ha complicado la vida y que no te deja tiempo para esas aficiones tuyas del mundo del peloteo y de la nueva peña del Barça.

La ironía de María enfadó a Matute.
—Entre estas cuatro paredes estoy siempre mucho más tiempo que tú…
—Adelaida, la asistenta se llama Adelaida –María hizo un regate en corto para esquivar el argumento de Sebas, no discutible.
—¿No será ese el nombre de la anterior? ¿O fue la anterior de la anterior?
—Yo no tengo la culpa de que quienes precedieron a Adelaida fuesen incapaces de cumplir unos horarios establecidos, de cuidar adecuadamente del Sergio o de hacer su trabajo correctamente.
—Vale, vale… Espero que Adelaida sea la última y así pueda darme tiempo a aprenderme su nombre y sus medidas…
—¿Estas de coña?
—Pues claro, mujer… Yo no sé porqué despediste a las tres primeras. Me parecían responsables, simpáticas, buenas personas… pero tú sabrás más de estas cosas que yo.
—¿Y sabes cuál es el horario de Adelaida?
—De nueve de la mañana hasta las siete de la tarde con un descanso de dos horas al mediodía.
—¿Y sabes a qué hora llego yo habitualmente del Ayuntamiento?
—Ni se sabe…
—Por eso habíamos acordado que tú debías hacer el esfuerzo de estar en casa a las ocho, para que Sergio estuviera solo el menor tiempo posible.
—Hoy me ha sido imposible, ha habido complicaciones.
—Deja de estar ahí de pie como un pasmarote. Anda, siéntate…

Matute barruntaba que la tormenta no solo no había pasado sino que ahora empezaría a descargar con toda su fuerza.
—¿Qué complicaciones?
—¡Hombre!, no del altísimo calado de las tuyas, esas que te tienen esclavizada en el Ayuntamiento mañana, tarde y noche, pero uno tiene también sus preocupaciones y líos…
—Ahora me vas a decir que añoras el viejo taller, que eso de tener un concesionario de Mercedes te ha complicado la vida y que no te deja tiempo para esas aficiones tuyas del mundo del peloteo y de la nueva peña del Barça que, por cierto, sabes que me ha sentado como un tiro. En fin, que estás sobrecargado de trabajo, decepcionado con el nuevo negocio y sobrepasado por los acontecimientos.
—Pues sí, esto no es lo que yo había pensado. Antes vivía mas tranquilo. Los alemanes están dando la vara a todas horas con nuevas normas y tonterías y yo me siento desbordado e incómodo.
—Te viene grande el nuevo negocio… Hice mal en gestionarlo aprovechando mis contactos y el saber hacer de López.

María seguía tirando de ironía.
—No nombres a ese imbécil delante de mis narices. María, yo añoro lo anterior. Es normal, el taller lo vivía como algo completamente familiar, mío, manejable… Sé que cuando pase el tiempo y me adapte al funcionamiento del concesionario y a la supervisión de esos cabezas cuadradas de los alemanes, quizás me alegre de todo esto pero, coño, lo que siento ahora es una sensación de agobio, de pérdida de tranquilidad, de miedo al futuro… Yo no soy como tú, que sabes esconder diplomáticamente tus sentimientos…
—Ya… yo soy un monstruo. No tengo alma ni emociones. Por eso me dedico a la política.
—¡Déjate ya de ironías, coño! Tú eres como eres y yo soy como soy. No podemos dejar de ser lo que somos…
—Quieres decir que no tenemos solución y que lo nuestro, tampoco.

Matute sintió como si un puñal le atravesara el corazón.
—¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Precisamente nuestra fuerza como pareja estriba en que somos muy diferentes.
—Complementarios.
—Sí, complementarios, sí. ¿Y qué? Hasta ahora nos ha ido bien. No tiene porqué irnos mal de ahora en adelante.
—Nuestras vidas laborables han cambiado bastante desde el verano… Se han complicado. Yo con la alcaldía y tú con el concesionario de la Mercedes…
—Nos vamos adaptando a la nueva situación, pero lleva tiempo. Al menos a mí. Tú, como eres doña perfecta, ya te has adaptado felizmente.
—Si fuera doña perfecta no me habría casado contigo.

Entonces la tormenta descargó con toda su parafernalia de rayos, truenos y aguaceros varios. No llegó la sangre al río porque en la planta de arriba estaba Sergio, el hijo, y no era plan de que –como otras veces– se enterara de las importantes discrepancias entre sus padres pero lo que se dijeron en voz baja aquella noche les dolería mutuamente durante bastante tiempo.

[Continuará…]

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