—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los insumisos (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Don Faustino miró a Jorge Sanz con renovado interés. Aquel muchacho no daba una por perdida.
—No lo sé, de verdad. Igual luchando contra lo que nos pasa desapercibido.
—¿Cómo qué, don Faustino?

El profesor había colocado la cabeza de medio perfil y desde esa óptica estudió, ensimismado, a su interlocutor. Tras guardar silencio por un espacio de tiempo indefinido, abrió los ojos de forma alarmante a la vez que lanzaba una mano hacia el chaval y exclamó a voz en grito:
—¡Prepárese y no se alarme! Pasará enseguida.

» Cabría estudiar si en el cómputo energético nacional tienen más peso los millones de domicilios particulares o los cientos de grandes empresas.

No había acabado completamente la frase cuando el esquilón comenzó a dar las doce. Cuando el eco de la última campanada se extinguió, Jorge Sanz sonrió.
—¿Cómo lo ha sabido? –Y paseando la mirada por la mesa añadió:– Aquí no hay ningún reloj a la vista…
—¿Recuerda aquel western en el que Russell Crowe le dice a Sharon Stone que escuche el reloj? No es un clásico pero no está mal –Jorge Sanz estaba boquiabierto, pero decidió cerrar la boca para decir:
—¿Qué nos pasa desapercibido que puede ser enfrentado de forma que afecte a esa oligarquía, don Faustino?
—No lo sé, Jorge. Pero se me ocurren un puñado de situaciones que desfilan ante nuestros ojos.
—Dígame una al menos –el joven no desistía y don Faustino sopesó lo que se aprestaba a decir.
—¿Nunca ha pensado en por qué cambiamos la hora en invierno y en verano?
—Es para ahorrar energía…
—Eso es lo que nos dicen, pero… ¿quién ahorra esa energía?
—Supongo que cada país.
—Los países ahorran energía, desde luego, ¿pero a quién benefician los cambios actuales? Se lo diré… a las grandes empresas y no al contribuyente.
—¿Qué quiere decir? –y don Faustino se lanzó…
—En verano llevamos dos horas de adelanto con respecto al horario solar, y en invierno una. Es decir, que en estos momentos, enero de 2012, en Madrid anochece sobre las seis y media de la tarde, hora solar: cinco y media; y amanece sobre las ocho y media, hora solar: siete y media. A las seis y media de la tarde ya están la mayor parte de las familias en su casa, y han de tener encendidas las luces de su domicilio. Dese cuenta que son muchos, muchos domicilios. Si tuviéramos el horario de verano, con dos horas de adelanto sobre el horario solar, anochecería a las siete y media de la tarde en la hora oficial. Y si en lugar de atrasar la hora en invierno la adelantáramos una más, es decir, tres sobre el horario solar, vendría anocheciendo oficialmente sobre las ocho y media de la tarde. El conjunto de las familias españolas se ahorraría diariamente entre una y dos horas de luz durante cuatro o cinco meses, energía que paga cada uno de su bolsillo. Se me dirá que con este mismo razonamiento amanecería oficialmente a las diez y media en lugar de a las ocho y media. Pero a esa hora hace tiempo que en los domicilios de los españoles apenas queda nadie: los niños en el colegio y los padres o trabajando o haciendo la compra. El ahorro familiar se potenciaría adelantando la hora en lugar de retrasándola para entrar en el horario de invierno. Sí, el alumbrado público estaría encendido hasta las diez y media de la mañana, pero eso no es relevante porque el alumbrado público ha de estar encendido el mismo número de horas –don Faustino estaba a gusto, acostumbrado a impartir en el aula–. Los servicios y dependencias de la Administración que por un lado tendrían que mantener su iluminación hasta las diez y media, por otro lado no la encenderían hasta las ocho y media de la noche, en mi caso el complejo deportivo con su piscina, el polideportivo y los campos de fútbol, las pistas de atletismo, tenis y paddle. Así que por la parte de la Administración, lo que gasta por un lado lo ahorra por otro, y no olvide que al ahorro familiar se le sumaría el del pequeño comercio, que abre a las diez de la mañana y cierra a las ocho de la tarde. ¿Quién cree que sale beneficiado del actual sistema internacional del cambio de hora? Las grandes empresas… Claro, las que no trabajan las veinticuatro horas, porque esas, igual que el alumbrado público, debe mantener la iluminación el mismo número de horas. De hecho, el cambio de hora se estableció por presiones de las grandes empresas.

Jorge Sanz escuchó casi sin pestañear la parrafada de don Faustino. Cuando éste concluyó su disertación, replicó:
—Estoy convencido de que si alguien le escuchase pondría sobre la mesa razones de tipo psicológico que pesarían sobre el ánimo de la población, amaneciendo a las diez y media de la mañana.
—¿Y qué les decimos a los vecinos de los países nórdicos, para los que también amanece tarde?
—Le echarían en cara el alto índice de suicidios que existen en esos países, y que se achacan precisamente a eso, a lo tarde que amanece.
—¡No, querido amigo! Ese alto índice de suicidios se achaca a las escasas horas de luz totales, a lo que se unen otras circunstancias, como a la reclusión en los domicilios, incomunicados debido a las bajísimas temperaturas. Pero se habla de las escasas horas de luz totales, horas de oscuridad que son propiciadas por la latitud de esas tierras tan al norte. Nosotros seguiríamos con las mismas horas de luz, pero repartidas de otra manera. Y a las ocho todavía podríamos pasear con luz diurna por nuestros parques, jardines, riberas, paseos y bulevares.
—Su argumento parece consistente, don Faustino. De ser cierto, y puesto que el cambio de hora es arbitrario y puede hacerse en un sentido o en otro… ¿Nos están engañando?
—No en el sentido estricto. Nos hablan de ahorro energético, pero no de quién lo ahorra. Cabría estudiar si en el cómputo energético nacional tienen más peso los millones de domicilios particulares o los cientos de grandes empresas, particulares también al fin y al cabo. No olvide que al país, como tal, le debería traer sin cuidado el ahorro energético, pues cada cual paga lo que gasta, apoquinando los impuestos que la Administración recauda en cada cobro.

Jorge Sanz se levantó de su silla consciente de que si no lo hacía en ese momento se quedaría allí charlando con el viejo profesor hasta bien entrada la tarde.
—Don Faustino, ha sido un placer hablar con usted. Me gustaría que nos volviéramos a ver. Se me hace tarde y tengo una cita –y tras decir esto tendió una mano que don Faustino estrechó gustosamente. Al marcharse, el viejo quedó a solas con sus reflexiones:

«…¡Ay si esta conversación pudiera ponerla yo a la vista de todos! Sería capaz de encabezar aquella revolución de los pobres para acabar con este imperio económico sobre la vida de los humildes aunque nobles. “Pero Faustino” –oyó más dentro la vocecilla de su conciencia–, “si no eres capaz ni de cambiar tu destino. Mira bien que el sistema no te corrompa a ti, que en este momento estás al otro lado del filo de la navaja”».

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