—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La joya del Rayo (2)

(Lee la entrega anterior)

Como cada partido es diferente, Piquito había estado haciendo una labor de mentalización con su par en el infantil A del Rayo durante toda la semana. Piquito, que también se encontraba más a gusto conduciendo el balón, había estado aleccionando a Miguelito sobre el arte de jugar de espaldas a la portería, y había convencido a Chili Revuelta, delantero centro con quien formaba una dupla temible en los campos de segunda división, para que estuviera el martes en el entrenamiento de los muchachos.

» En el vestuario […] Piquito quiso hacer algunos comentarios técnicos a un par de críos, que los había visto fuera del partido durante toda la primera mitad.

Miguelito, en manos de esta pareja, pronto encontró el sentido a esta parte del juego a la que hasta ahora no había prestado mucha atención:
—Aunque los centrales te lleven altura y peso, en cuanto aprendas a proteger el balón de espaldas al arco, tienes habilidad suficiente para girarte y encarar la portería.

—Ellos van a estar pendientes a la segunda jugada, pero tú eres capaz de definir aunque comiences de espaldas. Todo lo que has de hacer es no perder la referencia de los tres palos.

—No necesitas mirar para chutar… Has de sentir la posición de quien te marca sólo por el contacto, y averiguar sobre qué pie apoya el peso para desnivelar por ahí o hacerle un contrapié.

—Con un movimiento previó harás que cargue el peso donde a ti te conviene. Sólo es cuestión de sentirlo, de no pensar cuando ejecutes, de dejarte llevar… Controlar, girar preparando el balón y chutar… todo en uno.

Estas y otras recomendaciones le hicieron Piquito y Chili, que volvió el jueves encantado de la acogida que le dispensaron los chavales de aquel plantel. No en vano ambos eran sus ídolos, y ellos mismos habían dejado de ser niños no hacía tanto.

Durante el partido de hoy –Chili no pudo acudir por tener que desplazarse con el equipo profesional– Piquito no dejó de caminar por la banda, animando a los suyos. No podía ocupar un puesto en el banquillo, pero tampoco suplantaba la voz del entrenador desde la banda. Su apoyo era más presencial, con gestos ora pidiendo calma ora pidiendo más empuje.

En un lance del partido el balón fue a parar a los pies de Piquito. Éste, que hacía unas semanas que había comenzado a tocar balón en los entrenamientos del Rayo, lo elevó con el pie y mientras en el campo atendían a un chico del equipo rival que se había hecho daño en un encontronazo, realizó un par de toques malabares con el esférico.

Desde la grada, que no estaba muy retirada de la línea de cal, un aficionado de la localidad anfitriona le reprendió:
—Déjate de chorradas, chaval, que a tu edad deberías estar jugando y no entrenando a críos. Así va el fútbol, que no hay más que jugadores frustrados en los banquillos.
—¡Calla! –le corrigió un vecino de asiento–, ¿no sabes quién es ese?
—Un pelanas…
—Es Piquito, el del Rayo.
—¿Que va a ser ese Piquito? A Piquito lo conozco yo personalmente, que trabajo en Mospintoles, y lo veo todos los días.

Piquito envió el balón con la cabeza a las manos del muchacho que venía a realizar el saque de banda para devolver la pelota al Rayo –pues habían echado el balón fuera en un caballeroso gesto–, y luego miró a quien le había interpelado. No lo conocía de nada. En su vida lo había visto. El chico que atrapó el balón se colocó en la banda un poco adelantado y antes de devolver la pelota llamó en voz alta:
—¡Eh, Piquito!, no te marches sin firmarnos un autógrafo, ¿eh? Te esperamos en el vestuario al terminar.
—Vale, cuenta conmigo —fue la respuesta del crack mospintoleño.

A sus espaldas se oyeron las risas de los compañeros del simpático de la grada. Piquito se volvió divertido y bromeó en voz alta:
—Bueno, amigo mío, a ti el autógrafo te lo firmo el lunes en Mospintoles, ¿eh?

Lo ocurrencia fue acogida con un pequeño aplauso, y quien había quedado corrido también sonrió:
—Esto me pasa por bocazas…

¡Ah!, por lo general, qué distinto comportamiento tiene el público que asiste a un partido de infantiles al público que acude a la arena deportiva, aun siendo los mismos, cuando se ven amparados por la muchedumbre…

El partido llegó al descanso con el resultado de 1 a 1, y con Miguelito sin encontrar su sitio entre la defensa rival.

En el vestuario, luego de la charla táctica del míster, y mientras los chavales reponían líquidos, Piquito quiso hacer algunos comentarios técnicos a un par de críos, que los había visto fuera del partido durante toda la primera mitad.
—Estad más encima de vuestros marcajes. No les dejéis moverse con tanta facilidad. No son mejores que vosotros, sólo están jugando más atentos al balón. Estad encima de ellos y anticiparos. El tuyo no tiene buena cintura. No deberías temer que se te escape. Y tú, cierra al tuyo contra la banda. Me he fijado que en carrera no tiene recursos para parar el balón e iniciar jugada, y se va a quedar sin espacios. Lo único que ha hecho es pararse y proteger la bola con la espalda. A estas alturas no va a sorprendernos con nada nuevo. No te confíes del todo, pero estate atento a ese gesto. Le vas a sacar el balón de los pies nueve de cada diez veces.

El míster miró a Piquito y no dijo nada. Lo que había dicho el profesional era cierto, pero había maneras más positivas de comunicar con los críos. Aún así, Piquito no lo había hecho mal. Después de todo quizá no hubiera sido mala la idea de López de enviar un profesional para apoyar los entrenamientos de las categorías menores. Quizá deberían implicarse sistemáticamente todos los profesionales de una entidad deportiva acudiendo asiduamente a los entrenamientos de los críos. En esto pensaba el míster cuando el árbitro les llamó.

(Continuará…)