—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La joya del Rayo (1)

versión
completa

Miguelito era alevín de segundo año, pero aunque había cumplido los doce jugaba con el primer equipo infantil del Rayo de Mospintoles, así que entrenaba con y jugaba contra muchachos de catorce años de edad. Su habilidad con el balón, su capacidad para entender el juego, pero sobre todo la necesidad de no cortar su evolución deportiva había llevado al cuerpo técnico del Rayo a solicitar su inclusión una categoría por encima de lo que marcaba su fecha de nacimiento.

» En vísperas de las vacaciones escolares de semana santa, el equipo infantil A del Rayo iba a disputar un interesante encuentro contra un rival directo que también pretendía ascender a categoría nacional.

Miguelito era hijo único, y sus padres –ambos con un empleo estable y bien remunerado–, no eran el prototipo de padres que pierden el sueño porque su retoño “salga bueno” a fin de alcanzar la anhelada jubilación anticipada, verdadero Eldorado de nuestra sociedad (tanto en fútbol como en tenis, golf, deportes de motor…).

El chaval era un fuera de serie, y López –el presidente del Rayo y primer accionista de un holding de proyección nacional–, no había perdido el tiempo, habiéndolo designado el buque insignia de la cantera de la entidad deportiva.

No es que Miguelito fuera pequeño para su edad, pero la desventaja física al enfrentarse a sus rivales era notable, lo que le forzaba a suplir su menor envergadura con una velocidad endiablada, tanto mental como de ejecución de los gestos técnicos propios del fútbol. El niño se anticipaba las más de las veces a sus antagonistas, y se desmarcaba señalando la jugada a sus compañeros, que siempre lo encontraban en la frontal de área o dejándose caer más allá del pico de ella.

Si los rivales le dejaban controlar el balón no era raro que sentara a alguno, por lo que arrastraba a otro defensa, dejando con ello desmarcado a un compañero que recibiría una clara asistencia. No siempre las jugadas culminaban en gol, porque a pesar de la gran clase que atesoran los muchachos de estas categorías no dejan de ser niños, y aún cometen fallos groseros, fallos que serán pulidos con la experiencia que irán acumulando hasta llegar a profesionales.

Debido a sus características y a que ya había destacado en los primeros partidos de la presente temporada, los rivales sabían a qué atenerse, y los centrales tenían órdenes expresas de no dejarle jugar a gusto. Entraba en juego aquello que cierto sabio del fútbol sugirió en desafortunada ocasión: “hay que ganar por lo civil o por lo criminal”, y lo criminal en el contexto futbolístico es ejercer presión más allá de lo que permiten las reglas del juego. Miguelito no sólo era blanco de faltas reiteradas, sino que era objeto de intimidaciones y tropelías por quienes le sacaban una y a veces dos cabezas, proyectos de centrales profesionales que a nuestra pequeña figura le llevaban dos años de edad.

Con todo, Miguelito era muy sufrido, y había aprendido a no caer en las provocaciones. El primer equipo infantil del Rayo estaba cuajando una excelente temporada y buena parte de la culpa era de nuestro pequeño héroe. Por su natural afabilidad, su resignación ante entradas duras, su madurez para no dejarse arrastrar por las provocaciones, siendo como era más niño que ellos, los chicos de los equipos rivales acababan cogiéndole cariño a lo largo del partido. Los muchachos, cuando no están mediatizados por los adultos, dejan salir a flote de forma espontánea su deportividad, el llamado “fair play” que los adultos nos cargamos, pero que no es otra cosa que el estado puro en que debe desarrollarse cualquier juego, al margen de victorias, puntuaciones ligueras y carambolas matemáticas para optar al ascenso o eludir el descenso.

Piquito, que había sido empujado por López, más que para ayudar o vincularse al cuerpo técnico de los equipos de base para ocupar su tiempo de ocio durante los últimos meses de su recuperación, había sido asignado a este primer equipo infantil del Rayo, y se había hecho un asiduo tanto de los entrenamientos de los rapaces como de sus partidos, incluyendo los que implicaban desplazamiento.

En vísperas de las vacaciones escolares de semana santa, el equipo infantil A del Rayo iba a disputar un interesante encuentro contra un rival directo que también pretendía ascender a categoría nacional. Era el partido de vuelta de la liga organizada por la federación madrileña, y en la ida los mospintoleños habían ganado por la mínima –4 a 3– en un trabajado enfrentamiento que concluyó con dos goles de Miguelito y éste con un tobillo hinchado no pudiendo entrenarse durante una semana entera. Los corpulentos rivales –corpulentos para su edad, hay que seguir matizando– entraron constantemente al choque sabedores de que en el rifirrafe llevaban las de ganar contra la joya del Rayo. Miguelito no se arrugó en ningún momento y ello le mereció el aplauso del entrenador rival, que aunque escasos, aún quedan quienes saben reconocer los méritos de los rivales.

(Continuará…)