—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Ni curas ni vacas sagradas (1)

[En 6 entregas diarias]

López sopesaba dar un escarmiento en las carnes del o de los jugadores que hubieran disminuido ostensiblemente su rendimiento y a ese fin se hallaba reunido con Basáñez. Pero debían hacerlo de forma objetiva, quizá declarándolos transferibles para el mercado de invierno… Se buscaba un revulsivo para que ninguno de sus jugadores se acomodara en la estabilidad que da la seguridad de un buen contrato: no quería vacas sagradas en su vestuario. Cada uno de ellos debía tener presente que de su ficha colgaba la etiqueta de prescindible.

» —Pues verá, señor López… quería hablar con usted a solas…

El comienzo de liga había sido frustrante para el Rayo de Mospintoles. Los jugadores no daban más de sí, los técnicos no daban con la solución, la directiva no es que diera precisamente tranquilidad al equipo y la afición no les daba descanso, exigiendo resultados cada vez con más apremio. En el curso pasado no lo habían hecho nada mal, pero en este comienzo de liga el plantel se resentía –posiblemente– del varapalo sufrido en el último partido de la campaña pasada, donde el Rayo sucumbió ignominiosamente perdiendo toda posibilidad de luchar por la promoción.

A pesar de la preocupante situación, el buen ambiente entre los miembros del equipo no había disminuido: por algún motivo aquella abultada derrota de final de temporada había limado cualquier resquicio de malestar o resentimiento tras el cisma vivido en la última concentración.

Pero aunque López valoraba esta situación anímica por ser propicia para la obtención de buenos resultados, no se resignaba a que su equipo viajara en el vagón de cola y buscaba con Basáñez el medio para dar un toque al equipo, prescindiendo de los jugadores menos activos.

De eso conversaban cuando Piquito llamó a la puerta y asomó la cabeza:
—¡Oh!, si están reunidos volveré en otro momento.
—No, por favor, Piquito… Pasa y cuéntanos.
—Pues verá, señor López… quería hablar con usted a solas…
—En ese caso, me retiro –se ofreció Basáñez–. He de concluir un par de informes. Seguiremos conversando por la tarde, López. Ya le iremos dando forma –Basáñez abandonó la estancia y Piquito se sentó en la incómoda silla de las visitas frente al escritorio, desdeñando el ofrecimiento de López para que ocupara la butaca que había dejado libre Basáñez, en un rincón de la ampulosa oficina destinado a la creatividad, donde se podía charlar relajadamente.
—Mejor aquí, señor López, que a saber qué historias pueden contar esos butacones…

López hizo caso omiso de la impertinencia. Sabía que Piquito se había vuelto insolente desde el comienzo de la pretemporada. Ya no era aquel muchachito afable y correcto aunque con escasa educación y cultura. Algo estaba cambiando en el chaval. Utilizaba verbos y adjetivos que antes no hubiera hilvanado en su conversación, se atrevía a contradecirle delante de otros jugadores con motivo de su semanal visita al plantel, y por si eso fuera poco, aunque seguía respetando las jerarquías en el vestuario, los informes decían que iba por libre cuando lo que acordaban los capitanes no era de su gusto. López había hecho la nota mental de hablar privadamente con el chico en más de una ocasión, y ahora veía la posibilidad de darle el merecido tirón de orejas. Pero debía andarse con cuidado para que la charla no acabara en enfrentamiento habida cuenta del carácter que estaba dejando entrever Piquito.

Desde que las oficinas del holding se ubicaron en el estadio, acercándose con ello al equipo, López recibía menos visitas de los jugadores. Era como si los muchachos vieran amenazada su intimidad. En los sótanos de la nueva grada se había construido un SPA suficiente para las demandas del equipo y el cuerpo técnico, y cuando los jugadores no lo utilizaban, los miembros del Consejo de Administración hacían buen uso de él. Incluso los empleados habían sido autorizados a utilizarlo en determinados horarios.

—Hacía tiempo que no venías a visitarme a las oficinas, Piquito. Me alegra mucho ver que vas a retomar el hábito.
—No quiero importunar, señor López. Ya no juego a los marcianitos, y tampoco usted me necesita para… convencer a la alcaldesa… (1).

López miró atentamente a los ojos de Piquito y no supo decir si había ironía en sus palabras.

[Continuará…]


NOTAS:

  1.  — Piquito alude al día que López le contrató para evitar que repartiera pizzas. Ese día López extorsiona al alcalde (en los cuentos siguientes al enlazado).