—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La odisea (de don Faustino) (y 7)

(Lee la entrega anterior)

Cuando llegó al depósito donde se encontraba el coche, los pies le cantaban la traviata. “Lo de la grúa está a unos quince minutos andando” –le había dicho aquel simpático peatón con cara de ciudadano–. Sí, sí, quince minutos… Más de media hora le había llevado la caminata, descontado el tiempo de estancia en el bar. Pero todo lo dio por bueno en cuanto llegó al mostrador. Un señor con cara de antipático y mala leche (parece que los busquen adrede) atendió su solicitud.
—Sí, le recuerdo, sí. Usted es el señor del coche robado que luego resulta que no es robado porque el Juzgado ha metido la pata. Mi jefe me ha dicho que bajo ningún concepto puede usted retirar el coche si no paga antes los cien euros que cuesta el hacerlo. Como comprenderá nosotros no tenemos porqué pagar las meteduras de gamba de esa gente.

» Se fue entonces hacia el maletero y lo abrió. Todo estaba igual de revuelto. ¡Hasta la rueda de repuesto estaba fuera de su sitio! Entonces lo vio.

—Ustedes no, pero yo sí.
—Es su coche…
—Claro, claro… Mire: me están entrando ganas de irme, volver mañana al Juzgado y conseguir un maldito papel donde les ordene la devolución gratuita de mi turismo al haber sido indebidamente retirado de la vía pública. Pero, mire, ya soy muy mayor para dar tanto viaje, así que aquí tiene los cien malditos euros y devuélvanme de una puta vez mi puto coche.
—No se ponga así, oiga, que yo no tengo la culpa de nada.
—¡Pues anda que yo!
— Por cierto. La policía estuvo registrando su coche cuando lo trajo al depósito. Lo digo porque quizás se encuentre usted algo revuelto el interior y el maletero. Lo han revisado de arriba abajo.
—¡Pues qué bien! ¡Qué simpáticos y amables! –don Faustino ya no tenía fuerzas ni para cabrearse.
—Le deseo mucha suerte. Puede recoger el coche en el parking 2, puesto 25.

Don Faustino se fue sin despedirse. Miró las señales y encaminó sus pasos hacia el lugar indicado. Mientras iba dando vueltas a la llave de su coche empezó a echar cuentas: entre los taxis y el pago del depósito la broma le había salido por doscientos euros. Cuando vio el coche sufrió un bajón anímico, todo lo contrario de lo que esperaba. Las piernas se le aflojaron y tuvo que apoyarse en la pared. Tras unos segundos de recuperación encaminó sus pasos hacia el vehículo. Como le había indicado el tipo del mostrador, el coche había sido registrado y, poco cuidadosos, los polis habían dejado los papeles de la guantera manga por hombro. Se fue entonces hacia el maletero y lo abrió. Todo estaba igual de revuelto. ¡Hasta la rueda de repuesto estaba fuera de su sitio! Entonces lo vio.

Era un sobre tamaño folio que estaba doblado por la mitad. No le sonaba de nada. Estaba abierto y contenía papeles en su interior. Lo cogió y se introdujo en el coche. ¿Qué tendría aquel sobre? Empezó a leer los folios que contenía. Hum, aquello le sonaba de algo… Sintió que no podía dejar de leer. Cuando acabó una sonrisa le atravesaba la cara de oreja a oreja.
«…Alcorcada, Remigio, Melitón, Inmobiliaria “Tu casa”, Cañeque… Estos folios son un tesoro… Y estaban ahí, escondidos debajo de la rueda de repuesto… –don Faustino se metió el sobre en el bolsillo y arrancó el coche– ¡Al final va a resultar que la odisea ha merecido la pena!».

Viéndole tan contento y feliz pareciera que, con aquellos papeles, a don Faustino le había tocado la lotería.