—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La odisea (de don Faustino) (6)

(Lee la entrega anterior)

Don Faustino aguantaba el chaparrón con resignación. Tras preguntarle al guardia de la cola, sólo obtuvo de él un gruñido y un gesto: el que le señalaba el último lugar de la fila. Allí se puso deseando que la espera fuese llevadera pero no fue así. Por comentarios de quienes le precedían, al parecer el Juzgado tenía problemas de personal, unos por baja médica y otros por vacaciones, lo que provocaba una cola interminable todos los días. Pasó una hora y otra hora. Por fin le tocó el turno a nuestro hombre. Resignado y sumamente cansado expuso lo más rápido que pudo lo que venía padeciendo desde que vio desaparecido su coche. El funcionario que tenía enfrente no hacía más que mirar la hora. Sí, sólo faltaban cinco minutos para las dos de la tarde, hora de cierre.

» SI alguien hubiera realizado una fotografía a don Faustino a la salida del juzgado, habría retratado a un hombre hundido, destrozado, vapuleado, exprimido…

—Mire, si no le importa, vuelva usted mañana porque la persona que podría tomar la decisión que usted pide no se encuentra en los juzgados en estos momentos.
—¿Está de baja, de vacaciones o tomándose una cerveza en el bar? –Don Faustino ya estaba hasta el corvejón de tanta tomadura de pelo.
—Me va a permitir que no responda a su ironía, señor. Comprendo su hartazgo pero le repito que la persona que puede darle una solución no está aquí. Vuelva usted mañana, aunque no le garantizo que la solución que solicita, como es retirar del depósito su coche y hacerlo sin pagar, pueda ser realizada automáticamente.
—O sea, que lo llevo claro…
—Ya sabe que las cosas de palacio van despacio, y más si el palacio es el judicial. Está mal que yo lo diga pero créame que lo que le ha ocurrido también a mí me deja estupefacto. Y ahora, si me permite, son las dos de la tarde y mi jornada laboral ha terminado.
—Pues quede usted con dios, señor funcionario…

Si alguien hubiera realizado una fotografía a don Faustino, justo en el momento en que salía del juzgado, habría retratado a un hombre hundido, destrozado, vapuleado, exprimido… pero el viejo profesor estaba curtido en mil batallas así que logró reponerse en un santiamén. Preguntó a un paisano que circulaba por la acera en aquellos momentos si estaba muy lejos el depósito municipal de coches llevados por la grúa. Quiso la casualidad que estuviera a unos quince minutos de distancia, según le dijo aquel buen hombre. El viejo profesor decidió entonces darse un paseo camino de su nuevo destino. La decisión final estaba tomada: pagaría los cien euros, se montaría en su Audi de segunda mano y saldría echando leches de aquella ciudad.

Empezó a caminar y le vinieron a la mente las palabras del funcionario del juzgado: “Son las dos de la tarde y mi jornada laboral ha terminado”. Entonces recordó las cientos de veces que, una vez concluidas las clases en el colegio e instituto, él y otros colegas suyos seguían atendiendo a chavales y padres. ¡Y todavía hay quien trata a todos los funcionarios por igual!

El sol caía como una losa encima de la cabeza de don Faustino. Entró en un bar (antes se aseguró que tenía aire acondicionado) y pidió una cerveza para refrescarse la boca. Menudo día llevaba. Quizás todo habría sido más fácil si hubiera retirado el coche del depósito, previo pago, tal como le había aconsejado el Jefe de la Policía local pero se había empecinado en que no podía pagar los platos rotos de los demás, y así le lucía ahora el pelo: todavía sin coche y con un dineral gastado en taxis. Eso sin contar los sofocos, el incremento de la tensión arterial y otras cosillas más. ¡Qué tonto había sido! ¿No es eso lo que ocurre habitualmente a la pobre gente? ¿No es la gente inocente –ancianos, enfermos, niños, currantes de medio pelo…– la que siempre paga la vajilla entera cuando los responsables del estropicio son políticos corruptos, empresarios sinvergüenzas, funcionarios incompetentes..? Sintió que aquella cerveza tan fresquita empezaba a agriarse nada más entrar en su gaznate, así que se impuso el más absoluto de los silencios, incluido el cerebral. No sufriría más por culpa de una pandilla de inútiles e irresponsables. Pidió otra cerveza y poco después salió de nuevo al calor de la calle con paso decidido y brioso, camino del depósito municipal. De ahora en adelante sería un cornudo y apaleado con Audi. Pero todavía el destino le tenía reservada una última sorpresa.

[Continuará…]