—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Aventuras en Las Landas (4)

(Lee la entrega anterior)

El tío Botella era un tipo peculiar. Jubilado de las minas leonesas había vuelto al Mospintoles que le vio nacer, encontrándolo tan cambiado que nunca halló su sitio, en constante desencuentro con la nueva realidad. Además, una amargura resignada le recorría las venas. Tenía algunas fincas en el descampado llamado Las Landas desde la época de Napoleón, y había esperado deshacerse de ellas vendiéndolas a los constructores que veían negocio urbanizando todo aquel área. Una empresa de especuladores vinieron ofreciendo un buen monto al tío Botella, pero el viejo minero prefirió esperar a vender directamente a los contratistas. El tío Botella se veía sin familia y millonario viviendo regalado gracias a sus tierras en un resort del Caribe, en una villa de las islas griegas, o incluso en una cabaña en cualquier archipiélago polinesio. Lo suyo eran las islas y el calor, tal vez porque nunca había visto la mar y porque no había sentido otra cosa que el frío del macizo cantábrico. Pero una denuncia de los ecologistas locales (y la posterior apelación) retrasó en unos años la aprobación de aquel plan parcial. El tío Botella esperó con la ilusión puesta en su destino de ultramar… Luego llegó la maldita crisis y se le agrió el carácter. Ya nunca más habría islas ni climas cálidos para el tío Botella, y supo que moriría sin ver la mar y con la humedad de los inviernos royéndole los huesos.

» El macho tenía siempre malas pulgas –aunque obedecía ciegamente a su amo– y por ello dormía dentro de la chabola.

Mientras el tío Botella aguantaba sus propiedades que nunca antes valieron mucho (¿por qué no las habría vendido a aquellos especuladores, maldita sea?) y que transcurrirían decenios hasta que volvieran a valer algo, mantenía un huertito del que extraía toda la verdura que comía, que no era mucha, y había construido una chabola donde guardaba cuatro aperos de labranza y se guarecía de las inclemencias del tiempo acompañado de una garrafa de orujo, aunque nunca nadie le había visto borracho.

Allí le conoció Piquito hacía más de un lustro y había congeniado con él. A decir verdad toda la chavalería congeniaba con el tío Botella porque les dejaba hacer cuanto querían (siempre dentro de un orden), nunca le vieron de mal humor (aunque su carácter se agrió en los últimos tiempos), y sabía guardarles los secretos propios de la adolescencia y la juventud, convirtiéndose en cómplice de las rapacerías y aventurillas de los chicos del barrio.

Tenía el tío Botella dos perros grandes a cual más feo: “Cabroncete” y “Pichula”, dos canes mestizos de mala sangre. Algo se adivinaba en el mestizaje de perro pastor, mastín, rottweiler y a saber qué. El macho tenía siempre malas pulgas –aunque obedecía ciegamente a su amo– y por ello dormía dentro de la chabola. La perra era más dócil, hasta que le tocaban su vena sensible. Pichula no aguantaba esa música maquinera que ponen en las discotecas tecno. Nada más oírla se encabronaba, y era sabido que mordía de manera tan fiera como un presa canario; ya había destripado a un par de perros. Los chavales lo sabían y ninguno llevaba ese tipo de música a la chabola. Una vez Jacobo “el Tapir” acopló unos altavoces al MP3 y lo dejó sonando por descuido. Cuando la lista llegó a un corte con esa música, la perra se abalanzó sobre el improvisado equipo musical destrozándolo en un santiamén.

Piquito quería atraerse al Pepe Manu y a su escolta personal a Las Landas, concretamente a la chabola que tan bien conocía, así que una vez llegó al final del tramo asfaltado condujo lentamente por el camino rural y transitable que daba servicio a todas aquellas fincas del páramo, donde había varias chabolas de similares características a la del tío Botella. El Ayuntamiento hacía la vista gorda con estas edificaciones –algunas casi cortijos construidos con materiales baratos– en cuanto a las licencias de obras se refiere, pero vigilaba muy celosamente que nadie se instalara allí de forma fija pues no había saneamientos.

[Continuará…]