—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Aventuras en Las Landas (3)

(Lee la entrega anterior)

Abandonaron el vehículo sin prisa ninguna, dando tiempo a que la moto llegara con sus dos ocupantes enfundados en sus cascos gemelos y aparcara al otro lado de la calle. Los dos jóvenes caminaron un trecho por entre bloques de viviendas de protección oficial, todos iguales, de cuatro pisos sin ascensor, y con unas porticadas amplias en los bajos del inmueble, donde los críos podían jugar cuando llovía o cuando quisieran: a la comba, a la goma, a la rayuela, a las chapas, a las canicas, al puente con los cromos de la liga… No todos los niños de aquel barrio podían intercambiar monstruos con la PSP o jugar al último videojuego con el logo de la FIFA.

» Pero aquella ancha calle entre el centro comercial y las instalaciones deportivas no daba a ninguna parte.

Pero un lateral del bajo de cada edificio siempre estaba cerrado, destinado o bien a una vivienda ocupada por un minusválido o bien a un establecimiento de alimentación (como era el caso de los ultramarinos que regentaban los padres de Susana), una pequeña tasca o la típica papelería-librería de barrio, una droguería, una zapatería o una tiendita de moda infantil.

Pasaron por delante de uno de estos espacios cerrados, destinado a vivienda, y llamaron al portal de aquel bloque. Después de que les franquearan la entrada, desaparecieron de la vista de “Erbeti” y de Pepe Manu, quien aprovechó para tirar cinco o seis fotos más mientras la pareja aguardaba a que les respondieran a través del portero automático.

Estos pisos reservados a personas discapacitadas tenían una peculiaridad: se podía acceder a la vivienda a través del portal y también por una rampa que daba directamente a la calle desde una de las habitaciones, que lógicamente tenía una puerta exterior. El paparazzi y su peculiar guardaespaldas montaron guardia frente al portal, ajenos a que por el viento opuesto había una rampa de acceso.

Mientras tanto Piquito y Susana pasaron a la vivienda de la planta baja habitada por un buen colega del barrio, y luego salieron por la rampa. Agarrados de la mano fueron caminando un trecho por la calle de atrás, de vuelta al coche, lejos de la vista de la otra pareja, que vigilando con la vista en el portal. El Pepe Manu ya se las prometía muy felices vendiendo la exclusiva del furtivo encuentro entre la periodista y el as del balón. Cuando los dos jóvenes estuvieron a una buena distancia, echaron a correr cruzando por debajo de una de aquellas arcadas, llamando así la atención del dúo apostado frente al inmueble.

Piquito aún se entretuvo para arrancar el deportivo, salir del estacionamiento, como el que huye a gran velocidad, girar y escapar en dirección contraria. Pero con todo, dando tiempo a que aquellos dos no se rezagaran mucho.
—¡Corre, por tu padre! –gritó Pepe Manu a “Erbeti”.

Para cuando los dos tunantes arrancaron la moto Piquito ya estaba en la rotonda que daba acceso al barrio desde la Avenida de Toledo y enfiló hacia abajo, en línea recta por toda la avenida en dirección al complejo deportivo, aunque sin dejar de lanzar constantes miradas al retrovisor. Cuando estaba a la altura del centro deportivo aminoró la velocidad. Podría ser que aquellos dos idiotas se hubieran estrellado al iniciar la persecución. Susana no decía nada, iba callada, como abstraída, dejando hacer a Piquito tal y como éste le había pedido. Su mente quería encontrar algo pero ni siquiera era capaz de comenzar la búsqueda, llevada en volandas al barrio y luego avenida abajo. Sabía que había algo en lo que debía detenerse para considerarlo.

Por fin apareció una luz, allá arriba, en aquella rotonda ligeramente contraperaltada. En ese momento, tras superar los campos de fútbol, el hábil conductor giró bruscamente hacia la derecha. La jugada le salió redonda pues transmitió la sensación de huida. Pero aquella ancha calle entre el centro comercial y las instalaciones deportivas no daba a ninguna parte.

O quizá sí. Piquito sabía lo que se hacía y conocía muy bien el lugar. Aquella calle moría dos o tres centenares de metros más adelante y daba al descampado que existía tras el Complejo Deportivo Mospintoles-2. Era en aquellas campas donde se erigía la chabola del tío Botella.

[Continuará…]