—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Desventuras en la alcoba (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Susana jamás sabría precisar cuánto tiempo pasaron así enfoscados aquella noche, pero cuando despertó con reseco –quizá debido a la parrillada que habían cenado– Piquito no estaba a su lado. Se notó mojada entre las piernas y temió haberse orinado. Una rápida inspección manual le confirmó que no debía temer por ello pero que estaba sudando, un sudor cálido y agradable que quizá hubiera molestado a su pareja. Se azoró un tanto y su respiración se entrecortó. Luego pensó que no debía avergonzarse de una reacción natural. El hueco que había dejado Piquito a su lado estaba también caliente y húmedo.

» […] el chaval se giró sobre las punteras con un mínimo y brusco movimiento de cadera. Ahora Susana pudo ver qué estaba manipulando.

Decidió levantarse; seguramente el chaval estaría en la cocina, presa igualmente de la sequedad de su boca. Habían cenado fuerte, habían follado fuerte, y ahora beberían un buen trago de agua, los dos solos en la cocina. Y quizá fuera un buen momento para averiguar el porqué de aquel desorden.

Echó a un lado el cobertor y se deslizó fuera de la cama. El suelo entero de la estancia estaba enmoquetado. La sensación de caminar descalza era muy agradable en el ambiente cálido que proporcionaba la calefacción central a pleno rendimiento. Entonces se fijó en la ranura de luz que venía del baño interior del cuarto principal. Piquito, tan vago como acostumbraba a ser en algunas ocasiones, se habría conformado con beber del grifo del lavabo.

Avanzó sigilosamente, para darle una sorpresa… o un susto… lo decidiría cuando llegara el momento. Y reprimió una sonrisita que vino acompañada de un leve jadeo. Cuando llegó a la puerta la abrió lentamente. Allí estaba Piquito, totalmente desnudo, acuclillado sobre la tapa del retrete, dándole la espalda. Estaba manipulando algo, como si se le hubiera caído. Pero Piquito no usaba lentillas, no que ella supiera, a menos que se lo hubiera mantenido en secreto. Él era muy reservado para sus cosas…

En un momento dado el chaval se giró sobre las punteras con un mínimo y brusco movimiento de cadera. Ahora Susana pudo ver qué estaba manipulando. Sobre la tapa del váter había una chapa brillante con una línea blanca que desapareció en un santiamén. Apenas pudo verla. Pero aquello desapareció al ritmo de una inspiración de Piquito. Se quedó pasmada, sin saber qué decir. En ese momento Piquito levantó la cabeza y la vio allí parada, junto al quicio de la puerta, completamente desnuda, en todo su esplendor, con los brazos cruzados por debajo de sus macizos pechos. Él la sonrió y le ofreció:
—¿Quieres un tirito, Susana?
—No, gracias –y se obligó a sonreír.
—No es “queta”, es coca de primera.
—Me vuelvo a la cama… Sólo quería saber dónde estabas. Vamos, te espero para el segundo tiempo –de pronto había olvidado la sed que había sentido momentos antes.

Y sin saber qué pensar… sin poder “qué” pensar, Susana se lanzó al mullido lecho. Rebotó y se dio la vuelta. En el marco donde ella había estado hacía unos segundos apareció él, desnudo, fibroso, con sus largos músculos brillando al contraluz de las bombillas del baño. Piquito apagó las luces y también se lanzó sobre la cama. Aquel segundo tiempo fue aún mejor que el primero, y duró toda una prórroga completa. La mente de Susana se centró en el partido que disputaba y dejó de divagar. Después de todo, aquella idea que había estado buscando en vano volvería en cualquier momento. Y ahora sí que tenía algo más concreto en qué pensar. Sólo que no quería hacerlo.

[Continúa en el epílogo…]