—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

San Cucufato, los cojones te ato (3)

(Lee la entrega anterior)

El alemán había llegado a Madrid en el vuelo de primera hora de la mañana y sin perder tiempo se había dirigido a Mospintoles. Después de visitar el lujoso piso en el que vivía y comprobar que todo estaba limpio y en perfecto orden –de lo que se ocupó una de sus amistades durante su ausencia–, se dirigió sin prisa a la sede de Industrias López, emporio del dueño del Rayo de Mospintoles. Luego de un tira y afloja en la puerta de entrada con Núñez, el jefe de seguridad, y averiguar que López estaba reunido, se encaminó sin titubear a la tercera planta. Su intención era irrumpir en la reunión y aguardar las reacciones que su acción provocara.

» López se rascó la nariz con dos dedos en un gesto que le caracterizaba cuando buscaba una expresión en su registro con la que evitar ser brusco.

Por cuestión de escasos minutos no consiguió su objetivo, y cuando López se vio cara a cara con el alemán, ambos se observaron sin pestañear por un largo espacio de tiempo. Metzger ignoraba cual sería su futuro deportivo en Mospintoles, pero sí sabía que no quería abandonar la ciudad. Tenía ya intereses creados e Inmaculada, la madre de Piquito, entraba en sus planes.

López fue el primero en hablar:
—Bienvenido Herr Metzger… Pero llega usted en un mal momento… –la voz de López se escuchó en el fondo de la sala que abandonaba en ese momento. Metzger sonrió a López y miró hacia el interior, observando cómo todas las caras se volvían hacia ellos y todos los oídos prestaban atención.
—Muchas grrracias Herr Lópezss, pero no crrreo que sea peorrr momento que lo que Metzger ha habido estos meses –Metzger intentaba ganar tiempo, y para ello echaba mano de toda la fluidez en el castellano de que era capaz. Pero notando que cuatro meses sin hablar la lengua cervantina le iban a suponer algunas trabas idiomáticas, se dispuso a ser paciente.
—Me gustaría tener una charla con usted, pero me temo que debemos aplazarla para mañana; ahora mismo el Rayo está envuelto en una crisis deportiva urgente y necesitamos dedicar nuestro tiempo y energías a resolverla.
—¿Crrrisis deporrrtiva? ¿Qué cosa serrr crrrisis deporrrtiva?
—Suponiendo que haya seguido la trayectoria de nuestro equipo ya sabrá que viajamos en el furgón de cola.
—Bien, perro ahorra Metzger está de vuelta… y con ganas de trrrabajarrr con equipo.
—Me temo que no va a ser tan sencillo, Herr Metzger.
—Perro Metzger tiene contrrrato con el equipo, ¿ja?
—Sí, pero no tiene ficha federativa.
—¿Qué cosa serrr ficha federativa?
—La licencia que exige la federación para poder jugar.
—Ja, pero ficha federrrativa serrr sólo cosa de dinero, ¿ja?
—No es tan fácil, Herr Metzger… Necesitamos sitio en el equipo.
—¿Sitio? Metzger juega en cualquier sitio, ¿ja? No haberrr prrroblemo…

López se rascó la nariz con dos dedos en un gesto que le caracterizaba cuando buscaba una expresión en su registro con la que evitar ser brusco. Mientras tanto, Basáñez le escoltaba y el resto de los miembros del Consejos le arropaban por detrás como si de una Guardia de Corps se tratara.
—Herr Metzger, no es cuestión de sitio físico, sino de un lugar en la plantilla…, en el roster.
—¡Ah…! Metzger entiende… –aunque en realidad el alemán sólo quería ganar tiempo, porque no acababa de alcanzar la nueva situación–. Entonces, ¿cuál serrr crrrisis deporrrtiva?
—No tenemos entrenador. El Consejo acaba de decidir que se le rescinde el contrato al míster. Y ahora tenemos que encontrar un nuevo técnico para que se haga cargo de la plantilla, a poder ser para mañana por la mañana.
—Pero eso no serrr problemo… Y matarrr dos rrratas de un tiro, ¿ja? Metzger serrr entrrrenadorrr del Rayo. Hasta que encuentrrren algo mejorrr, ¿ja?

[Continuará…]