—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

San Cucufato, los cojones te ato (4)

(Lee la entrega anterior)

Los miembros del Consejo se miraron unos a otros, incrédulos, pero López creyó ver la luz al final del túnel. O al menos la solución para ganar un par de semanas y obtener una mejor negociación:
—Pero Herr Metzger, para ser entrenador de la Liga española debe usted tener la titulación.
—No serrr prrroblemo, Herr Lópezss. Metzger haberrr título entrrrenadorrr, título alemán, ¿ja?
—¿Tiene usted el título de entrenador de la federación alemana de fútbol?
—¡Ja! Y Meztger no estarrr en cárrrcel de brrrazos crrruzados.
—En ese caso, Herr Metzger, quizá quiera comer hoy conmigo. Y de paso hablaremos de su proposición. Aunque debo hacerle constar que la decisión final ha de ser refrendada por el Consejo de Administración del Rayo.
—¡Ja!, no prrroblemo… Metzger entenderrr, ¿ja?

* * * * * * * * * * *

» Un viejecito medio desdentado que calzaba unas zapatillas desgastadas, vestido con una bata raída que no ocultaba una camiseta interior que alguna vez quizá fue blanca, le hablaba con la puerta a medio abrir.

Después de comer con López, Metzger pidió un taxi y dio la dirección del barrio de San Agustín, donde vivía Piquito con su madre. Al llegar no encontró nada cambiado. Quizá, desde su celda, en los recuerdos que tenía del futuro que había querido vislumbrar y que estaba viviendo ahora, recreó algún cambio para el día de su vuelta. Pero el barrio mantenía la tristeza que tuvo el primer día que fue a ver a Piquito con motivo de la lesión del chaval. Casas desconchadas, bloques hacinados, pisos pequeños… y un elusivo olor a puchero que se le pegaba a uno a la entrada de las fosas nasales y lo embriagaba hasta el punto de embotarle el paladar.

Pagó la carrera al taxista y le despidió. Se encaminó hacia el bloque donde vivía Inmaculada con Piquito, subió las escaleras y se presentó ante la puerta. Hasta aquí, todo lo que había hecho lo había previvido una y otra vez en la soledad nocturna de la cárcel de Siegburg. Ahora se enfrentaba al momento de la verdad… Así que no lo demoró más y llamó a la puerta.

Por algún motivo no usó el timbre, sino que golpeó la puerta con los nudillos. En el interior sonó un eco a espacio vacío. Entonces Metzger, con cierta intranquilidad, sí utilizó el timbre. El sonido metálico de la campanilla que le devolvió el interior de la morada era igualmente el de un inmueble vacío. Lo pulsó una vez más sin esperar que nadie le abriera. Allí ya no vivía nadie.

Confuso, Metzger dio media vuelta dispuesto a bajar a la calle para fijarse en las ventanas. Si el piso estaba en venta tendría que haber un cartel con el teléfono de la inmobiliaria. Quizá allí le podrían informar del paradero de Inmaculada y su hijo ?Metzger ignoraba que tratándose de un piso de protección oficial sus inquilinos no son los verdaderos propietarios y al abandonarlo el piso vuelve a la Administración promotora?. Pero cuando bajaba por la estrecha escalera del edificio se abrió la puerta que daba justo enfrente del piso de Piquito e Inmaculada.
—¡Eh!, Metzger… Se han mudado…

Un viejecito medio desdentado que calzaba unas zapatillas desgastadas, vestido con una bata raída que no ocultaba una camiseta interior que alguna vez quizá fue blanca, le hablaba con la puerta a medio abrir. Metzger se volvió.
—Hola Herr… ¿Usted conoce a mí?
—¡Claro, quien no conoce tu rubia cabellera! Veo que no te la han rapado en el trullo, jeje… Esos alemanes saben respetar, ¿eh? –el viejo padecía una compulsiva risita nerviosa.
—Señorrr, porrr favorrr, ¿sabe dónde viven Inmaculada y Piquito ahorra?
—Se han ido del barrio, jeje. Piquito ahora es más famoso todavía, y gana mucho dinero, jiji. ¿Has vuelto para jugar en el Rayo? Ahora las cosas van mal por aquí.
—¿Le van mal las cosas a Inmaculada? ¿Dónde viven ahorra, señorrr?
—Las cosas van mal por toda España, no te jode. Estamos en crisis, y no hay trabajo, jiji. Pero tú tienes un buen contrato, ¿eh, cabrón?
—Metzger no serrr cabrrrón, señorrr. Metzger quierre saberrr dónde vive ahorra Inmaculada, porrr favorrr, señorrr, ¿usted puede ayudarrr a mí?
—¡Ah, Inmaculada! Sí, sé que te la follabas, cabrón, jeje. Y ahora vuelves a por ella, ¿eh? Humm… veo que a ti las cosas te van bien. Vistes de puta madre, jiji. Y ese anillo que tienes en el dedo… ¡parece el sello de un rey! ¡Qué suertes tienes de jugar al fútbol, hijoputa!
—Señorrr, Metzger no hijo puta. ¿Le gusta anillo? Parra usted si dice mí dónde viven ahorra Inmaculada y Piquito –y Metzger se sacó el sello del dedo y se lo ofreció al viejo.
—¿Pero quién te has creído tú que soy yo, so cabrón hijo de puta? ¿Te crees que un español se vende por dinero? Te hubiera dicho gratis dónde viven… Yo sólo quería hablar contigo. Vete a tomar por el culo, nazi de mierda.

[Continuará…]