—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Susana superstar (3)

(Lee la entrega anterior)

Piquito voló más que corrió a sintonizar el canal. Y allí estaba Susana, en todo su esplendor. Lo que más le gustó a Piquito es que la morena no entró al trapo. Opinó sin dar voces, sin sobresaltos, sin meterse con nadie. Fue educada y comedida en sus aseveraciones, evitando ser categórica ni pontificar, y no cayó en el simplismo de los mediocres que usan muletillas como “yo creo”, “a mí me parece”, o “pienso que”. Todo ello, aunque Piquito no supiera expresarlo así, colocaba a Susana por encima del resto de contertulios.

» Miró por encima del hombro de Sebas y dio un respingo. Se trataba de aquel programa de verduleras en el que hablaban de fútbol, ellas y ellos, que en eso si había llegado la igualdad.

El célebre delantero mospintoleño mantenía con Susana una relación semejante (en algún punto impreciso) a la que López mantenía con ella. Cómo llevaba esta doble vida la reportera era un enigma. Podría decirse que la mantenía a costa de crear un halo de misterio en torno a ella, y la estrategia le iba saliendo bien. Cuando tenía cita con uno y el otro la requería, ella se zafaba del compromiso dando vagas explicaciones y dejando a la interpretación del plantado los motivos de la imposibilidad para la reunión amorosa.

Y no sólo llevaba doble vida aquella aventajada alumna de don Faustino, sino triple, pues también mantenía su aventurilla con Matute. Este romance es el que menos la ataba, pues Sebas debía cumplir también con su diario compromiso doméstico. Susana reconocía en su intimidad que lo que de verdad la llenaba era la triple relación. Era una lástima no poder quedarse abiertamente con los tres a tiempo parcial, sacando lo mejor da cada uno: el tren de vida que se daba López y las atenciones de que la colmaba cuando estaba de buenas, la juventud y el vigor incansable de Piquito, y el aplomo y la hombría de Matute.

El pobre Matute, aburrido del giro que había dado su vida matrimonial en los últimos meses, se tragaba cualquier aberración televisiva con tal de que fuera futbolera. Y aquella noche de la aparición estelar de Susana en el programa el bueno de Sebas estaba viendo la tele sentado en la cocina… ¡oh!, desde que María era alcaldesa la cocina había pasado a llamarse el office. Su consorte acaparaba la tele del salón para visionar los planos e insulsos programas de política y economía nacional, y él se contentaba con la tele portátil del office. Aunque los fines de semana reivindicaba ver al Barça en la tele del salón, no siempre eran atendidos sus clamores, especialmente cuando María tenía visitas, que últimamente siempre coincidían a la hora del partido del Barça por el Canal Plus. La creación de la Peña El Mesías postergó la guerra por el mando de la tele y el deterioro del matrimonio Matute-Reina. Aunque bien mirado, la precipitó de otra manera.

En esas estaba Sebas, sentado en la rígida silla de la cocina, cuando presentaron a Susana. Inmediatamente, como un gesto reflejo, subió el volumen, quizá para escuchar mejor, quizá para concentrarse mejor, quizá para no perder detalle de cuanto decía su ocasional amante. Aquella subida de la voz del televisor de la cocina… bueno, del office, no pasó desapercibida para María, que quedó intrigada:
»¿…Qué estará viendo este mameluco que necesita subir el volumen?

Aguardó unos minutos y como quien no quiere la cosa, y sin hacer ningún ruido que la delatara, irrumpió en la cocina en busca de no se sabe qué: quizá unas galletas, quizá un vaso de agua, quizá una nada de nada.

Miró por encima del hombro de Sebas y dio un respingo. Se trataba de aquel programa de verduleras en el que hablaban de fútbol, ellas y ellos, que en eso si había llegado la igualdad. Supuso María que estarían ponderando la ventaja de diez puntos del Madrid sobre el Barça y que Sebas, una vez concluido el debate, comenzaría a hablar solo de aquí para allá durante un cuarto de hora. Bueno, mientras lo hiciera en la cocina y no la despertara a ella… que se iba para la cama, agotada como estaba después de tres maratonianas reuniones con imbéciles que se creían que por el sólo hecho de tener dinero podían dictar las condiciones.

Y en esos recuerdos estaba perdiéndose María, sin saber muy bien con qué disculpa se había llegado al office, cuando menos para justificar su presencia en territorio Matute, cuando las cámaras enfocaron a Susana y su inconfundible voz llenó aquel espacio doméstico. Al igual que Matute momentos antes no pudo evitar subir el volumen, María no fue dueña de su siguiente gesto, y aún con la puerta de uno de los altillos de la cocina (¡del office!) en la mano, presa de una furia repentina, cerró con tal violencia el armario que tazas y platos vibraron de forma que amenazaron hacerse añicos.

[Continuará…]