—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Susana superstar (y 4)

(Lee la entrega anterior)

Sebas, hombre curtido y en ese momento embebido de su diosa particular, ni se inmutó, aunque rió por lo bajini por el incontenible cabreo de que fue objeto la fría María. Acto seguido la alcaldesa y ama de casa abandonó hecha una fiera el office envuelta en el ondulante revoloteo de bata y camisón con tal virulencia que las prendas se le enredaban entre sus macizas y bien torneadas piernas. Una manga se le enganchó al salir en el pomo de la puerta de la cocina u office y tuvo que dar un paso atrás para desengancharse y no rasgar la prenda. Al hacerlo vio de nuevo a Matute con un brillo en los ojos que ella no recordaba haber visto en muchos años, y, juraría, que el tipo aquel con el que se encontraba casada tenía un hilillo de baba en la comisura del labio. Ignoraba María que la salivilla del regusto que le caía a Matute estaba propiciada más por el enojo de ella que por la visión a distancia de la bella mulata.

» Y así fue cómo Susana Crespo se convirtió en la presentadora del programa televisivo «Deporvida».

Aquella noche fue el principio de muchas cosas, entre ellas, el fin del matrimonio de los Matute. Pero aún deberían transcurrir muchos otros avatares para que la tormenta estallara.

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Quiso Destino que por aquellas fechas la cadena de televisión, tratando de desmarcarse de la tónica habitual en los programas futboleros, y quizá porque no se pueda caer más bajo, decidió lanzar un nuevo programa deportivo con un novedoso formato más… inteligente. Se pensó en un conductor para el programa y posiblemente para demostrar que no eran machistas (o tal vez porque no confiaban en el éxito de la nueva invención, y mejor que se estrellara una mujer), decidieron contratar una presentadora como cara del programa.

Comenzaron con un casting interno, pero en la cadena no había nadie disponible. Se inició una rueda de contactos con diferentes candidatas, pero o bien unas no estaban disponibles o bien otras no confiaban en el formato tanto como para comprometer su carrera. No es que se tratara de una mala idea, sino que –entendían quienes rehusaron la propuesta– después de tantos años dando bazofia a comer a los zombividentes, éstos no tendrían estómagos apropiados para deglutir un sabroso solomillo televisado.

Así las cosas, el proyecto se vio frenado. En la reunión que se celebró para decidir si se daba carpetazo al asunto o se le daba alguna vuelta más, alguien propuso que, puesto que del elenco de presentadoras con que contaron nadie quería asumir la responsabilidad de un fracaso, bien podían encomendarle la tarea a una nueva cara, a alguien que no tuviera nada que perder. La búsqueda, el nuevo casting, quedó ahora restringida a periodistas con escaso bagaje profesional, atrevidas, con desparpajo se podría decir, y que no fueran conocidas del público. Precisamente en la solución radicaba el problema. Si debían buscar a alguien desconocida con clase y categoría, no sería fácil encontrar la candidata ignota.

Puestos a pensar les llegó la hora imperdonable del almuerzo y decidieron posponer toda decisión hasta después de comer. Quizá con el estómago satisfecho las ideas afluyeran al cerebro… aunque ocurrió todo lo contrario, como era de esperar. Con las tripas llenas el riego sanguíneo deja de afluir al cerebro en la medida que se concentra en las vísceras de la digestión. Apareció la somnolencia propia de la siesta y no fueron capaces de encontrar una bonita cara con un cerebro medianamente amueblado.

Estaban ya dispuestos a desistir y cerrar el proyecto cuando entró un becario para informar de que volvían a tener una baja entre los contertulios del infumable programa futbolero del lunes y recabar directrices sobre un posible sustituto:
—Cualquiera menos la morena del otro día, que dio poco juego —comentó el realizador de ese programa, reunido allí con los demás directivos de la cadena.
—No lo dio… ¿o no quiso darlo? —quiso saber el jefe de deportes.
—Tanto da —respondió aquel—. Esa chavala no es de ese pelo.

Alguno de los allí reunidos cogió la idea al vuelo. Y propuso el nombre de Susana para conducir el nuevo formato. Resultó que tenía experiencia en radio y prensa, y no en televisión. Y alguien más apuntó la soltura y naturalidad de que hizo gala ante la cámara el día del atraco de Francis el del gol de cabeza.
—Y eso sin prepararse para nada. Improvisó sobre la marcha.
—Quizá eso sea lo malo. Ya veremos cómo reacciona en un plató con un guión al que sujetarse.
—Hagámosla un casting… y si no resulta, enterramos la idea.

Y así fue cómo Susana Crespo se convirtió en la presentadora del programa televisivo «Deporvida».