—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

¡Calla, negra! (3)

(Lee la entrega anterior)

En interés de nuestros lectores debemos explicar que al director del IES no le quedó más remedio que convocar el susodicho claustro en el tiempo reglamentario so pena de ser a su vez denunciado a la inspección escolar. Sabía don Lacio que al inspector, buen amigo suyo, no le quedaría más remedio que atender la queja de doña Casta y abrirle expediente a él so pena a su vez de ser objeto de expediente disciplinario por parte de su jefe, pues éste, si con buena voluntad diera carpetazo al asunto, se vería comprometido ante la Consejería de Educación y podría ser diana de otro expediente sancionador aún de mayor envergadura por dejación de sus funciones.

» Leyó Germán la carta, no le dio importancia alguna pensando que todo se solventaría con una sencilla explicación, y marchó […].

Doña Casta, sabido era en todo Mospintoles, pertenecía al partido en el poder en la Comunidad de Madrid, y todo el grupo de presión que cabildeaba caería sobre la consejera de Educación, que a su vez vería pendiente de un hilo su puesto si todo el asunto acabara en la prensa regional y tal vez nacional por no defender los derechos de la mujer, de una menor y de una minoría étnica. Adiós a la tan meteórica carrera política que había llevado a la señora consejera de las ubres del partido a un sillón en la Junta y cuyo cohete político apuntaba ya a la luna del parlamento nacional, al que llegaría en la próxima legislatura rodeada de toda su legión de chupadores, lamedores, aplaudidores, aduladores, paniaguados, arrastrados, insulsos y ñoños.

Las cosas pintaban mal para Germán Lobo y ahora él sí estaba a punto de saberlo. Reunido el órgano colegiado se decretó pasar el asunto al consejo escolar no sin antes dar audiencia al interesado. Como quiera que Tina era menor de edad, su testimonio no sería escuchado. Además carecería de valor puesto que era de esperar de la candidez de la muchacha —argumentó doña Casta— que ésta defendiera a su compañón, y, hasta quizá, quién sabe, amenazada por este animal felón que sólo era útil para las tareas físicas.

Llegó la citación al domicilio de Germán y fue abierta por éste, pues su padre había fallecido tres años antes y a su madre, enferma y depresiva, convenía darle las noticias —buenas y malas— en pequeñas dosis. Conformaba la familia de Germán su hermana Berta, una bella niña de doce años que después del colegio ayudaba en las labores domésticas a su madre. Hay quien piensa que estos problemas familiares frenaron la carrera académica de Germán, aunque justo es reconocer que tampoco es que presentara un expediente académico como para tirar voladores.

Leyó Germán la carta, no le dio importancia alguna pensando que todo se solventaría con una sencilla explicación, y marchó a trabajar al polígono industrial donde llevaba descargando camiones de ferralla y soldando piezas cada vez menos sencillas a media jornada desde el fallecimiento de su padre. Luego, ajeno a la inquina que le profesaba doña Casta, fue al complejo deportivo Mospintoles-2 para explayarse en sus entrenamientos y departir con sus camaradas antes de regresar al hogar familiar.

Pero la carta se cayó del pantalón de Germán en la herrería y después de ser pisada durante el traslado de unas vigas, quedó sepultada por un centenar y medio de kilos de pernos. Y Germán no se volvió a acordar de su cita para dos días después, pues la comunicación había llegado con treinta y seis horas de antelación, tiempo más que suficiente para cumplir con los reglamentos.

[Continuará…]