—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los colores son los colores (1)

«Gajes del oficio» – 2ª parte
(Quizá quieras leer antes la primera parte…)

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López estaba sentado en el palco del equipo anfitrión en un nuevo partido del Rayo como visitante en la segunda división del fútbol español. Como presidente recién llegado a la Liga de Fútbol Profesional todo era nuevo para él, y no perdía ocasión de acudir a los palcos de los equipos rivales. Cuando el Rayo jugaba en casa invitaba personalmente al presidente del otro equipo; le convidaba a comer y luego a cenar tras el partido. Había decido que no iba a dejar que su relación con las demás entidades se enturbiara por lances del juego o declaraciones mal expresadas en un momento turbulento, mal interpretadas y peor transcritas. Quería dejar clara su mentalidad de empresa, y detestaba a esos presidentes que oficiando de fanáticos del equipo se dejan llevar por el calor de la afición y pierden la objetividad.

» Los porteros y el personal de seguridad identificaban enseguida a Peláez y les franqueaban los accesos por puertas laterales.

López, en cada nuevo partido de liga, trataba de dejar claro que veía el fútbol y a su equipo meramente como una empresa, sin la incondicionalidad del forofo. Incluso —bromeaba con los demás presidentes— sería capaz de vender al Rayo como vendería cualquier otra empresa de su holding si ello fuera aconsejable desde un frío punto de vista financiero. Se había ganado la etiqueta de flemático entre los presidentes de la LFP.

No se llevaban jugados aún cinco minutos del partido cuando sonó su móvil particular, número al que sólo un selecto grupito de personas tenían acceso. Era Susana Crespo, la flamante directora de La Nueva Tribuna, el semanario que López había adquirido —de forma un tanto cara para su gusto, pero Basáñez había insistido en las posibilidades que abría aquel nuevo negocio— durante el último verano.

Mientras dejaba que el teléfono sonara con un timbre casi imperceptible López miró hacia abajo, a la zona de los reporteros gráficos, y no distinguió a Susana entre los chicos de la prensa. Finalmente descolgó, un tanto inquieto hubo de reconocer, aunque sin saber por qué, pues era hombre de temperamento frío que había aprendido a controlar sus emociones:

~Dime, Susana —habló en voz baja—. No te veo entre los periodistas.

~No estoy en el campo, López. No he podido acceder aún. Me han asaltado en las inmediaciones del estadio.

~¿Estás bien?

~Me han roto la cámara Reflex, pero creo que con la de repuesto podré obtener algunas fotos válidas.

~¿Sólo te han roto la cámara?

~Bueno, me acaban de coser cinco puntos en la ceja.

~¿Quéeee? —chilló López consiguiendo que todos los presentes en el palco se volvieran hacia él.

El presidente anfitrión apartó la mirada del campo de juego y se inclinó hacia López:
—¿Va todo bien, presidente?

López levantó una mano en señal de espera mientras escuchaba lo que Susana le iba relatando. Al cabo de unos largos segundos López cerró la comunicación telefónica:
—Acaban de asaltar a mi reportera, aquí fuera, en ese descampado que está próximo a uno de los fondos, cuando se disponía a acceder a la zona de prensa. Me dice que han sido cinco ultras. La han agredido y está algo conmocionada. Ha precisado cinco puntos de sutura —informó de un tirón López a todo el palco. Hubo de reconocerse que estaba exasperado. Mientras él bromeaba en el palco aguardando el inicio del encuentro a Susana le habían dado una paliza.

—Presidente —continuó López con más calma—, me vas a tener que disculpar pero me voy a ausentar por unos minutos. Quiero ver a la chica.

Su colega presidente entendió la situación: lo de “mi reportera” había sido harto elocuente sin que López hubiera reparado en ello.
—Peláez, por favor —llamó a uno de sus directivos—. Acompañe al presidente López afuera del estadio, hasta el fondo norte, si es usted tan amable.

Peláez, que al igual que todo el palco ya estaba informado del percance sufrido por la que luego llamaron festiva y privadamente “la chica de López”, se puso a disposición del empresario mospintoleño.

López bajó por las escaleras internas con bastante prisa. Susana le había dicho que tenían un problema con la policía que no les dejaba acceder al estadio en aquellos momentos. Le extrañó que Susana utilizara la segunda persona del plural, pero no preguntó. En un momento dado Peláez le indicó que girara por uno de los pasillos interiores. Aquel estadio era enorme comparado con el municipal de Mospintoles. No en vano el rival de hoy era un equipo de primera división que por cosas del juego había perdido la categoría. Los porteros y el personal de seguridad identificaban enseguida a Peláez y les franqueaban los accesos por puertas laterales. En un santiamén estuvieron en el fondo norte, por debajo de los graderíos, mientras la multitud vociferaba por encima del hormigón. Algo acaba de ocurrir en el campo de juego a juzgar por el rugido de la turbamulta.

(Continuará…)