—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El precio del chocolate (2)

(Lee la entrega anterior)

M’es igual. Sólo h’entrao pa’ hablar contigo… Y de paso me llevo este chocolate, que es el que me compra siempre mi madre.

Susana le miró a la cara. Sin saber por qué, estaba algo nerviosa. Era la primera vez que se veía frente a frente con Piquito. Tenía una cara aniñada, era de constitución fina, pero se le notaban unos pectorales bien formados debajo de la camiseta. Debido a su delgadez, endémica en los deportistas, parecía más alto de lo que realmente era, aunque tenía buena talla.
—Vaya por dios. ¿El gran Piquito quiere hablar conmigo? —la muchacha lamentó haber dicho aquello que sonó sarcásticamente sin ella proponérselo.

» —Espera, espera un momento. ¿Pagarle por qué?

—El gran Piquito no sólo querer hablar contigo sino que necesitar pedir favor —repuso el chaval como si fuera un gran jefe indio.

El no hacer caso del sarcasmo, demostrando además tener buen humor, le hizo ganar puntos ante Susana. Lo que ella ignoraba es que el muchacho tenía, aún sin diagnosticar, síndrome de Asperger en grado leve y no siempre captaba las inflexiones de voz, las ironías y los dobles sentidos de la conversación.
—¿Un favor? ¿Yo? Si no te conozco de nada…
—Sí que me conoces; m’has llamao por mi nombre.
—Eso es cierto —rió ella—. Pues tú dirás…
—Necesitaba que hablaras de mí a don Faustino. Ese profe del insti con el que tanto hablas.
—¿Que le hable de ti? Pero si ya te conoce…
—Ya… Pero es que me gustaría que le dijeras que necesito que m’eche una mano.
—¿Y por qué no se lo dices tú directamente?
—¡Bah!, tía, pueh porque me da pava.
—¿Te da corte hablar con alguien que fue tu profe y no te da corte venir a pedirme un favor cuando nunca antes habíamos hablado tú y yo?
—Pero es distinto, Susana. Nosotros somos del barrio. Fíjate si nos conocemos que nos hemos llamao po’l nombre. Pero yo quiero saber si don Faustino está dispuesto a ayudarme. Yo le pagaría, ¿eh?
—Espera, espera un momento. ¿Pagarle por qué?
Pueh pa’ que me enseñe a leer.
—¿Que no sabes leer? Venga, hombre, eso no me lo creo ni de coña.
—Bueno, veamos. Leer, sé leer. ¿Ves que allí pone “manzanas golden” y allí “oferta tres por dos”? Leer sé leer, Susana. No pensarías que soy tan gilipollas.

Susana quedó callada… Y pensó: “touché”… Pero sólo hizo un mohín y un leve encogimiento de hombros que pudo significar cualquier cosa y que Piquito quiso entender como un “por supuesto que no”.
—Lo que pasa es que no me concentro cuando leo un libro de esos que son to’ letras.
—¿Un libro de todo letras? Los libros no tienen más que letras. ¿A qué te refieres?
Pueh a libros sin dibujos… Tebeos y cómics sí que los leo enteros. Pero no puedo leerme dos páginas seguías d’un libro en el que to’ son letras. Empiezo a leer y al poco se me va la olla a otras cosas y cuando me vengo a dar cuenta estoy leyendo una y otra vez las mismas líneas sin pasar de ahí.
—¿Y para qué quieres tú ahora ponerte a leer libros? Para jugar al fútbol no hace falta saber leer…

(Continuará…)