—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El primer partido (y 3)

(Lee la entrega anterior)

Y el quinto, cuando se cumplía el minuto 30, para qué contar… El equipo estaba exhausto, y para entonces sólo defendía. Incluso Piquito había tenido un gran desgaste; desasistido durante toda la segunda mitad, se vio obligado a realizar tareas defensivas en el centro del campo, conteniendo y ejerciendo presión.

Hay que reconocer que a partir de aquí los rivales bajaron el ritmo habida cuenta de que el partido estaba ganado y no era cosa de arriesgar una lesión contra un rival inferior y entregado.

» El defensor que cubría ese poste saltó y tan sólo alcanzó a notar que las cuerdas del balón tiraban de su cabello. Antes de tocar el suelo el portero caía sobre él arrollándolo contra el lateral de la red.

Al filo del final del tiempo reglamentario el árbitro les advirtió de que el descuento se iba a los 3 minutos, a pesar de que los mospintoleños le pidieron que no descontara nada porque ya tenían suficiente.

Poco antes del pitido final el Rayo, libre de presión, se había estirado un tanto y ganó un córner. El interior se colocó en la esquina y anunció una jugada ensayada. Piquito se colocó fuera del área. Metzger si situó junto a él. La idea era que Piquito entrara veloz y peinara de cabeza hacia atrás un balón sacado al primer palo para en un segundo toque buscar en el otro poste el hueco dejado por el portero, que debía ir a cubrir la primera intención.

Pero Metzger sujetó a Piquito por el brazo en el momento en que el chaval se disponía a iniciar la carrera, y dejándolo atrás se lanzó hacia el primer palo justo cuando el interior se aproximaba al balón. El cuero fue al punto donde se tendría que haber encontrado Piquito, y Metzger de un soberbio testarazo envió el esférico al fondo de la portería. En su carrera arrolló a dos defensas, que viendo el ímpetu con que llegaba el alemán salieron a obstruirle el paso.

La pelota se coló por la escuadra, el único hueco posible. El defensor que cubría ese poste saltó y tan sólo alcanzó a notar que las cuerdas del balón tiraban de su cabello. Antes de tocar el suelo el portero caía sobre él arrollándolo contra el lateral de la red.

El resultado fueron cuatro jugadores rivales patas arriba y Metzger riéndose a carcajadas mientras el equipo se acercaba para darle una palmadita en la espalda. Después de todo no había mucho que celebrar.

Apenas quedaba tiempo más que para sacar del medio campo, y el balón ni siquiera salió del círculo central.

El míster del Rayo saltó como un relámpago hacia Metzger, y en un inglés medianamente correcto le reprendió: “Señor, su gol ha sido todo un golazo, pero hay que respetar la disciplina del equipo”. Metzger se quedó boquiabierto, y mirándole a los ojos le contestó también en inglés: “Herr, el equipo necesitaba marcar”.

Ambos quedaron sosteniéndose las miradas, serios. El resto del equipo se dio cuenta de que algo pasaba y pospuso su retirada a los vestuarios, expectantes…

Por fin el míster sonrió, y levantando el brazo le dio dos palmadas en el hombro a Metzger y la pasó la mano derecha por detrás de la espalda, en un gesto cómplice: “Gracias, Herr … Es cierto, el equipo necesitaba marcar… Muchas gracias”.

Metzger aceptó el gesto del míster y sonrió. Tras unos pasos dejándose acompañar por el entrenador inició una breve carrerita para alcanzar a Piquito, y despeinándole le dijo en un castellano sórdido:
—Ajajá… Metzger gol, Metzger gol… Metzger uno Piquito cero… ajajá…

A Piquito no le hizo gracia la broma, pero la aceptó por venir de quien le había dado toda una lección.

Y se prometió a sí mismo que a partir del lunes también impondría un ritmo alto en los entrenamientos.