—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La Tribuna de Mospintoles (2)

(Lee la entrega anterior)

—Si te apuras te puedo acercar al centro. Hoy tengo reunión en el ayuntamiento.
—Prefiero remolonear un poco más, si no te importa que me quede en tu casa –la joven se había levantado, y tras vaciar la cisterna había pasado por detrás de López, que ahora se ajustaba la camisa mirándose en el espejo, y le había arañado el trasero.
—Sabes bien que puedes quedarte aquí cuanto quieras. Hoy no vendré hasta por la tarde. Pero algún día me complacería encontrarte en casa cuando vuelva.
—Sabes bien que tengo que trabajar –remedó Teresa, que se había sentado en el borde de la cama en algo parecido a la posición del loto y presentaba una estampa de lo más sugerente, ofreciendo a la vista del varón el vello de su sexo, delicadamente dibujado–; aunque hoy entro algo más tarde.

» La había agarrado por una nalga y tiraba de ella hacia fuera. La joven, lejos de molestarse, fingió un gemido de placer.

López pensó que era una lástima tener que marcharse, pero la imagen de María Reina, con quien se había citado, le animó en su despedida.
—Teresa, encanto, me tengo que ir –López había terminado de anudarse la corbata y tras recoger la americana abandonaba ahora la habitación. Bajó por las escaleras hacia la espaciosa sala que hacía de recibidor en su lujoso chalé.

Teresa se levantó de la cama, bajó las escaleras tras él, y dando un par de potentes zancadas le alcanzó y de un brinco se subió en la espalda de López, que era bastante corpulento aunque la joven fuera algo más alta que él. Teresa lo abrazó cariñosamente y le mordisqueó una oreja.
—¿Cuándo nos vas a echar una mano? Necesitamos ese dinero –le dijo en voz queda junto a su oído.

López, divertido, giraba para desmontarla. La había agarrado por una nalga y tiraba de ella hacia fuera. La joven, lejos de molestarse, fingió un gemido de placer. López sabía que la chica era terrible.
—Ya te he dicho que no me gusta el waterpolo –Teresa había logrado afianzarse sobre las caderas del empresario y ya no era posible descabalgarla; apretaba con sus muslos los costados de López mientras sus largas piernas colgaban como hubieran hecho las de don Quijote en su jamelgo. López notó el sexo de la joven restregándose contra sus riñones, por encima de la chaqueta.
—Pero te gusto yo. Y quiero que nos patrocines. No perderás mucho con todo lo que tienes. Nos conformamos con poco.
—Te prometí que os conseguiría un patrocinador, y estoy en ello.

López, riendo, se había dejado caer de espaldas sobre el sofá, y ahora Teresa había aflojado la presa.
—Pero lo necesitamos antes de que comience la temporada –le dijo Teresa mirándole ahora a los ojos.
—Lo tendrás… –López la besó en la boca.

El beso se fue haciendo más intenso y López hubo de separarse.

(Continuará…)