—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Los tres dinosaurios (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Son las dos de la mañana y nuestros tres dinosaurios todavía andan de parranda. Ya acabaron los postres, ya hablaron de su pasado, de Mospintoles, de política, del Rayo, de López, de la crisis económica y de todo lo que se les ha ocurrido. El tiempo no parece transcurrir para ellos pero la madrugada se alarga y hay que ir echando el cierre.

—Ha sido una cena magnífica, Ricardo. La comida excelente y la conversación muy grata.
—Gracias a ti, Manolo, que esta noche nos has abierto los ojos respecto a muchas de las cosas que se cuecen en la ciudad. Por tu bar pasa gente muy bien informada…

—Bah, ventajas de tenerlo en un sitio estratégico, pero donde de verdad se hacen los grandes negocios y se toman decisiones importantes debe ser aquí, en el asador.
—Eso se acabó, créeme. Ahora el personal sólo viene a comer y disfrutar. Esas grandes empresas y decisiones se toman ahora en lugares menos públicos, casi clandestinos. Hoy día en cada esquina y mantel hay cien mil ojos ávidos de información, así que las personas con cierto poder saben cuidarse. Ya no se fían ni de su sombra.
—Pues yo me voy intrigadísimo con el tal señor López… –interviene don Faustino.
—Parece que la información de Manolo te haya traído viejos y malos recuerdos…
—Algo de eso hay, Ricardo. Mientras charlabais los dos sobre el renacer de la comida tradicional, he estado dándole vueltas a la cabeza intentando atar algunos cabos sueltos. Todo se me confunde en una oscura nebulosa. Tras abandonar el Ayuntamiento en mitad de aquella legislatura, asqueado, pedí traslado fuera de Mospintoles. Quería romper con todo. Hasta el punto que, trabajando en Alcorcada, me dio por tener una vivienda en propiedad. Encontré una promoción interesante en una urbanización que se iba a hacer a las afueras. Di casi todos mis ahorros como entrada para un piso que era muy bonito en los planos pero que no llegué a disfrutar –como otros cientos de incautos– porque nunca se construyó. La promotora quebró o alguien se llevó el dinero, nuestro dinero. No sé porqué me ha venido esta noche ese recuerdo al hilo de lo que Manolo apuntaba sobre López. Es como un puzle en el que faltan algunas piezas por encajar. Quisiera recordar todo lo que sucedió pero mucho me temo que mi memoria es demasiado flaca.
—Has bebido buen vino y te falla la memoria, Faustino… –le dice Manolo.
—A nuestra edad –interviene Ricardo– sólo nos acordamos nítidamente de nuestra niñez. Quizás sea la mejor solución para olvidarnos de lo que nos espera…
—No nos pongamos melancólicos ahora que llega el final de esta gran cena. Lo pasado, pasado está aunque me conozco y hasta que no empalme un recuerdo con otro, no voy a parar. ¿Nos vemos mañana en el gimnasio, Ricardo?
—Habrá que perder las calorías que hemos ganado opíparamente esta noche, ¿no?

» La promotora quebró o alguien se llevó el dinero, nuestro dinero. No sé porqué me ha venido esta noche ese recuerdo al hilo de lo que Manolo apuntaba sobre López.

—Sois unos masoquistas. Como mañana no abro el bar, pienso estar durmiendo hasta el mediodía y por la tarde me iré a echar una cana al aire…
—¡No me digas que tienes líos de faldas! –exclama sonriente Ricardo mientras don Faustino pone cara de asombro.
—En el Bar se conoce a mucha gente y hay una chica joven de muy buen ver que me está haciendo tilín. Hoy he quedado con ella para tener una larga entrevista. Luego, ya veremos…
—Pues me acabas de recordar… –quiere abrir la boca don Faustino.
—¡No, no vuelvas a bucear en tus recuerdos, Faustino! –Manolo hace ademán de querer taparle la boca–. Despidamos esta excelente cena mirando hacia el futuro.
—Si un pesimista crónico como tú sale diciendo esto sólo puedo interpretarlo como que esa chica te está sorbiendo el cerebro. A tu provecta edad, majo… ¡O es una broma o te has vuelto loco!
—Pues a ver cuando nos presentas al pimpollo, Manolo –tercia Ricardo, con sonrisa picarona.
—Pero, Ricardo, ¿tú le crees? ¡Debe ser el vino que le hace ver fantasías! ¡A sus sesenta años a punto de cumplir echando una cana al aire con una joven! Eso no te lo crees ni tú…
—El futuro lo dirá, amigos… –dice Manolo, enigmático.

Empezaron la noche echando un ojo al pasado y la despiden oteando un futuro nada claro. En cualquier caso, a nuestros tres dinosaurios todavía les queda cuerda para rato.