—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El Estado aprieta pero no ahoga (y 5)

(Lee la entrega anterior)

López decidió esperar en compañía de Basáñez. Después de todo, poniéndose a disposición de Francis podría transmitir calidad humanitaria, cierta imagen filantrópica de cara a los invitados que de todos modos la semana siguiente se reunirían para homenajear a cualquier otro ilustre veterano.

» —Francis –llamó López–. Si necesita algo, cualquier cosa que necesite, no dude en contactar con el club.

Los negros hacía rato que se habían ido. Marcial fue convincente en su amenaza de rebuscar en sus permisos de residencia. Los operadores de TeleMadrid aguardaban a su compañero. Y Susana… Susana había hecho mutis por el foro y se había ausentado a la francesa. Roque también se había ido; no así el subinspector Cañeque, a quien el deber obligaba a mantener la posición. El francotirador había regresado de su atalaya.

Cuando apareció Francis, esposado de forma que la cámara que le seguía no pudiera captar que iba engrilletado, los dos ejecutivos se acercaron a él.
—Francis –llamó López–. Si necesita algo, cualquier cosa que necesite, no dude en contactar con el club.
—Lo que necesito es que su abogado se cerciore bien de que me metan entre rejas el máximo tiempo posible –Francis había dicho esto dirigiéndose a Basáñez, al que conocía.

Aquello dejó estupefactos a los presentes. Fue Basáñez el que tomó la palabra.
—¡Querrá decir el menor tiempo posible!
—No, no. Si he hecho esto es precisamente para que me encierren.
—No entiendo… –balbució, perplejo, el abogado de la firma.
—Mire usted, señor Basáñez. Tengo una pensión de mierda al haberme prejubilado cuando cerró la cantera, pensión que ahora me van a recortar. A finales de mes me iban a desahuciar de este piso por impago. Me subieron la renta hace un año y el dinero no me alcanza para pagarla. Durante estos inviernos fríos puedo caer enfermo y tampoco dispongo de mucho dinero para medicinas. Así que, ¿dónde mejor voy a estar que en la cárcel? Estaré atendido médicamente, no tengo que pagar alquiler alguno, tendré comida suficiente… Y sin tocar ni un céntimo de mi pensión –rió Francis.
—Pero hombre de dios –exclamó Basáñez–, ¿no ve que perderá su libertad?
—¿Libertad para qué, señor Basáñez? No tengo ni un duro. Apenas salgo de casa porque no tengo dinero para gastar… y ya ha visto mi casa –Basáñez la había visto por el monitor–, lo he ido vendiendo todo. Ni siquiera puedo ir al bar a diario. El dinero de la pensión apenas alcanza para la comida y algo de ropa, la luz, el agua… Me espera vivir de la caridad ajena. En la cárcel estaré mejor, sin mendigar, y con calefacción. Y ahora será el Gobierno –Francis debió decir el Estado– el que pague mi comida, las medicinas, la vivienda, el agua, la luz y el gas, y sin tocar mi pensión. Después de todo llevo pagando impuestos toda mi vida.
—Pero no podrá ir a ninguna parte. No podrá salir de allí… –insistió Basáñez.
—¿Pero aún no se da cuenta? ¿Para qué tiene tantos estudios? Yo ya estaba preso en mi casa. No podía ir a ninguna parte porque no me lo puedo permitir. Ahora incluso podré ver la tele. Y los partidos del Plus…

Basáñez empezó a entender, aunque se le hacía complicado aceptarlo.
—En ese caso… podrá aumentar su condena si desacata al juez.
—¿Y eso cómo se hace? –quiso saber Francis.
—Si me lo permite, le asesoraré sin cobrarle un céntimo. Prepararemos juntos su… antidefensa.