—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

En la intimidad del vestuario (y 2)

(Lee la entrega anterior)

Se requiere que tu organismo esté exactamente sincronizado para una perfecta ejecución: cuerpo y mente. Debes estar en óptima forma, tu puesto requiere nervios acerados, reflejos felinos para anticiparte a cualquier posible reacción, una agilidad mental blindada contra las emociones más fuertes.
«…Soy consciente de que las ilusiones de mucha gente dependen de mí, de mi profesionalidad, de mi perfecto y continuo esfuerzo por mantener mi estado de forma, de mi sobriedad… Mi nombre en cualquier lista de titulares es una garantía, un seguro de intervenciones estelares, porque así lo vengo demostrando».

» Hoy no caben las torpezas, porque un fallo supondrá algo más que un tachón en tu historial…

Comienzas una nueva introspección. Aún tienes tiempo antes de que vengan a llamarte para salir al teatro de operaciones.
«…Me visualizo a mí mismo, tranquilo, atento a todo, controlándolo todo, el tiempo y el espacio, dando órdenes precisas a mis compañeros de equipo en el momento oportuno».

Has diseñado la estrategia durante la semana. La repasas. En tu mente todo sucede de forma medida, acompasada… No hay lugar para la duda, para el error, para la derrota… No caben pensamientos negativos. Visualizas, una vez más, las sensaciones que te abordarán más adelante.
«…Me veo entrando a la sala y sintiendo el calor de los focos en mi rostro, una luz blanca que todo lo ilumina… Y acto seguido siento el frío que me embargará antes de que todo comience. Un frío metálico que siempre me llega sin saber de dónde».

Sacudes tu cuerpo en la intimidad del vestuario como lo harás allí fuera minutos después para repeler el inevitable escalofrío. Nunca más permitirás que te atenace como en aquella ocasión…
«…Yo estaré allí, en pie, solo, ante cámaras que todo lo registran, ante miradas expectantes, ante el mundo, ante el juicio de mis colegas de profesión que anhelan mi puesto, mi caché, mis emolumentos, mi fama».

Hoy no caben las torpezas, porque un fallo supondrá algo más que un tachón en tu historial, supondrá… la eliminación. Hoy te enfrentas al reto más importante de tu carrera, hoy te enfrentas ante un negro rival…
«…Si la cosa se tuerce todos esperan de mí que obre el milagro. ¡Ah!, el milagro… Ese toque de inspiración en el último momento cuando todo parece perdido. Pero no es más que fe y tesón… y por supuesto capacidad».

Te desperezas. Vuelves a tu rutina calisténica, sabedor de que en aquel lugar, bajo aquellos focos, hará un calor que te obligará a sudar copiosamente.
«…Pero yo busco un calentamiento más interno, por eso comienzo a calentarme las manos, los dedos, las yemas, mi mente, a fin estar en condiciones de captar todas las sensaciones».

En ese momento se abre la puerta del vestuario.
«…Vienen a llamarme».

* * * * * * * * * * *

—Es la hora, doctor.

Y el neurocirujano, ya a punto, se encaminó al quirófano.