—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

La historia de Jacinto Picaflor (2)

(Lee la entrega anterior)

Pronto se cansó de leer las noticias del día. Casi todas ellas eran desgracias presentes, o auguraban un futuro envenenado o trataban de contar al lector banalidades e insulseces que sólo podían interesar a los deficientes mentales. La pierna seguía molestándole. Quizás hoy le había exigido más esfuerzo del deseable aunque estaba claro que nunca había prestado demasiada atención a esas molestias. Los médicos de la Seguridad Social llevaban toreándole casi un año y estaba pensando si no merecería la pena acudir a una clínica privada de solvencia garantizada. A su edad, cualquier enfermedad o lesión mal curada podría acarrearle un porvenir nada grato. Ya no era un niño y, aunque se consideraba fuerte y duro como el pedernal, los años ya no perdonan.

» Una vez comprobado que no había recibido ningún nuevo comentario, abrió el procesador de textos. Allí tenía delante la temida página en blanco donde cada tres o cuatro días intentaba escribir alguna idea, sensación o parecer.

Entró rutinariamente en su blog personal para ver si había recibido algún comentario. Aunque tenía una media de 100 lectores diarios, eran muy pocos los que le aportaban alguna frase para intercambiar impresiones. Nadie de su entorno familiar o profesional (ni siquiera Manolo) sabía que don Faustino tenía un blog. Su bitácora trataba sobre cualquier cosa, lo mismo escribía sobre política, educación, literatura o deportes. Le gustaba escribir pero en esta faceta de bloguero prefería mantener el anonimato para así poder ser más libre en sus reflexiones y juicios. En realidad sólo pretendía matar el gusanillo de la escritura al tiempo que razonaba sobre temas y asuntos que le rondaban por la cabeza, algunos de los cuales no siempre podía sacar a relucir en su entorno pues su visión de la vida era bastante “incorrecta” de acuerdo a los tiempos reinantes.

Una vez comprobado que no había recibido ningún nuevo comentario, abrió el procesador de textos. Allí tenía delante la temida página en blanco donde cada tres o cuatro días intentaba escribir alguna idea, sensación o parecer. Se acarició la rodilla izquierda, que parecía más calmada en los últimos minutos, y escribió: “La triste y desventurada historia de Jacinto Picaflor”. Le gustó aquel título tan largo, en unos tiempos en que lo que se llevaba era titular de manera muy escueta. En menos de quince minutos, casi de forma automática, dándole a las teclas del ordenata con una seguridad y precisión que sólo tenía cuando la inspiración le visitaba de higos a brevas, el viejo profesor dejó escrito un cuento para su bitácora, titulada “Buenos días, noche”.

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“”Supe de Jacinto Picaflor hace unos diez años. El nombre es ficticio por razones del guión y porque no quiere ser identificado. Era un deportista nato. Desde pequeñajo siempre había estado dándole a alguna pelota, fuese de baloncesto, fútbol, tenis, balonvolea, balonmano… “Lo mío siempre ha sido una cuestión de pelotas. Me parece aburridísimo el atletismo, la natación, el ciclismo y tantos deportes en que uno actúa básicamente en solitario. Prefiero los deportes de equipo, de choque, de amigos”. El caso es que desde sus años mozos anduvo dale que te pego con el deporte, siempre en plan aficionado, pues nunca destacó en ninguno.

“”A lo largo de su larga trayectoria jamás padeció una lesión más o menos seria. Todas las que tuvo fueron de risa: un tobillo inflamado que se desinflamaba al cabo de varios días sin dejar huella ni tarjeta de visita; una heridas en las espinillas que en cuestión de horas cicatrizaban, una uña perdida, una ligera tendinitis, una brecha en una ceja… Picaflor sabía cuidarse el esqueleto. Hasta que un buen día notó que la rodilla izquierda no podía doblarla del todo, y que agacharse para abrochar los cordones de los zapatos era una ardua tarea. “Bueno, será a consecuencia de algún golpe en el partido de tenis del otro día” —se dijo el inocente de Jacinto.

“”Como ni con hielo, descanso ni remedios de la abuela aquello mejoraba, no tuvo más solución que —por primera vez en su vida— acudir al médico generalista de la Seguridad Social para decirle lo que le pasaba. El galeno le mandó una radiografía. Tras varias semanas de espera, Picaflor se fue muy ufano a ver al médico de cabecera con la fotografía en blanco y negro de su rodilla.

“”—¡Bah, un ligero desgaste del cartílago, propio de la edad y de la práctica deportiva! La cosa no se ve muy bien pero casi seguro que es eso. Le envío tres pomadas antiinflamatorias, dos relajantes musculares, medio kilo de jarabe calcificado, cuatro tipos de pastillas para controlar el dolor y un gel refrescante para cuando se vaya a la cama. Y en tres meses, como una gacela…

(Continuará…)