—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Nace El Mesías (y 5)

(Lee la entrega anterior)

Octavio Hermosilla dirigía su negocio a la vieja usanza, recibiendo personalmente a los clientes cuando llegaban, acomodándolos donde más gustaban siempre que se pudiera, y poniendo a sus órdenes a un camarero para que los atendiera en su nombre. Sebas seguía teniendo dudas de que aquella enorme cafetería diera dinero como para atender la nómina de camareros de la que disponía. Y todo Mospintoles compartía estas mismas dudas. A aquel negocio se le conocía por el sobrenombre de “El Lavadero”, en alusión a un supuesto blanqueo de dinero. Octavio lo sabía, y cuando alguien tuvo la osadía de hacérselo patente, el dueño no perdió su sonrisa y despachó el asunto con un “déjalos que ladren, Sancho”, lo cual era la perversión de la perversión en lo que a citas se refiere.

» —Me da que la peña va a ser un polvorín si finalmente entra Segis… Y con Evaristo, y el cura, otros dos ex…

Sebas entró en la Cafetería La Cama y se acercó a la barra sin que Octavio se percatase, lo cual se había convertido en una especie de juego para Matute. En la puerta había una campanilla que avisaba al propietario de la llegada de nuevos clientes, pero Sebas, abriendo la puerta con cuidado, evitaba que sonase.
—Perdone, don Sebastián –se disculpó Octavio, que aún no participaba del juego, cuando lo vio sentado–, pero no le he visto llegar.
—Octavio, no me llame don Sebastián. Nos mantenemos el tratamiento por cortesía, pero me hace sentir incómodo con el don, porque yo a usted le llamo Octavio a la pata llana.
—Y así debe ser, don Sebastián. Es usted mi huésped, y le debo la cortesía del trato y atenderle correctamente.
—Pues si sigue en este plan no le voy a hacer la proposición que venía a hacerle.
—Usted dirá, entonces, Sebastián.
—¿Dispone de unos minutos para sentarse conmigo en una mesa?
—Por supuesto… ¿Le parece que nos lleguemos al ambigú?
—Con una mesa apartadita me vale. Mi propuesta tampoco podrá mantenerse en secreto.

Ambos se dirigieron a una mesa un poco apartada y se sentaron frente a frente.
—Octavio, a estas alturas no puedes negar en Mospintoles que eres un aficionado del Barça –comenzó Sebas, que sabía que en cuanto el dueño le hiciera la merced de sentarse cara a cara el tratamiento respetuoso, que no el respeto, tendía a desaparecer.
—Nunca lo he negado. Todo Mospintoles lo sabe. Pero como sabes bien no me gusta ostentar mi condición de socio del Barça. Podría perjudicar mi negocio, porque hay quienes no saben distinguir. No estoy dispuesto a que La Cama se convierta en una tasca más donde la gente se insulta y se descalifica mutuamente como si nada pasara sólo por defender y alimentar su pasión.
—Y tú sabes bien que siempre he compartido esta política tuya al respecto. Yo en el taller la sigo, no tan a rajatabla como tú, pero sí que elijo con quien hablar de fútbol y con quien no.
—Dicho lo cual, dime qué negocio te traes entre manos.
—Me sorprende que no estés al tanto. Tengo la sensación de que la idea ha corrido por Mospintoles como un reguero de pólvora.
—Quizá prefiera que me lo digas tú.
—Vengo a hablarte de la constitución de una peña barcelonista en Mospintoles. “El Mesías”, queremos llamarle. Eres el último al que acudo porque no quería que tomaras una decisión sin antes conocer la voluntad de los aficionados al Barça en Mospintoles…
—…que son…
—Poco más de treinta… Como te iba diciendo, vengo donde ti ahora porque ya te puedo decir que casi el cien por cien de los aficionados en Mospintoles me han dicho que sí.
—Casi el ciento por ciento… ¿Y quién ha dicho que no, si puedes decirlo?
—El “no” no lo ha dado nadie. Sólo el mamón del Segis… La charla que he tenido con él ha sido tan ambigua que no sé si subía o bajaba.
—¡Oh!, Segis el alcalde… perdón, el ex alcalde… ¿es también del Barça?
—Cerrado.
—Pues bien calladito se lo tenía. Y dime, ¿qué otras personalidades de Mospintoles comparten este gusto tan… peligroso por estos páramos?
—Hombre, personalidades… Don Rosendo, el cura, y Evaristo, otro ex… el del programa deportivo de Radio Mospintoles.
—¡Ah!, el de Radio Pelota… Y en total dices que somos una treintena…
—Eso los que yo tengo ojeados. Una vez nos demos a conocer seguro que aparecen algunos timoratos más.
—¿Y qué quieres de mí?
—Pues que te hagas socio, Octavio. Que formes parte de la peña desde el momento mismo de su constitución.
—Por mí eso está hecho. Ya hablaremos de qué objetivos nos vamos a imponer. Pero, ¿qué ha dicho María de todo esto?
—No veo por qué María tendría que tener voz en este asunto. A ella el fútbol no la apasiona.
—Me da que la peña va a ser un polvorín si finalmente entra Segis… Y con Evaristo, y el cura, otros dos ex…
—¿Don Rosendo otro ex? ¿De qué?
—Don Rosendo aglutina muchos proyectos fracasados o inconclusos. Y está resabiado de todos ellos. Me temo que toda esa gente sólo tenga afán de protagonismo, o quizá ánimos de revancha, de plantear pulsos que de otra forma no tendrían posibilidad de encarar.
—Supongo que lo dices por Segis.
—Supongo que tratará de llevar a María a las cuerdas a través de ti.
—Octavio, amigo, con sinceridad… María se ha puesto ella solita entre las cuerdas. Todavía no se ha decido quién liderará la peña. Supongo que se hará de forma rotativa, como en las comunidades de vecinos…
—Supones mal, Sebas. Habrá un presidente elegible cada cuatro años.
—Sí, algo me ha dicho Evaristo. Pero eso puede modificarse en los Estatutos de la asociación. El asunto no es quién quiere hacer qué, sino qué quiere hacer la peña. Nadie nos va a impedir viajar a Barcelona, o a cualquier otro estadio, y menos ahora que hay cuatro equipos madrileños en primera. Y si queremos hacer algún acto en Mospintoles, no veo por qué el Ayuntamiento va a prohibírnoslo.
—Todo se verá con el tiempo, Sebas, todo se verá con el tiempo.