—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

O todo o nada (2)

(Lee la entrega anterior)

Martes, primera hora de la noche
—Tome asiento, por favor, Basáñez –el factótum había acudido a aquella reunión para dos convocada justo cuando marchaba a su casa. Sabía… casi sabía con certeza lo que había rondado por la mente de López durante el lunes pasado y todo el día del martes–. Tenemos que tomar esta noche mismo una decisión importante, trascendental para nuestros intereses. Y obvia decir que nadie más debe saber nada.

» —Pues me paso dos años sin jugar… A mí nadie me pué obligar a jugar si no quiero. Que no me toquen los huevos o verán.

Basáñez era consciente de que a aquellas horas no quedaba nadie en el soberbio edificio que formaba la nueva grada. Tan sólo Núñez, el eficaz guarda de seguridad que hoy tenía turno de noche. Y estaba en su puesto, en la entrada.

—El domingo nos jugamos todo a una carta. O casi todo. En caso de salir victoriosos aún nos quedará jugar la promoción. Un mes más de campeonato que retrasará nuestra siguiente pretemporada, estemos o no en primera –y López aquí hizo una pausa, más para ordenar sus ideas que para impresionar a Basáñez. También López intuía que Basáñez sabía lo que había rondado por su cabeza–. Sinceramente no creo que tengamos presupuesto suficiente para mantenernos una temporada en primera. El hecho de subir nos forzará económicamente, trayendo refuerzos, y si finalmente no nos mantenemos, arrastraremos una deuda de vuelta a una segunda división de la que sólo entonces sabremos que no debimos haber salido.
—Siempre podemos jugar para subir, y una vez demostrado nuestro potencial, renunciar al ascenso –Basáñez sabía la tontería que acababa de decir.
—¿Se ha vuelto usted loco… o qué! Si logramos el ascenso nadie en Mospintoles entenderá que renunciemos a él. Los primeros en hacérnoslo saber serán nuestros patrocinadores, luego la afición… ¿Es que no recuerda que caímos sobre el alcalde saliente con el mismo argumento, cuando le planteamos renunciar a jugar en segunda?
—Lo sé muy bien, López. Pero usted no esperaba una respuesta. Usted ya tiene todo decidido, y, la verdad, ya me estoy cansando de que me utilice como pozo de las confesiones. Si tiene tomada la decisión, adelante. Pero no busque en mí un cómplice.

Por un momento López quedó aturdido ante la franqueza con que se producía Basáñez, pero supo guardar las formas.
—Lo siento, Basáñez. ¿Pero qué otra cosa podemos hacer? Subir ahora a primera será la ruina económica del Rayo, aunque consiguiéramos mantenernos un año. La plantilla actual es corta para un calendario tan exigente como el de primera. Y una serie de fracasos seguidos al comienzo nos hará entrar en una dinámica derrotista de la que sabe usted que es complicado salir.
—Centrémonos; usted me ha llamado para proponerme que el equipo renuncie a ganar el partido del domingo. Cayendo derrotados este fin de semana los chicos se tomarán unas merecidas vacaciones, y retomaremos con normalidad nuestra rutina a finales de julio.
—¿Cómo les decimos que se dejen ganar? No tengo pensando primarles por perder.
—No sería mala idea… –se permitió ironizar el abogado de la firma– pero no podemos hacerlo. Además, hay mentalidades que no entenderían una posición tan pragmática: Piquito, Metzger, Chili…
—Piquito sobre todo. Si se entera de que manipulamos la situación para no jugar en primera, apuesto a que deja el equipo.
—No puede, tiene contrato en vigor…
—Ese chaval… no conoce usted sus genes, Basáñez. Sería capaz de pasar dos años en blanco sin jugar al fútbol para fichar luego por otro equipo.
—Lo cierto es que hemos creado un grupo con mentalidad ganadora. No podemos ahora decirles que se dejen ganar. Ninguno lo entendería.
—Pero nuestros rivales del domingo… No me joda, Basáñez. Apuesto a que ya les han contactado para ofrecerles algún maletín.
—¿Y qué quiere que haga?
—Pues que les diga que cojan el dinero y no corran…

* * * * * * * * * * *

Miércoles, 11:30 h.
Los jugadores están reunidos en el vestuario. Ha corrido el rumor de que alguien prima por perder y que además la gerencia del Rayo no desea subir a primera… lo que ven como un suicidio deportivo. En el vestuario hay gente razonable, los más veteranos, y otros mucho más viscerales, los más jóvenes. Sin embargo Chili se mantiene al margen. Es Piquito quien se está dejando llevar por la pasión:
—No me toquéis los huevos. Hemos luchao to’s juntos to’a la temporá pa’qué, ¿pa’ rendirnos sin llegar a la meta? Nos lo hubieran dicho hace seis o ocho partidos y no hubiéramos metío la pierna. Yo, si no luchamos pa’ subir, el año que viene me voy.
—¿Y adónde? –increpó el capitán a Piquito–. Tienes contrato para dos años más y no te van a dejar marchar por la cara.
—Pues me paso dos años sin jugar… A mí nadie me pué obligar a jugar si no quiero. Que no me toquen las pelotas o verán.
—No se trata de lo que tú quieres hacer, Piquito, sino de lo que el equipo quiere hacer –era otro de los veteranos quien ahora hablaba–. Hemos de decidir juntos y enviar un mensaje a la directiva, o a López, que apuesto a que esta maquinación parte de él.
—¿Pero sabemos si el otro equipo ha ofrecido dinero y cuánto? –preguntó uno de los que habían llegado al equipo esta temporada.
—Sí, algo han ofrecido. Seis mil euros por barba si no ganamos –confirmó el capitán del equipo.
—¿Y con quién han contactado? –quiso saber otro de los recién llegados.
—No creo que eso sea necesario saberlo. A mí, como capitán, me lo ha trasladado alguien a quien doy crédito.
—¿Alguien de nosotros? –quiso saber, terco, el mismo de antes.
—Basta. Eso ahora no importa –el capitán oficiaba como se esperaba de un líder.
—Yo digo que no –Chili tomó la palabra por primera vez para romper aquel rifirrafe.
—Y yo no tampoco –Metzger también opinó.
—Conmigo no contéis –Piquito volvió a dar su opinión en el momento menos indicado–. Ya podéis todos ir al paso de la tortuga que yo no quiero la pasta. Correré yo solo si hace falta, con Chili y con Metzger.

Hubo un breve silencio, luego el capitán volvió a tomar la palabra:
—Entonces seremos cuatro los que correremos.
—¡Cinco!
—¡Seis!
—Yo también pienso correr y meter la pierna… Que se jodan…
—¡Yo también quiero ganar!
—¿Entonces todos de acuerdo? Renunciamos a perder –el capitán tomó la palabra por los indecisos–. ¿No querían un equipo de ganadores? Pues aquí nos tienen. ¡Esto es el Rayo!

(Continuará…)