—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Sorpresas te da la vida (y 6)

(Lee la entrega anterior)

El recién llegado era un cuarentón dotado de un bigote superlativo. Manolo le miró y se quedó un momento pensativo. Aquella cara le resultaba conocida pero no sabía de qué.
—En estos momentos está usted pensando que mi careto le es familiar pero desconoce el motivo. Me llamo “Cinco Jotas”…
—Como el jamón… –dijo el cliente cotilla, para congraciarse con el recién llegado.
—Por ahí va la cosa. Mi nombre es Juan José Jesús Jiménez Jilguero.

» Treinta tíos a la calle en menos que canta un gallo. Que si el mercado llevaba ya dos años paralizado… que si muchos equipos se habían desenganchado de los proyectos de la empresa… que los clubes están arruinados y sobreviven gracias a las ayudas públicas y a las moratorias en los pagos…

—¡Hombre! El forastero…
—Efectivamente, Manolo. Hará cosa de diez meses que pasé una tarde por aquí. Estaba el bar sin un alma. ¿Recuerda que le hablé, con toda la ilusión del mundo, de mi llegada a Mospintoles como representante de una empresa de multiservicios dedicada al mundo del deporte?
—Sí, y sobre todo porque se confesó usted seguidor a un tiempo del Madrid y el Barça. Pero lo que mejor recuerdo es que dijo que cualquier tarde se acercaría a hablar conmigo sobre cómo mejorar mi negocio y hasta hoy.
—Lo sé, amigo. Y por eso vengo a disculparme…
—Olvídelo. Salta a la vista que en este tiempo no le han ido bien las cosas…
—Es usted muy perspicaz. Dos días después de conocerle a usted y a su amigo, creo que era profesor de instituto, la empresa quebró y nos echó a todos a la calle.
—¡Increíble! –exclamó Manolo.
—Fuimos de los primeros en pagar el pato de la burbuja futbolística. Y de sopetón, casi sin avisar. Ya le digo: hoy te mandan a Mospintoles para abrir nuevos mercados y pasado mañana te llaman los jefes y te dicen que el tinglado está en quiebra, que no hay dinero ni para pagar la luz.
—¡Qué cabrones! –metió baza el cliente con don de gentes.

—Treinta tíos a la calle en menos que canta un gallo. Que si el mercado llevaba ya dos años paralizado… que si muchos equipos se habían desenganchado de los proyectos de la empresa… que los clubes están arruinados y sobreviven gracias a las ayudas públicas y a las moratorias en los pagos… Me dieron un sinfín de razones, entre ellas que nosotros éramos de los primeros en caer pero en que los próximos años lo harán muchos más, incluyendo importantes equipos de fútbol.
—¡Vaya putada! –dijo el cotilla.
—Manolo sabe que Juan José Jesús Jiménez Jilguero, o sea, un servidor, es un experto en hacer síntesis de las tesis y las antítesis, así que pensé que podría seguir trabajando en una empresa quebrada hasta tanto encontrara una solución superadora de la situación pero en cuestión de horas me dieron como indemnización una mesa de despacho y su correspondiente sillón giratorio y me vi en la calle sin poder creerme que aquello estuviera pasándome a mí. Los compañeros de despido me sacaron pronto de dudas. Los treinta estábamos en la puñetera calle cuando horas antes creíamos formar parte de una empresa en expansión y con altos beneficios.
—¡Valientes sátrapas! No hay nada como ser autónomo. Al menos se ahorca uno mismo… –dijo un airado Manolo, conocedor como nadie de las dificultades por las que pasaba la economía de muchos, incluida la suya.
—No culpo del todo a los jefes. Se montaron en la noria especulativa, se creyeron las milongas que les contaron algunos presidentes de club y muchos políticos municipales y empezaron a levantar en un par de años una prometedora empresa con ideas bastante consistentes pero ya sabe, si no hay bases sólidas sino simples promesas, contratos de medio pelo y esas cosas, al final todo se viene abajo si aparece una ventolera descomunal que lo arrastra todo.
—¿Y qué ha sido de su vida desde entonces?
—Con este piquito de oro que tengo lo he intentado todo, desde vender enciclopedias a hacer unas oposiciones a cualquier cosa. Un desastre. Somos tropecientos mil candidatos los que aspiramos a una oferta de trabajo de cualquier clase, aunque paguen una miseria. Al final decidí montar una pequeña empresa en Internet junto con mi señora, a la que también han despedido de la tienda de muebles en donde trabajaba, y por ahora parece que vamos tirando.

Mientras el cliente cotilla se interesaba por el nuevo modus vivendi de don “Cinco Jotas”, Manolo regresó al reservado donde Matute y don Faustino estaban hablando… ¡de sexo! Decididamente el viejo profesor no tenía su tarde…