—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles
Éstas son las entregas publicadas el
lunes, 12 de marzo de 2012

(Lee la entrega anterior)

El tío Botella era un tipo peculiar. Jubilado de las minas leonesas había vuelto al Mospintoles que le vio nacer, encontrándolo tan cambiado que nunca halló su sitio, en constante desencuentro con la nueva realidad. Además, una amargura resignada le recorría las venas. Tenía algunas fincas en el descampado llamado Las Landas desde la época de Napoleón, y había esperado deshacerse de ellas vendiéndolas a los constructores que veían negocio urbanizando todo aquel área. Una empresa de especuladores vinieron ofreciendo un buen monto al tío Botella, pero el viejo minero prefirió esperar a vender directamente a los contratistas. El tío Botella se veía sin familia y millonario viviendo regalado gracias a sus tierras en un resort del Caribe, en una villa de las islas griegas, o incluso en una cabaña en cualquier archipiélago polinesio. Lo suyo eran las islas y el calor, tal vez porque nunca había visto la mar y porque no había sentido otra cosa que el frío del macizo cantábrico. Pero una denuncia de los ecologistas locales (y la posterior apelación) retrasó en unos años la aprobación de aquel plan parcial. El tío Botella esperó con la ilusión puesta en su destino de ultramar… Luego llegó la maldita crisis y se le agrió el carácter. Ya nunca más habría islas ni climas cálidos para el tío Botella, y supo que moriría sin ver la mar y con la humedad de los inviernos royéndole los huesos.

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