—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Como tumbas (2)

(Lee la entrega anterior)

—No cariño. No tenemos tanta amistad como la que podemos tener nosotras dos. Pero ya sabes que hay ocasiones en las que una necesita desahogarse, y lo hacemos con quien tenemos más a mano siempre que nos inspire confianza. Sincerarse es siempre un momento de debilidad.
—¿Pero te contó cómo empezó todo?

» —Ella es de un temperamento ardoroso, no hay más que verla, pero llevaba la agonía de su ardor en silencio, resignada, aguantando tener sólo medio hombre en casa.

—Te lo cuento, pero me has de prometer que serás una tumba. Esto no puede salir de aquí, porque ella me pidió que no se lo contara a nadie. Todo empezó por la impotencia del marido. Es algo mayor que ella. Trabaja no sé muy bien donde, pero sé que es un sitio de postín del centro –y al decir esto las dos señoras bajaron la voz, pero como la cafetería estaba en silencio a esa primera hora de la tarde, él siguió escuchando perfectamente lo que allí se decían.
—¿Y tú sabes quién es? –preguntó la Lupe recuperando el despreocupado tono de voz.
—¡Uy!, no le conozco. Sé que además de la impotencia tiene fatigados los pies. Y eso que ella es… ¿cómo se llaman ahora las callistas?
—Pues no sé… callistas supongo. ¿Por qué?
—Porque ahora a todo le ponen un nombre rimbombante.
—¿A qué te refieres?
—¡Uy, hija! Que no te enteras. Mira un ejemplo: la semana pasada el Ayuntamiento ha sacado unas plazas de peón, pero las llaman de operario de servicios múltiples. A eso me refiero.
—Pues una callista será ahora… técnica en tratamiento de podopatías. Pero sigue…
—Ella es de un temperamento ardoroso, no hay más que verla, pero llevaba la agonía de su ardor en silencio, resignada, aguantando tener sólo medio hombre en casa.
—Es lo que suele pasar cuando la diferencia de edad es tanta. ¿Qué tendrá ella ahora? Cuarenta y tantos, no muchos más…
—Por ahí… Y él quizá tenga cincuenta y tantos… Sí, diez años sí la llevará, por lo que me ha dicho, si no alguno más.

—Como ya habréis imaginado, él llevaba un rato sin querer perderse detalle de la cháchara, pues se había reconocido en la conversación de aquellas dos señoras.
—Pero macho, ¿es impotente?
—No del todo.
—¿Cómo que no del todo? O se es o no se es…
—Según lo que me ha dicho él mismo, lo que le pasa es que ha ido perdiendo el apetito sexual.
—Joder, macho, eso es lo mismo, no me jodas…
—¿Y cómo se puede perder el apetito carnal con una mujer como la que tiene? Que no se la merece… –apostilló otro de los contertulios.

[Continuará…]