—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

Morir de éxito (2)

(Lee la entrega anterior)

Días más tarde, Polonio regresó de nuevo al Complejo. Parecía que era otro, más serio y triste. Le costaba trabajo empezar las rutinas y de vez en cuando abandonaba la tarea para ir a sentarse en un banco, mano derecha sujetándose el mentón. ¡Si parecía que en aquella postura se dedicaba a pensar! Aquello impresionó a sus colegas, que pronto estuvieron a su alrededor para interesarse por su estado de ánimo. Una pregunta habitual en aquellos tipos trajo una respuesta desusada en Polonio. La cosa, sí, tenía su gravedad.
—¿Tío, cuántos polvos le has echado ya a la inglesa?

» Sí, aquel chico estaba como un tren y en la cama era un máquina pero ya le habían advertido algunas almas caritativas (y puede que envidiosas) de que Polonio era un don Juan y que sólo razonaba con el pene.

Polonio se revolvió como si le hubieran mentado a su santa madre. Agarró por el pescuezo a aquel atrevido mentecato y de no ser porque lo sujetaron entre varios no deja de él ni las raspas. Cuando éste se fue con el rabo entre las piernas, pensando qué demonios le pasaba al Polonio, quien siempre presumía de sus acostadas con las gachíses y mujeres que caían en sus redes, los colegas restantes -que tenían aún menos mollera que él, cosa ya harto difícil- cayeron en la cuenta de que sólo podía haber una razón que justificase aquella salida de tono.
—Sí, tíos, me he enamorao como un tonto…
—Pero eso no es pa ponerse asín, Polonio, que casi le rompes al Perlas la dentaúra
—Ya me disculparé con él un año de éstos…
—Otras veses te ha preguntao lo mesmo
—¡Sí, sí.., lo sé, pero esta vez es diferente, jodeeeer!

Entonces se fueron a un rincón y allí contó a sus coleguis que desde el primer segundo que la vio su corazón le dijo que aquella chica estaba destinada para él. Y que en el primer trato que tuvo con ella se dio cuenta que no andaba equivocao. A ella parecía que él también le caía superbién así que pensó que ese día había encontrado por primera vez el amor. ¡El amor! Esa cosa maravillosa que había visto en algunas películas pero que él nunca había sentido a pesar de su trato carnal con decenas de mujeres. Jodeeer, enamorarse como un tonto de una inglesita…

La hija de la Gran Bretaña no estaba por la misma labor. O, al menos, tenía sus reservas y miedos. Sí, aquel chico estaba como un tren y en la cama era un máquina pero ya le habían advertido algunas almas caritativas (y puede que envidiosas) de que Polonio era un don Juan y que sólo razonaba con el pene. Helen pensó que aquella locura amorosa que él le nombraba a todas horas pasaría como pasan los aviones, el tiempo y las águilas: volando. Pero fueron transcurriendo los días y Polonio seguía declarándole su amor, que no podía vivir sin ella, que si hacía falta él se iba «pa su país» aunque tuviera allí que trabajar de camarero.

Helen estaba sobrepasada por aquel frenesí amoroso, sorprendida por la rapidez con la que Polonio se la había llevado a la cama y la celeridad con que -y eso sí que era fastidioso- le había declarado su amor fou. Con tanto arrebato y tanta pasión el chico, la verdad, se estaba poniendo un poco pesado porque la idea que ella tenía al venir a España era pasárselo bien durante el tiempo en que disfrutara de la beca y luego regresar a Inglaterra para intentar dar clases de inglés y español. Estaba tan desbordada por la locura amorosa de Polonio que no sabía cómo reaccionar. Si le paraba los pies de manera radical quizás le hiciera un gran daño moral y ella no quería eso para aquel chaval tan majo; y si le daba carrete hasta encontrar un momento propicio o desaparecer de su vista, lo mismo sería demasiado tarde para «romper».

Claro que, quién sabe la de vueltas que da la vida, lo mismo ella acababa enamorándose, haciendo pedazos un futuro milimetrado que ya tenía diseñado antes de venirse para España. ¿Y si el destino le llevaba a enamorarse de Polonio? ¿No decían sus amigas, y la literatura, que el amor es ciego? ¿Por qué una licenciada en filología inglesa y con un dominio del español muy elevado no podría acabar coladita perdida por un musculitos de cerebro plano pero capaz de amarla hasta los tuétanos? Además…era tan simpático, tan gracioso…
—Te quiero con locura, Helen. ¡Con locura! Por ti sería capaz de hacer cualquier cosa.

Helen, que tampoco era manca en cuestión de cachondeo, quiso seguirle la corriente a Polonio.
—¿Y qué cosa rara serías capaz de hacer por mí?
—Comerme una lata de anchoas, amor.

La respuesta del chaval fue tan rápida que se sintió conmovida. De la risa…
—Ten en cuenta que las anchoas no me gustan y que me sientan fatal. Comerme una sola podría llenarme el cuerpo de granitos.
—¡Qué asco, Polo! —dijo ella con una dulzura en la cara que al pichurri de los músculos se le cayó un hilillo de baba.
—También sería capaz de ir contigo a la Inglaterra esa…
—Eso ya me lo has dicho otras veces.
—Bueno, sería capaz… sería capaz… de estudiar inglés.
—Si te vienes conmigo a mi país no tendrías más remedio…
—Pues mañana mismo empiezo.
—Y tendrías que desayunar beicon todos los días. Allí somos muy tradicionales…
—Me llevaría un jamón ibérico de aquí.
—Y el té, que no se te olvide el té de las cinco…
—Mariconadas, Helen… Le echaría un chorreón de coñac.
—Yo te aviso… Pero me gustaría que hicieras por mí algo más difícil que comer anchoas o irte a mi país. Si es verdad que me quieres tanto…

[Continuará…]