—[una serie en la suburbe madrileña]—Crónicas (deportivas) de Mospintoles

El enésimo partido Barça-Madrid (5)

(Lee la entrega anterior)

El Nou Camp rebosaba por todas sus costuras. Era un milagro que los casi cien mil espectadores que se apilaban en sus gradas no acabasen los unos encima de los otros. La algarabía era digna de las grandes noches históricas. El mejor Real Madrid de los últimos tiempos visitaba el campo culé y en una primera parte primorosa del equipo de Guardiola ya ganaba por dos a cero. Lo mejor era el baño de juego que estaba recibiendo el equipo rival. La segunda parte había comenzado igual que la primera y todos los espectadores presentían que llegarían más goles.

» Si le oyera su señora, María Reina, le pedía el divorcio inmediatamente, pero el Sebas se olvidaba de todo cuando entraba en éxtasis contemplando las proezas de su equipo.

Entre esos espectadores estaba un habitual de los partidos más importantes: Sebastián Matute, natural y vecino de Mospintoles (Madrid), pero hincha acérrimo del Barça desde sus tiempos de mocedad. Siempre que podía acudía al Nou Camp para presenciar el encuentro del club de sus amores pues era socio y, si no le era posible, delegaba su asiento en un amigo de la infancia de la Ciudad Condal, también forofo total del club catalán. Allí estaba, sentado en su localidad habitual, con su bufanda al cuello, las manos rojas de tanto aplaudir y más contento que un cerdito en un charco de lodo. No se podía quejar, decía para sus adentros. En las últimas temporadas los enfrentamientos con el eterno rival habían acabado casi siempre con resultado de escándalo y con un juego deslumbrante por parte de los Xavi, Iniesta, Messi y cía.

Corría el minuto 54, cuando un enorme clamor emergió de las gargantas de aquella gente enfervorecida:
—¡Gooooooool! ¡Gooooool!

Villa, el delantero centro local, había conseguido marcar el tercer gol culé. La gente se abrazaba, levantaba las manos en alto, hacía cortes de mangas hacia la pequeña isla poblada por seguidores madridistas. Si alguien nunca ha estado en un manicomio, viendo aquel momento orgásmico de miles y miles de aficionados, tendrá una ligera idea de que en tal sitio la racionalidad no habita ni se le espera.
—¡La hostia, que golazo! –dijo el Sebas, todo despendolado–. ¡Es la noche más feliz de mi vida!

Si le oyera su señora, María Reina, le pediría el divorcio inmediatamente, pero el Sebas se olvidaba de todo cuando entraba en éxtasis contemplando las proezas de su equipo. Su pasión culé había nacido en él en edad bien temprana, sin razón aparente, sin justificación alguna, fuese familiar o geográfica. Era equiparable a la fe de los creyentes: algo que no se puede explicar, ni reflexionar ni ocultar. Pero estaba visto que aquella noche habría más emociones. No habían pasado ni tres minutos desde el último Villagol cuando el estadio volvió a rugir de nuevo. Otra vez Villa empalmaba la pelota y la introducía en la portería de su amigo, pero hoy rival, Casillas. El estadio se venía abajo. Los jugadores madridistas no sabían dónde meterse. ¿Cómo podía pasarle “eso” a ellos, que llevaban casi treinta partidos de la temporada sin perder, siendo más difícil marcarles un gol que darle vista a un ciego?

Ciegos estaban todos los culés allí presentes. Borrachos de éxito, de alegría, de placer. ¡Adiós crisis económica por unas horas o días! ¡Adiós frustraciones cotidianas, paro, tripartito, subida de impuestos, corrupción, rebaja de salarios! Si París bien vale una misa, el Nou Camp bien vale una noche loca de vez en cuando. No hay placer más elevado que hacer morder el césped a los eternos rivales. Claro está que el Sebas no pensaba en estas cosas porque su vida cotidiana la realizaba en Madrid, sus clientes y amigos eran del Real y, pese a su amor culé, él sabía guardar más o menos las formas pues se sabía gallina en corral ajeno. Qué curioso que nada de Cataluña le atrajese excepto su equipo de fútbol más representativo. ¡Misterios de esa religión llamada fútbol que él profesaba con ternura y desahogo infinito en el altar del Nou Camp y allá donde fuesen sus adorados dioses blaugranas!

(Continuará…)